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Ignoro si ganará el mejor

Ha habido muchas sorpresas en el Mundial

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Ignoro si ganará el mejor

En marcha ya la vigésimo segunda edición de la Copa Mundial de Fútbol, en Qatar y por primera vez en otoño. Las temperaturas infernales que imperan allí a mitad de año provocaron la ruptura con la tradición en el festival del juego bonito. ¿Ganará el mejor? No me atrevo a predecirlo. Japón le propino una derrota antológica a la todopoderosa escuadra alemana; y para que todos quedáramos boquiabiertos, Túnez humilló a la triunfadora del pasado Mundial, en Moscú, Francia, y a su rutilante estrella Kylian Mbappé. No se agotan las sorpresas: Australia superó la primera eliminatoria, la fase de grupos, y México va camino a casa. Arabia Saudí se llevó de encuentro a Argentina y a Messi.

Podría llamársele la Copa del Escándalo, competición plagada de controversias desde que se anunció la sede. Miles de millones de dólares se mueven al compás de este encuentro de selecciones nacionales y el complicado proceso de eliminación. Fiesta del espíritu y del músculo, porque el idioma de esa disciplina tan demandante lo entendemos todos. Habrá tristeza y alegría. Al final, se habrá escrito un capítulo más en una historia con fecha cada cuatro años.

El fútbol de hoy en día dista mucho de aquel Mundial de 1930 en Uruguay, cuando las selecciones nacionales abrieron un nuevo capítulo en la historia del deporte más universal. La tecnología se ha combinado con un conocimiento más a fondo sobre dieta, nutrición, resistencia física, rendimiento y comportamiento humanos frente a exigencias anatómicas extremas. La espontaneidad está en baja porque el diseño del juego obedece más a estudios acabados del rival, de su juego asociativo, de la fuerza o debilidad en cada posición. Que la estrategia se ha impuesto y cada entrenador tiene un librito propio apoyado en ordenadores, métricas rigurosas y la observación insistente. Aún así, lo humano, por su carácter impredecible, deriva siempre en sorpresas. Como en el ajedrez, la estrategia es fundamental. Cada partido se ejecuta en atención a un cuidadoso diseño destinado a bloquear las opciones de los rivales. Se anticipan los desplazamientos, se modera o intensifica la dinámica del equipo. Quedan jugadas instintivas; otras, el resultado de una planificación compleja en la que el cerebro y el músculo comparten responsabilidades.

Las transmisiones televisadas también han evolucionado al compás de la revolución tecnológica en los medios audiovisuales. Es el primer Mundial con el VAR, el árbitro asistente de video, con la misión de evitar errores que impidan un resultado justo. Interviene en cada jugada conducente a un gol. Poco importa: las quejas sobre el arbitraje han estado presentes en Qatar y provocado más de un encono y sospecha. No cesa de impresionarme la precisión con que ahora se determina la posición no reglamentaria (offside) y su representación en la pantalla chica. Los movimientos y combinaciones de los jugadores pueden observarse con gráficas igualmente detalladas y que muestran de manera simple la inteligencia y profundidad detrás del juego.

Sin importar género ni raza, posición social o ideas políticas, decenas de millones de personas urbi et urbe siguen o juegan con fruición un deporte que con toda propiedad puede llamarse global pese a su génesis europea. Países industrializados y en vías de desarrollo han encontrado un campo común en el que las diferencias se miden en goles, la rivalidad se resuelve en dos períodos de apenas 45 minutos cada uno, sin bajas graves entre los contendientes y sin necesidad de artilugio alguno. El fútbol es pasión, arte, estrategia, ilusión, destreza y resistencia. Entusiasma y deprime; alegra y entristece; y a todos revela la verdad de cuánto significa el trabajo en equipo.

Deporte sin fronteras, el balompié no permite las medias tintas en el combate contra la discriminación y el racismo. Respect, respeta, aparece claramente en los uniformes, como aviso serio de que con determinados valores no se juega. Árbitros, jugadores y entrenadores conforman una suerte de hermandad cuyos miembros se mueven con facilidad de país, liga y continente.  Sin embargo, cabe otro nombre para este encuentro en el país catarí: Mundial del Compromiso. La Federación Internacional de Fútbol (FIFA) ha acomodado sus normas a la cultura catarí, en choque directo con la aceptación del colectivo LGTB en las sociedades occidentales. Ha prohibido que los futbolistas manifiesten su inconformidad con la rigidez islamita frente a la diversidad sexual y el trato a los inmigrantes, un ochenta por ciento de la población total de Qatar y columna sobre la que se sostiene la economía de ese país, rico en recursos energéticos y poco poblado. También se prohibió la venta de cerveza en las cercanías de los estadios, casi todos construidos apresuradamente para albergar la cumbre futbolística. La inversión catarí para este Mundial supera varias veces el presupuesto nacional dominicano.

La dificultad inherente a la práctica del fútbol escapa a cualquier otro deporte, precisamente porque no se practica con las manos, los instrumentos humanos por excelencia para crear y ejecutar las maniobras más simples o complicadas. Excepción hecha, todo el cuerpo humano entra en el juego, hasta el trasero. Como en ninguna otra disciplina, la capacidad de creación adquiere una dimensión mayor porque prácticamente envuelve toda la anatomía. El balompié es arte y comparte expresión con la danza y la acción dramática, por ejemplo.

Ciertamente es un arte sometido a reglas muy estrictas y cuya transgresión se paga con castigos que van más allá de la suspensión por un partido. No se discute la autoridad del árbitro so pena de sanción y, tal una sociedad organizada, la agresión al rival tiene consecuencias.  Como símbolo social, la potencia del fútbol es inigualable. El juego se basa en la solidaridad y de ahí que a los equipos se les llame combinados. Raras veces las jugadas son individuales y la comisión de un gol está a menudo precedida de varios pases, necesariamente asociados. Manda el colectivo porque la posición no otorga el protagonismo. El héroe podría ser lo mismo el portero que un zaguero, un mediocampista o un delantero. Al final, todo el equipo.

Del genial Jorge Luis Borges proviene la frase lapidaria de que el fútbol es una cosa estúpida de ingleses. No jugaba solo, pero en el equipo contrario tiene a atletas intelectuales de la talla de Albert Camus, en un tiempo portero en Argelia y que atribuye a la trayectoria arbitraria del esférico uno de sus mayores aprendizajes en la vida. Rafael Alberti se inspiró en un arquero húngaro y si distantes políticamente, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa coinciden en su reconocimiento al balompié. No se les queden en la zaga Miguel Hernández, Eduardo Galeano y Camilo José Cela.

El fútbol ha alcanzado su nivel máximo en países latinos, quizás porque como ningún otro deporte se aviene al carácter nuestro, a esa latencia estética que se ha desarrollado a lo largo de los siglos de nuestra civilización.  Explica, por ejemplo, la diferencia de estilo entre un futbolista brasileño y un inglés o turco. Entre el Leonel Messi del francés PSG y el portugués Cristiano Ronaldo, de reciente ruptura con el Manchester United. Hay un empeño artístico que le ha dado al fútbol formas nuevas y mayores espacios para el deleite de la hinchada.

Habrá treinta y un perdedores y un solo ganador. Yo siempre gano, porque un buen partido de fútbol es para mí tónico de vida.

adecarod@aol.com

La Federación Internacional de Fútbol (FIFA) ha acomodado sus normas a la cultura catarí, en choque directo con la aceptación del colectivo LGTB en las sociedades occidentales. Ha prohibido que los futbolistas manifiesten su inconformidad con la rigidez islamita frente a la diversidad sexual y el trato a los inmigrantes, un ochenta por ciento de la población total de Qatar y columna sobre la que se sostiene la economía de ese país, rico en recursos energéticos y poco poblado.


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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.