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A la velocidad del sonido

Curiosamente, la tecnología ha rescatado la radio después de hundirla

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A la velocidad del sonido
Las emisoras por internet han enviado la onda corta a la irrelevancia total. (SHUTTERSTOCK)

“Mi historia, algunos casos que recordar no quiero”, versificaba Antonio Machado en clave íntima, cuyo soliloquio es “plática con ese buen amigo” que no es otro sino “el hombre que siempre va conmigo”. Recordar es una carrera de obstáculos, con saltos, avances y presente siempre el riesgo de tropezar.

En esa aventura de pesca en el pasado, el que sí queremos recordar, asoman los días de radio. Como en el filme de Woody Allen, es posible construir un relato personal a partir de programas y canciones cuyo poder asociativo con diferentes etapas de la vida pinta un retrato, como lo hizo el poeta sevillano en esos conocidos versos que luego musicalizaría Joan Manuel Serrat. En la ficción cinematográfica de 1987, la radio como medio de comunicación destilaba decadencia: una fuente de nostalgias secada por la tecnología. 

En el caso nuestro, fue el vehículo que décadas atrás empalmó al dominicano con la verdad que le ocultaba la construcción trujillista de la realidad, gracias a las emisiones radiofónicas desde Cuba, Venezuela y Puerto Rico que se escuchaban clandestinamente. Por las ondas hertzianas advenían la ruptura con la insularidad y la conexión con la cultura musical del resto de América Latina y del mundo. 

Antes que las telenovelas, las radionovelas facilitaban la socialización. Alrededor de los aparatos —pocos y en manos de afortunados— se congregaba un entorno que disfrutaba, por ejemplo, de la dramatización de El derecho de nacer, del cubano Félix B. Caignet, quizás sin reparar en la dicotomía social encarnada por la negra Mamá Dolores; de las aventuras de Raffles, el ladrón de las manos de seda, de otro cubano, José Ángel Buesa, quien terminó sus días en Santo Domingo. Y también de la Cabalgata Deportiva Gillette y el “Musié”, Marco Antonio Lacavalerie, el venezolano que revolucionó la narración del béisbol.

Curiosamente, la tecnología ha rescatado la radio después de hundirla. Con ella vamos a todos lados porque la cargamos en el móvil, mucho más cómodo que aquel radio portátil que en sus inicios era un símbolo de estatus. Las emisoras por internet han enviado la onda corta a la irrelevancia total. La BBC de Londres, La Voz de América o Radio Francia se sintonizan con tanta facilidad como una estación dominicana. Todas caben en ese artilugio maravilloso que nos comunica e incomunica en un acertijo cuya solución dejo a los jóvenes.

Los días de radio han retornado con ondas nuevas y claridad de sonido que aporta deleite adicional a las audiciones. Sin importar cuán lejana esté la emisora, parecería que la tenemos en casa. Si nos valemos de auriculares, la emisión es canto al oído, sin ruidos molestos ni interferencias extrañas. Un amigo me hizo llegar una aplicación fabulosa, Radio Garden, que en un derroche técnico muestra un mapa del mundo y, con puntos luminosos, las estaciones radiofónicas disponibles. Iniciativa de una organización holandesa sin fines de lucro, posibilita conectarse con más de diez mil emisoras, incluidas varias dominicanas. Es gratis, pero con una contribución de tres dólares se ayuda a un propósito noble y se ahorra la publicidad. No la de las emisoras, obvio.

Ahora viajo a mayor velocidad que el sonido sentado en cualquier lugar. Sin importar la hora. Sin visados ni pasaportes. En espacio de segundos. Me voy de un rincón al otro del globo en persecución de la música que me gusta, o de noticias que de otra manera nunca sabría. No tengo el mundo a mis pies, sino en mis manos. Digitalmente ignoro fronteras, tropiezo con lenguas enrevesadas y caigo en la cuenta, como si no lo hubiese hecho una y otra vez a lo largo de mis muchos años, de que la música es verdaderamente idioma universal, lengua franca que comunica emociones al margen de razas y geografías.

En estos días de radio, me decanto por los viajes nocturnos, sobre todo cuando me abandona el sueño o me evita, como si mi cerebro fuese una trampa de la que solo salen o entran —sin peligro de ser vistos, oídos o adivinados—, pensamientos, elucubraciones, conflictos interiores, angustias, alegrías y un aluvión de recuerdos, algunos indeseables en línea con el poeta Machado. Insomnio en la madrugada personal.

Una noche me desplacé sigilosamente desde la cama hasta Anádyr, en el extremo oriental de Rusia, en Siberia, sin despertar a mi mujer. Ignoro si allí la nieve lo cubría todo. Yo, en mi huso horario; ellos, en el suyo. Radio Purga desgranaba un listado de favoritas que también podría serlo en Londres. Sonaba About You Now, de Sugababes, un grupo femenino británico que ha vendido millones y millones de discos, ganado premios y nominaciones al por mayor y detalle. ¿Lost on you, ruso? No, del o la norteamericana LP (Laura Pergolizzi). ¿Género? Andrógino. Artista de primera línea en el mundo musical pop, muy conocida primero por componer canciones para Rihanna y Beyoncé. De voz incomparable, le nacieron alas artísticas escuchando a la madre, devota de la ópera y del teatro musical.

No debería sorprender, pero sí. La música popular norteamericana e inglesa se ha desparramado por todo el globo. Esos ritmos se escuchan por igual en radioemisoras de Ciudad Ho Chi Minh, Kuala Lumpur, África del Sur, Samoa, Saint-Denis (isla de la Reunión) o Río Gallegos (Argentina). Al fenómeno lo bautizaron en los días de radio ya lejanos como penetración cultural; ahora, globalización.

Mis intereses musicales responden a otras notas, bien servidos todos. En Nueva Zelandia marchan un día adelante en el calendario. Sintonizo a RNZ Concert FM 89.7, en Wellington, y ahí detengo mi viaje por un buen rato. La Orquesta Húngara de la Ópera interpreta el conocido Preludio Sinfónico, de Puccini. Hay quienes advierten destellos de Wagner en esa pieza sobrecogedora, sobre todo cuando alcanza su clímax antes de descender a un final de suavidad bien cuidada. 

Desde la misma app de Radio Garden puedo acceder a la página web de la emisora, que agota el programa Music Through the Night (Música en la noche). Es poco más de medianoche en el confín meridional del mundo. Margaret Nelsen interpreta al piano Tres Preludios, de Douglas Lilburn, un neozelandés, leo, nacido en una granja de ovejas y quien luego estudió periodismo y música. Influenciado por Sibelius, también escribió un poema sinfónico, Forest, en el que describe a golpe de notas el paisaje otoñal del Monte Peel, en su país natal. El compositor finlandés apelaba en Finlandia, su poema sinfónico de gran carga orquestal, al patriotismo en la lucha contra el invasor ruso. ¿Lo oirán con mucha frecuencia en Ucrania?

En estos viajes durante los días de radio, inevitablemente me detengo en el este y oeste de los Estados Unidos. Hay emisoras dedicadas exclusivamente al jazz, tanto al clásico (si podría considerársele así), como al smooth. Un viaje sin descanso y que sin embargo descansa. En San Francisco, Wynton Marsalis escarba en sus raíces y con su trompeta describe New Orleans. Suena familiar y lo es porque he escuchado la composición muchas veces. La compuso en 1987, para su álbum Standard Time 1. En ese entonces, Marcus Roberts, el pianista ciego que luego alcanzaría fama propia como solista, formaba parte del cuarteto que con acierto interpreta piezas tan conocidas como Cherokee y Caravan, recuerdo de Miles Davis aunque fue compuesta por Duke Ellington. Además, una favorita que escucho con igual fruición en cualquier época del año: April in Paris.

Ceso de saltar de país en país porque siguen Ken Burrell, Dexter Gordon, John Coltrane, Brad Hatfield y su Peaceful. Y descubro No Moon At All, en la guitarra de Gil Gutiérrez y el violín de Pedro Cartas. Algo se aprende en los viajes. El primero es de Oaxaca, México, y el segundo, cubano.

La tecnología nos ha devuelto la radio. Y con ella, la oportunidad de conectarnos con las fantasías con las que forjamos nuestra historia. 

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.