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Viviendo el placer como un dolor futuro

La escritura alcanza el alto mérito de una obra de arte cercana a la excelencia

Escribí esta reseña ¡hace 29 años! Annie Erneaux resultaba entonces para mí un descubrimiento. Dejé constancia. No era conocida entre nosotros. Tal vez hoy lo siga siendo. “Pura Pasión” era su sexta novela. Había que conocer las anteriores. Era novedosa, no solo por el nombre, sino fundamentalmente por el tipo de novela que escribía y el abordaje que hacía de sus historias. Había publicado ya, entre otras, “Los armarios vacíos” (1974), “La mujer helada” (1981), y “El lugar” (1983), que la lanzó a la fama. Y los premios comenzaron a lloverle desde temprano. Para esos años noventa no resultó fácil conseguir sus otros libros. Hubo que esperar o localizarlos, por alguna vía, en España. Poco a poco. Autora de novelas breves, ha levantado su obra literaria desde el armazón de su memoria personal: sus orígenes de pobreza, los constantes desacuerdos con sus padres, el aborto clandestino que sufriera cuando era apenas una estudiante de bachillerato, las humillaciones padecidas por su clase social, la sexualidad y el deseo reprimido de amantes ciertos. Juega con su intimidad y con ella escribe novelas de corta escritura y largo aliento. Por el tiempo cuando conocimos la escritura de Annie Erneaux comenzaban a brillar el chileno Luis Sepúlveda “(Un viejo que leía novelas de amor”), la cubanopuertorriqueña Mayra Montero (“Del rojo de su sombra”), la boricua Rosario Ferré (“La batalla de las vírgenes”), Antonio Muñoz Molina (“El jinete polaco”) que era el hit de la hora, y surgía para las letras dominicanas un fenómeno llamado Julia Álvarez (“De cómo las chicas García perdieron su acento”). Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa estaban en la palestra, el primero con “Del amor y otros demonios” y el segundo con sus memorias políticas “El pez en el agua”. Había llegado ya la norteamericana de origen chino Amy Tan (“El club de la buena estrella”); estábamos arrobados con “Corazón tan blanco” de Javier Marías; comenzábamos a leer al turco Omar Parnuk (“La vida nueva”), conmocionaba la historia de la bengalí Taslima Nasrin (“La vergüenza”) y ya estábamos en la lista de fan de Almudena Grandes con “Malena es un nombre de tango”, después de haber quedado boquiabiertos con “Las edades de Lulú”. En fin, corría el año 1993 y ya Annie Ernaux, con su sexto libro, y el primero que leímos de ella, nos parecía que más que novelas construía obras de arte. La escritora francesa estaba en las quinielas de este año para el Nobel de Literatura junto a la neoyorquina Anne Carson (“La belleza del marido”) y el francés Michel Houellebeck (“Las partículas elementales”). Al elegirla como ganadora la academia sueca dictaminó que lo hizo por “la valentía y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, las distancias y las limitaciones colectivas de la memoria personal”, porque “cree en la fuerza liberadora de la escritura” y por una obra “intransigente, escrita en lenguaje sencillo y raspado hasta la limpieza”.

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No son pocas las ocasiones en que uno se resiste a valorar como “novela”, engendros narrativos que, probablemente, no cumplen con los requisitos de la más tradicional preceptiva. Aunque suelen muchos, con persistente cerrazón, negar el señalamiento clasificatorio en el género a determinados escritos literarios, lo único cierto, según nuestra frágil entendedera, es que lo que debe primar al momento en que se examina el acto literario, es el mérito artístico que el mismo posee y oferta.

La novela como género literario, afirma Francisco Ayala, “presenta unos perfiles borrosos, con la rara peculiaridad de resistirse a cualquier definición”. Incluso, los elementos ficcionales del relato pueden perfectamente no solo nutrirse, sino también sustentarse, en toda o gran parte de su línea argumental, sin que la fabulación se constriña o extinga, ya que lo que deberá primar será el abordaje y las perspectivas de la estructura narrativa que delineen el propósito literario y dimensionen los valores de la obra de arte como tal.

Annie Ernaux al escribir la novela corta Pura pasión -¿acaso será necesario fijar la vastedad o la concisión como características fundamentales del género?- plantea de nuevo esta necia y riesgosa disyuntiva: la escritura narrativa y el sustrato de su ordenamiento y exposición y, en estos, su complejo andamiaje y su singularidad estética bajo el potencial de la imaginación y, como en este caso, del hallazgo artístico.

Pura pasión es la historia de una mujer que, en un momento de su existencia, decide, como única motivación vital, esperar a un hombre (“Me habría gustado no tener nada que hacer salvo esperarle”). Diplomático de un país del entonces Este socialista, sentía atracción por los trajes de Saint-Laurent, las corbatas de Cerruti y los coches grandes, además de que le gustaba que le encontraran cierto parecido con Alain Delon (“precisamente, él, que venía de un país del Este”). Era un hombre casado que viajaba constantemente, que le prohibía a ella que le enviase cartas, que le hiciese regalos que no pudiese justificar ante su esposa, o que le telefonease. Ella lo esperó siempre (“Yo no era más que tiempo que pasaba a través de mí”) y mientras aguardaba acumuló “las manifestaciones de una pasión”, cuyos orígenes no hizo intención de buscar como tampoco quiso explicar, “sino sencillamente exponerla”.

Él regresó, en efecto, pero ella se quedó con la impresión de que este hecho nunca ocurrió. Fue un regreso irreal, inexistente, y en esa indecisión programada construyó el tiempo de su pasión. Ella, mientras tanto, se debatía entre su espera y su delirio por un lado, y la escritura, la narración de este episodio de su vida, por el otro. Aunque recuerda al margen que él “no escogió figurar en mi libro, sino solo en mi vida”, explicará que durante todo el tiempo de su espera ella ha tenido la impresión de vivir su pasión en clave de novela, “pero ahora no sé en qué clave la estoy escribiendo, si en la del testimonio, o de la confidencia -como suele ser habitual en las revistas femeninas- en la del manifiesto o del atestado, o incluso del comentario de texto”.

En esa simbiosis texto-libro (escritura) y sexo-suceso (la historia), se construye todo este prospecto narrativo, donde el relato se escabulle dentro de la escritura como un recurso acompasado y dialéctico, en el que la narradora (o la mujer que espera a A.) no sabe cuándo es tiempo la espera y el regreso, o cuándo es sólo escritura el suceso y sus secuencias.

En ese tono, el sexo y la escritura se asocian para crear esta angustia vitalísima y la tensión desgarradora que se percibe en todo el relato, incluso en las singulares referencias a pie de página que delinean la estructura narrativa y su contexto (“…todo el texto construido día tras día en mi cabeza desde la primera noche, con imágenes, gestos, palabras…el conjunto de señales que constituyen la novela no escrita de una pasión empieza a deshacerse. De aquel texto vivo, ésta es tan solo el residuo, la débil huella. Como el otro, éste, algún día, tampoco significará nada para mí”).

“No escribas un libro sobre mí”, le pidió A. a ella. Ella no escribió, dirá, un libro sobre ella y él. “Me he limitado a expresar con palabras…lo que su existencia, por sí sola, me ha dado. Una especie de don devuelto”. Annie Ernaux, novelista laureada de Francia, poco o tal vez nada conocida entre nosotros, hace la revelación de una pasión en un relato donde el placer se vive como dolor futuro y donde la escritura alcanza el alto mérito de una obra de arte cercana a la excelencia y a la ejemplaridad.

(Los lectores pueden encontrar este texto en mi obra “Espacios y resonancias” (“Criterios literarios”), Vol.III. Ediciones Centeno, 2015).

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    Annie Erneaux Tusquets, 1993 75 págs. El deseo que idiotiza, narrado descarnada y limpiamente. Un desvarío que cualquier mujer experimenta alguna vez en su vida, pero no lo cuenta.

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    Almudena Grandes Tusquets, 1994 552 págs. La tercera novela de la fenecida escritora madrileña, después de sus primeros dos grandes éxitos, “Las edades de Lulú” y “Te llamaré viernes”.
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    Almudena Grandes Tusquets, 1994 552 págs. La tercera novela de la fenecida escritora madrileña, después de sus primeros dos grandes éxitos, “Las edades de Lulú” y “Te llamaré viernes”.




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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.