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La canasta de iras implacables

Observo el hambre entrando en salones y estancias, en caminos poblados y en ruinas andantes

Uno la percibe. La observa. La siente. Está arrinconada en los guetos donde todos creemos que habitan los forajidos, cuando en verdad es ella la vecina siniestra, la lancinante muestra física y mental que arropa los despojos y violenta los entendimientos de los que la padecen.

Camina lenta, bordeando la cañada, y va penetrando, poco a poco, cada rendija del espacio geográfico, construyendo los cimientos de la desigualdad y el desplome del espíritu. Se sabe cómo se injerta en el tejido social, pero tal vez no se sepa bien cuando va mordiendo masa, apurando sus niveles de desesperanza, destruyendo sueños y haciendo resonar el estrépito soez de su angustia.

Es el hambre, la colérica melodía gris del hambre. Muchos la miran y pasan de largo. Otros, le muestran absoluta indiferencia, empeñado como andan en encontrarle camino a  sus propias miserias. Los pocos, la vemos cercana, nos circunda, nos invita a conocerla, nos conmueve. A mí, particularmente, me crea sobresaltos y me apena que los más no la vean, no quieran verla, le huyan, la nieguen.

A dos o tres pasos de tu casa, a un paso de donde parqueas tu vehículo, a medio paso de tu vida, está el hambre acosándote y no te das cuenta. Tengo años buscando razones a esta expansión de la miseria, al hecho de que ya no se queda en el gueto y es posesión de amigos y familiares cercanos, de profesionales embrionarios o veteranos, asiento de muchos que saben esconderla en sus intersticios de dignidad sobreviviente.

Lo vengo diciendo y repitiendo en tertulias, discursos y entremeses. Discursos familiares, mesas cuadradas de amigos, al calor de conversaciones tornadizas, de ventoleras acuosas, de pregones de sobremesa. Observo el hambre entrando en salones y estancias, en caminos poblados y en ruinas andantes. Y no son sólo los recogidos en los barrios periféricos, que así les llaman, o en los menos periféricos que están justo dentro de zonas acomodadas, como si dijésemos acoradas al bienestar. Allí, cerquita. Son también, los que reconocemos observando y los que exhiben sus dolientes poseedores, en confidencia que tiene rasgo de espanto y de duelo. Hay hambre en el país. Y parece que no lo sabemos. Que no contamos con ella para nada. Que no nos estremece. Que no nos duele.

Hay cientos de profesionales que encontraron un cobertizo para cubrir sus miserias, uberiando calle arriba, avenida abajo. Amigos o conocidos donde en las mesas de sus viviendas no existe la seguridad del alimento diario. Hombres y mujeres que se asisten de familiares o compadres para allegarse unos cheles con los que puedan enfrentar la dureza del día-a-día. Personas que no necesitan decirnos cómo y dónde viven para reconocer en ellos la marca del hambre. Púberes, empapados de mugre, malolientes, en las esquinas, en las paradas, en los semáforos, cuyo solo objetivo es saciar su hambre. Jóvenes consumidos por los vicios de distinta estirpe, cuya única realidad es el hambre. Hay muchos condenados por la sociedad que lo único que han violentado en sus vidas y en las de los demás es su derecho a no morir de hambre. Ella ha sido su compañera, para muchos, desde viejos tiempos, o desde el momento en que fueron concebidos. La conocen, la ven a diario, es su amiga y su retranca. Una enemiga fiel que le brinda cuidado, abrigo, ira y desconsuelo. Decía Chateaubriand que “casi todos los crímenes que castiga la ley se deben al hambre”.

Puedo aceptar como cierta la frase de Benjamín Franklin quien decía  que “el hambre pasa por delante de la casa del hombre laborioso, pero no se atreve a entrar en ella”. Y lo contrario: que hay hombres necesitados de servir y trabajar, a quien no se le acerca el beneficio del empleo o la chilata de un bono justiciero, y el hambre no sólo penetra su hogar sino que le acosa cuando sale en busca de sustento. El hambre es una siniestra manera de vivir que no debiera expandirse y que urge enfrentar con políticas eficaces, con dinero bien invertido, con porcientos que no se los lleve el viento, que no los mutile la insaciable codicia de los que se arriman a un presupuesto, que  no se esfumen en la indecorosa indiferencia de los poderosos.

Está bien que nuestro crecimiento económico sirva para mantener el país en la fragua de su estabilidad y progreso. Pero, hay que formular ideas y planes, que nunca terminan de salir a la luz, para llevar ese crecimiento a las mesas y a los vestidos y a las esperanzas de los menos afortunados. Está bien que redescubramos a Europa con discursos grandilocuentes y cifras prodigiosas, y que esa reconquista sirva para traer más pieles blancas a tostarse en nuestras playas, y con ellas lleguen los bojotes de cuartos que necesitamos para estar mejor, supongo. Pero, es necesario pensar por cuáles caminos enderezamos la verja y aquietamos las reses para que el hambre y la miseria que se expande no terminen por arruinar las esperanzas de tantos, de muchos.

El país tiene una historia de hambre. Hay países que nos llevan decenios de ventaja en esta real calamidad, casi acostumbrados a sus miserias. Para nosotros, con buen crecimiento económico -dicen-, con buenas expectativas de remesas producto del trabajo de la nutrida y leal población dominicana en el exterior, con planes de todo tipo que uno espera que no terminen habitando el reino de las burbujas, el hambre que se pasea por nuestras calles y barrios debiera ser anatema. Hay que transformar la sociedad, y es un viejo llamado, una vieja esperanza, un viejo discurso, que amerita en estos tiempos una reformulación eficaz. Menos barullo y teoría, tenemos mucha gente que está necesitada de esperanza.  El que manda -afirmaba Gengis Khan- debe pensar en el hambre y la sed de los que obedecen.  Esto no se da muy bien en otras geografías. Tratemos de que en la nuestra sí.

Durante años pensábamos que ante el fracaso de otros sistemas y de otras esperanzas que se mal nutrieron en el camino, las teorías liberales alcanzarían la redención. La fantasía parece haber terminado en pesadilla. Hay desigualdades en los ingresos, un desajuste imparable en la redistribución de las riquezas, un capitalismo sin restricciones,  un amplio descreimiento en las instituciones.  Con un mundo en guerra, una Europa que muestra laceraciones en su epidermis, un Estados Unidos cuyo poder global acusa grietas, potencias en declive que instigan resoluciones amargas a nuestra identidad y a nuestra historia, República Dominicana está obligada a cuidar su devenir de las garras zombis de extraños intereses.

Que no nos duerman con regalos, que el que vive de regalos es porque tiene hambre. El proverbio hindú dice más: “El que mendiga en silencio, muere de hambre en silencio”. Tenemos que luchar contra el hambre ya establecida y con el hambre que se nos va arrimando.  Y si son multitudes, el freno es sangriento y nunca se repara la herida. Crecimiento económico con transformaciones sociales. Con lucha institucional contra el hambre. Con el exterminio de una pobreza que va tocando ya nuestras puertas, en hombres, mujeres y jóvenes, a quienes se les puede conocer en los rostros la dura carga de la vergüenza, el pesimismo que acarrea la desventura o la desesperanza hundida entre los pómulos. Mientras van, casa a casa, camino a camino, llamada a llamada, reclamando, muchas veces sin palabras, un pan para su huerto en ruinas.

Ojalá no ver jamás en nuestra tierra la ira de los pobres. No sería agradable ver la lucha que se libra con alguien que sufre hambre. La conciencia llama. La indiferencia es perversa. La ausencia de políticas consecuentes, nefasta. Las ideas desoladas no deberían tener espacio para afirmarse.  Ojalá la “canasta llena de iras implacables”, que cantaba el poeta, no se manifieste nunca en nuestros aleros. Es urgente impedir ese día oculto en la desesperanza, redescubriendo la pobreza que se muestra a diario en nuestros andenes, en nuestras inseguridades, en nuestra habitación común.

Un 25% de la población dominicana terminó el 2022 en niveles de pobreza (o sea alrededor de 3 millones de personas), esperando se incremente en 2023 en 4%. Los niveles de pobreza extrema están en 4.8%, cerca de 600 mil individuos indigentes. 1 de cada 5 jóvenes forman parte de la llamada generación de los Ni-Ni (alrededor de un millón). El nivel de desempleo de esa población joven (entre los 15 y 29 años) es de 29.4%, más del doble de la tasa promedio de desempleo nacional.

LIBROS
  • Expandir imagen
    Pedro Mir, Editora Corripio, 1987, 255 págs. Los orígenes del hambre en República Dominicana. El célebre y poético ensayo de nuestro Poeta Nacional, publicado hace 35 años.
    HISTORIA DEL HAMBRE

    Pedro Mir, Editora Corripio, 1987, 255 págs. Los orígenes del hambre en República Dominicana. El célebre y poético ensayo de nuestro Poeta Nacional, publicado hace 35 años.

  • Expandir imagen
    Chris Hedges, Capitán Swing, 2015, 305 págs. Importante análisis de este periodista estadounidense y catedrático de las universidades de Princeton y Columbia, sobre las instituciones liberales.
    LA MUERTE DE LA CLASE LIBERAL

    Chris Hedges, Capitán Swing, 2015, 305 págs. Importante análisis de este periodista estadounidense y catedrático de las universidades de Princeton y Columbia, sobre las instituciones liberales.

  • Expandir imagen
    Pablo Tornero Tinajero, AGN, 2022, 512 págs. Aunque centrado en la Cuba colonial, esta obra editada en España originalmente, hace la crónica de una realidad común.
    CRECIMIENTO ECONÓMICO Y TRANSFORMACIONES SOCIALES

    Pablo Tornero Tinajero, AGN, 2022, 512 págs. Aunque centrado en la Cuba colonial, esta obra editada en España originalmente, hace la crónica de una realidad común.

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    Ricardo Seitenfus, Fundación Juan Bosch, 2020, 217 págs. Ensayo de autor brasileño que busca demostrar la responsabilidad de la ONU en la propagación del cólera en la vecina nación.
    LA ONU Y EL CÓLERA EN HAITÍ

    Ricardo Seitenfus, Fundación Juan Bosch, 2020, 217 págs. Ensayo de autor brasileño que busca demostrar la responsabilidad de la ONU en la propagación del cólera en la vecina nación.

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    Vicente Romero, Ediciones Akal, 2019, 276 págs. Crónica que propone una reveladora visión de la terrible historia de Haití, de su sociedad, de sus prácticas religiosas y del fenómeno de los zombis.
    TIERRA DE ZOMBIS VUDÚ Y MISERIA EN HAITÍ

    Vicente Romero, Ediciones Akal, 2019, 276 págs. Crónica que propone una reveladora visión de la terrible historia de Haití, de su sociedad, de sus prácticas religiosas y del fenómeno de los zombis.


TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.