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Ella, Soledad, la palabra la cobija

Homenaje a Soledad Álvarez

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Ella, Soledad, la palabra la cobija

¿Por qué ese nombre de mujer sola? La soledad es el silencio…y ella es vértice y festín, porque sus palabras crecen, duelen, conjuran. La soledad es, para ella, ausentarse de los nombres que ama.

Hela, ahí. Abandonada en el silencio y, sin embargo, transformada en hilo desnudo con un millón de luces en su cuerpo. Un incendio sin llamas ni cenizas. Equilibrista en el vacío que escapa siempre hacia arriba.

Volatinera y sola. Sin antifaz. Ella es todas las mujeres y a todas les sobrevive porque viven en ella, con sus silencios, con sus vacíos, con sus heridas, con sus dudas, sin olvidos. Ella es la mujer que es. Dejó la casa de madera de la infancia y no miró hacia atrás porque el pasado sólo depara engaños.

“La mutación del tigre en la casa de la luna/ El cielo como herida rasa/ La cama breñal quebradizo por donde asciendo/ Para que la mano trace la cifra imposible/ Y la boca diga su palabra de renuncia/ Última que escribo/ a su sombra/ En el códice de la locura”.

Ella es la que hace posible el vuelo desde sus estaciones íntimas, autobiografiándose en  el agua, desnuda, con la sonrisa rancia en el rostro desollado por la soledad, sin extraviarse, justo donde sus caminos la conducen hacia el laberinto. Ella, la que tiene casa y un diamante en la frente, no sabe caminar entre las tablas de la locura, probablemente porque ama, porque marca su territorio con la lengua, hasta abrir los cauces de la eternidad.

Con la lengua construye sus palabras y las dice, las proclama, dejando huellas como pez en vorágine de líquenes y arenas tibias. No hay reparos que no deshaga mi lengua/ ni espacio intocado que no explore…Ella se deja ir, se deja volar, sin estratagemas para escapar, sin los cerrojos que callan la boca, sin ordenanza, con las manos de anhelante mamífero hacia arriba, siempre hacia arriba, hacia el cielo pintado.

“Rozar la boca sin riesgos. Sin lengua. Sólo/ con los labios./ Puedes engarzar tus dedos con sus dedos,/ llamarlo por su nombre vulnerable/ y quedarse en su pecho como si fuera tabla de/ salvación para el naufragio./ No te fíes: despierto clavará las garras”.

Hela, ahí. Revelándose. Rebelada. Edificando su ausencia sobre su soledad, donde el poder del amor jamás podrá vencerla. Ella es el deseo apostado en la esquina, contra las acechanzas del pensamiento y la carne. Ella es verdad y sueño. Muchas verdades sobre verdades. Sueños sobre sueños, esquilmados, constreñidos y, otras veces, conquistados. Sabe que entre esas verdades muchas tendrá que olvidarlas en el camino, pero no sabe cuáles. Se sabe prisionera de ningún fin, porque alguien soñó por ella el vacío que eligió su nombre entre todos los nombres.

Y, entonces, abril. El estallido. Era casi niña. Descalza, frente a las calles en llamas, estallando también sus pechos bajo la blusa. La insurrección. Las barricadas. Y cuarenta y dos mil marines con resuello de bestia ciega. Ella no entendía, pero los oyó llegar, mientras despertaba con el quejido de la tierra, la hendedura del cielo, la furia del mar violado…la ciudad dividida en dos despedazada/ en su mismo centro agarrotado por el/ invasor el cinturón de púas. Y en el revés estéril la mirada obscena del marine y ella dejó de ser, desde entonces, por la que sería.

Hela, ahí. Ahora en los ruidos y las zozobras y las floraciones en el día estepario de los setenta…como si no viviera entre nosotros el miedo/ como si no esperara para hincar en el envés/ su destellada infectada.

“ayer allanaron la casa del vecino/ mañana estará muerto lo asesinarán en la montaña/ y olvidaré su mirada dulce recorriéndome/ que lloré por el amor que no llegó a ser por la vida trunca./ Demasiada atrocidad para el milagro”.

Ella va de camino, desde entonces, desde siempre, por las hondonadas de los días largos y los trechos de las vías recónditas. Hecha ella. Entre libros, lámparas, palabras. Sin poseer y sin querer nada como no sea entender la ráfaga iluminada del misterio…y el espanto de la fe.

“Me basta lo que tengo/ Mías son las hormigas ensimismadas/ el camino brillante de la babosa/ la rana recién nacida en el baño de mi hija/ y este blues largo/ para decir tu nombre/ como un trofeo”.

Ella ha amado y ha sido amada. Ha sido remolcada hacia la playa con olas rompientes. Ha sido subsumida por el torbellino de espumas abiertas en el que se arremolinan los pulpos del deseo…y la cama ya no es playa ni mar/ sino isla/ donde una niña duerme/ acunada en el regazo de la tierra.

Hela, ahí. Palpitante. Espesura del silencio. Derrumbe de cristales. Escribiendo la memoria en la huella de sus manos, en el lomo tibio del pan. Nadando en corrientes tranquilas y en aguas profundas. Y otras aguas desde sus adentros, desbordadas. Ella es un cuerpo dejándose ir, hundiéndose. Se sabrá luego resucitada. Años de lucha tenaz y de suicidio. La cosmética de una piel y su resguardo. Ella se sabe ondeante, como una bandera agujereada por el viento. Ella presume que nada quedará de su presencia que no sea el recuerdo.

“Mañana escribiré sobre la muerte de los amantes/ recuperaré entre todos los momentos/ el que nos salvó del miedo y su deriva/ el más limpio/ cuando dijiste que el amor no contradice/ la ausencia del amor/ y tus ojos se humedecieron/ y acariciaste mi espalda/ con la delicadeza/ del que se aleja de puntillas”.

Se sabe perseguida –los setenta en su fuego- y una épica retrocede sin el nosotros que soñó una salvación que no llegó y que dejó a tantos, a muchos, a ella, en la deriva insomne. Tiene la sospecha de que la ciudad no volverá a ser de ella y de los otros, como en el naufragio. A un amigo querido, lo asesinaron en la calle. Una fruta enterrada que ya no existe. “Sus ojos nunca más verán la luz nunca más despertarán/ en la habitación repleta de libros/ donde la madre doblaba dulcemente las camisas,/ ajena a los presagios”. Su amigo, Orlando, está muerto. En polvo seco convertida su estatura vertebrada,/ en foto inalterable su designio. (Luis Eduardo Aute y Ana Belén se escuchan al fondo). Era, entonces, cuando las calles enemigas estaban desiertas, desnudadas por el terror, apretando el círculo la bestia, derramadas las salidas cerradas, los cuerpos en fuga hacia sus laberintos.

La Habana fue el camino a seguir. Sus portales nocturnos. Sus jardines abandonados. Sus ruinas. Y, sin embargo, el envite gozoso multiplicando los puentes y todo era tan simple a pesar del hilado complejo y tan claro a pesar de la oscuridad. Y haciéndole compañía, el libro, el abrazo, una habitación insomne, el aula, un verso iluminado, una esquina de Calzada, un mar encrespado de consignas, la muchedumbre, los brazos alzados, el porvenir dialéctico, la historia como coartada, y voz en cuello una canción de Silvio. Bello y terrible, a la vez. Treinta y tantos años después, un recuerdo que la define y que se escapa.

Después, dijo. Ese después que dejó un paisaje de la batalla, cuando se olvidaron las estrellas en la frente. Y hubo que encajar el golpe y firmar la absolución. Las utopías como ángeles derribados. Entonces, llegó el tiempo de cerrarles la puerta a los fantasmas, no dejarlos entrar. Los amados pretéritos se han ido. La caricia se raciona como la piedad. Cerrar la puerta, dijo. Encender la luz que desvanece los espejismos, si te amaron, si algunos viven, si alguno ha muerto. Lo otro es bailar sobre la pira.

Hela, ahí. Triunfante. Ella es su palabra y su mirada. Ella es la que vive. No menos Soledad que ayer. O que mañana. Ella, la que buscó un destino sin heridas. Ella, poeta, mujer; ella, la que resplandece con lo único que amó, mientras la palabra la cobija y la noche y el árbol.

Homenaje a Soledad Álvarez, que el pasado miércoles 16 de marzo recibió el honor máximo de las letras dominicanas, el Premio Nacional de Literatura. Estas raciones han sido escritas con las letras de sus versos. Las vocales del silencio alcanzando la plenitud de la vida.

Libros
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    Soledad Álvarez | Banco Central, 2009 | 182 págs. | Los textos que integran este volumen son de primera intención: francos, espontáneos, no definitivos, lectura de aproximación…
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    Soledad Álvarez | UCMM, 1981 | 132 págs. | Primer libro de la autora. Premio Siboney de ensayo 1980. Una aproximación al pensamiento de nuestro gran humanista.
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TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.