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Rusia, imperial y expansionista

La vocación imperial rusa esta nuevamente en auge

Rusia ha tenido siempre vocación imperial. La antigua Russ ha sido históricamente una sucesión de zares y dictadores inflexibles que han moldeado aquella planicie inmensa en una horizontalidad sin iguales, con afán perpetuo de extenderla hacia otras geografías. El ruso, como afirma Jean Meyer, sufre la “angustia del hombre perdido en la inmensidad del llano desmedido”.

Pedro el Grande la gobernó por cuarenta y tres años, transformó sus estructuras, modificó la conducta de sus habitantes, buscó acercamiento con Occidente casi como una obsesión, se convirtió en el primer autócrata  y fue también el primero en llamarla Rusia en vez de Russ, como había sido antes con su padre, el zar Alejo I. Pedro I de Rusia –que nunca utilizó el título de zar- sustituyó a su hermano Teodoro III en esa dinastía zarista que había inaugurado en 1533 Iván el Terrible, el monarca que, por primera vez, utilizó el título de zar. Todos pertenecían a la dinastía de los Románov que durante tres siglos gobernaron aquel vasto territorio, hasta la abdicación del último zar, Nicolás II, fusilado junto a su esposa y sus hijos, como producto de la revolución de octubre de 1917, comandada por Vladímir Lenin. Resaltemos que Rusia sufrió además, en el siglo XIII, el yugo mongol-tártaro, la más larga conquista política y militar en su historia.

El “vasto llano” como le llama el historiador ruso Serguéi Soloviov, pareciera tener dos componentes geográficos, aunque otros estudiosos de la historia rusa terminan por no ubicar ese gran territorio en ninguno de los dos. ¿Es Rusia asiática o europea?  Vasili Kliuchevski cree que es un “país de transición, media entre dos mundos. La cultura la ligó indisolublemente a Europa, pero la naturaleza le impuso rasgos e influencias que tiraron de ella siempre hacia Asia y tiraron de Asia hacia ella”. En las últimas décadas parece haber triunfado la idea de la Rusia euroasiática. Pueblo de diferentes influencias: del norte le llegó la influencia escandinava y el sentido de Estado; del sur, la influencia bizantina y el cristianismo. Y están los cosacos, un grupo nómada, destinado a cuidar las fronteras, de enorme bravura, que terminó siendo el instrumento de represión de la autocracia zarista.

Rusia es pues, un país que no conoce la moderación. Antón Chéjov escribió: “En Europa occidental, los hombres perecen porque su vida es demasiado confinada, asfixiante y, entre nosotros, porque la vida tiene demasiado espacio”.  Y, a pesar del gran espacio que ocupa en la tierra, históricamente Rusia ha deseado siempre seguir extendiéndose, anexándose nuevos territorios. Esa ha sido la ocupación favorita de sus gobernantes, desde Pedro el Grande. Su vastedad, unida a sus continuas guerras expansivas y a los autoritarismos de sus dirigentes, han creado largos episodios de hambrunas, colectivizaciones forzadas, crisis de mortalidad, junto a epidemias devastadoras como el cólera, represiones persistentes y millones de muertes en los campos del Gulag. Y mientras los problemas crecen, tanto en el zarismo como durante la era soviética, especialmente en la dura época estalinista, la población se expande creando una verdadera tragedia demográfica.

Pero, al mismo tiempo, Rusia ha sido siempre un país amenazado por invasores. Primero, fueron los pueblos nómadas de las estepas, luego los germanos, polacos, prusianos, franceses, alemanes. Un país acosado constantemente, que diezmaba su población. Para que se tenga una idea, según los datos que aporta el historiador francés Meyer, los rusos perdieron en la primera Guerra Mundial diez veces más personas que los alemanes y cinco veces más que los austríacos, y oficialmente la URSS perdió 16 millones de hombres durante la segunda guerra, mientras Alemania sólo perdió dos millones en el frente oriental.

La situación descrita obliga a Rusia a dotarse de armamento militar desde los tiempos de Pedro el Grande, quien es el creador del desarrollo ruso en este aspecto. Lamentablemente, tanto en la época zarista como en la estalinista, la instalación de plantas siderúrgicas para ensamblar el acero y el hierro y producir rifles, barcos, artillería pesada, misiles, producirá despilfarros económicos y tragedias humanas que cuestan millones de vidas. Sucedió bajo el mandato de Catalina II, emperatriz del siglo XVIII, conocida como Catalina la Grande –gobernó durante tres décadas-, continuó con el proceso de industrialización acelerada, las revoluciones de 1905 y la de 1917, y con el crecimiento a marchas forzadas, entre 1917 y 1953, que buscando alcanzar y rebasar a Occidente tuvo un coste financiero y en vidas enorme. El socialismo marxista no logró cambiar ese panorama, pues como afirma Meyer lo que hizo fue sumar “la autocracia zarista al voluntarismo jacobino”.

La vocación imperial rusa no solo se mantuvo sino que conoció un expansionismo sin precedentes a partir del 30 de diciembre de 1922 cuando se crea la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), mediante un tratado firmado por Rusia, Ucrania, Bielorrusia y la región transcaucásica que comprende los estados de Armenia, Azerbaiyán y  Georgia, además de Letonia, Lituania, Estonia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Moldavia. En total, 15 naciones conformaron la URSS, bajo la dirección de Lenin.  Dos años después muere el fundador de la Unión Soviética y se inicia el imperio estalinista que se mantiene durante veintinueve años, o sea desde 1924 hasta 1953. La idea de Stalin es la de un Estado totalitario, “con su estilo pesado, colosal, imperial”. El “hombre de acero” es el auténtico constructor de la URSS y de la Gran Rusia que, en verdad, reinaba como la Madre Patria. Stalin continúa la expansión territorial, independientemente de sus grandes logros en diversos renglones, sobre todo en la primera etapa de su gobierno unipersonal y casi “divinizado”. Unificó a Rusia, anexionó varias islas, controló Manchurria y el territorio mongol, los países bálticos, la mayor parte de Prusia oriental, expulsó a polacos y alemanes de los territorios ocupados y, en definitiva, hizo mucho más grande y extensa a la Gran Rusia, aquel campesino georgiano, hijo de un zapatero y una lavandera, que a los siete años estuvo a punto de morir a causa de la viruela. Pero, a su vez, fue creando nuevos estados socialistas satélites, como el caso de Polonia, Rumanía, Hungría. Cuando los gobiernos europeos, que habían reconocido a la URSS, vinieron a darse cuenta de por dónde iba la cosa, ya parecía tarde. Winston Churchill fue el primero en advertirlo cuando escribió al presidente norteamericano Harry Truman diciéndole que abriese los ojos y que se había creado el “telón de acero”, término que se popularizó un año después en un discurso del primer ministro británico en el Westminster College. A esa hora, Stalin controlaba Europa central hasta Viena y todos los Balcanes, menos Grecia. Salvo Checoeslovaquia –que sería sometida más tarde- ya no quedaba un solo gobierno no comunista. Había comenzado la sovietización de Europa. Y estaba haciendo sus primeros pininos la “guerra fría”. Todavía los historiadores rusos y norteamericanos no se ponen de acuerdo para determinar quién o quiénes iniciaron la “guerra fría”, pero ya en 1943 el embajador soviético en Estados Unidos, Maxim Litvínov, le confió al entonces Subsecretario de Estado Sumner Welles –muy recordado por su labor como embajador en República Dominicana en los años veinte- su pesimismo en cuanto al mantenimiento futuro de las relaciones entre la URSS y EE. UU. “Al final de la guerra esperé una real cooperación internacional…Ahora creo que lo mejor que podemos esperar es una tregua prolongada…los acontecimientos son demasiado fuertes para los que deberían controlarlos, cuando les han impreso un curso equivocado…la URSS ha ganado la guerra y ha perdido la paz. Ustedes tienen que aprender a torear al toro”. La vocación imperial rusa estaba nuevamente en auge.

LIBROS
  • Expandir imagen
    Jean Meyer | Círculo de Lectores, 2007 | 635 págs. La historia de un gigantesco país que durante el siglo XX se convirtió en el mayor imperio de la tierra.
    RUSIA Y SUS IMPERIOS 1894-2005

    Jean Meyer | Círculo de Lectores, 2007 | 635 págs. La historia de un gigantesco país que durante el siglo XX se convirtió en el mayor imperio de la tierra.

  • Expandir imagen
    Siglo XXI, 2017 | 581 págs. | Artículos, discursos y correspondencias en torno a los acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia entre febrero y octubre de 1917.
    ENTRE DOS REVOLUCIONES VLADÍMIR ILICH LENIN

    Siglo XXI, 2017 | 581 págs. | Artículos, discursos y correspondencias en torno a los acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia entre febrero y octubre de 1917.

  • Expandir imagen
    David L. Hoffmann | Ediciones Rialp, 2019 | 269 págs. | Un relato sintético de este importante periodo de la historia mundial, basado en las últimas investigaciones sobre la URSS.
    LA ERA DE STALIN

    David L. Hoffmann | Ediciones Rialp, 2019 | 269 págs. | Un relato sintético de este importante periodo de la historia mundial, basado en las últimas investigaciones sobre la URSS.

  • Expandir imagen
    Antony Beevor | Círculo de Lectores, 2000 | 538 págs. | Hitler invade la URSS. Una de las contiendas más cruentas del siglo XX y una batalla decisiva en las calles de Stalingrado.
    STALINGRADO

    Antony Beevor | Círculo de Lectores, 2000 | 538 págs. | Hitler invade la URSS. Una de las contiendas más cruentas del siglo XX y una batalla decisiva en las calles de Stalingrado.

  • Expandir imagen
    Sumner Welles |  Editora Taller, 1981| Dos tomos, 990 págs. | Durante su estancia aquí como embajador Welles escribió esta formidable historia dominicana que abarca de 1844 a 1924.
    LA VIÑA DE NABOTH

    Sumner Welles | Editora Taller, 1981| Dos tomos, 990 págs. | Durante su estancia aquí como embajador Welles escribió esta formidable historia dominicana que abarca de 1844 a 1924.





TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.