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Mariano, maestro; Juampa, el faraón de Cotuí

Juampa nació en Cotuí y ha crecido tanto el personaje y su nombre que ya nadie puede negarle su condición, ganada a pulso, color y arrojo, de patrimonio cultural.

Han desmontado ya las luces y las cuevas. Los colores han dejado de iluminar calles y avenidas, barrios y espacios de libertad. La máscara y el artificio han regresado a sus cajones o a sus perchas hasta el largo descanso silencioso de un año. Los papeluses, los lechones, macaraos, robalagallinas, diablos cojuelos, platanuses, tiznaos, califeses, indios, taimácaros y jinchaítos, han abandonado el ambiente irreverente, liberado y alegre, para volver a casa al acabarse la fiesta. Ha bajado el telón del carnaval, la más auténtica celebración de la cultura popular. Decía Pedro Henríquez Ureña que “no debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no haya cultura popular”.

Pero, terminados los desfiles, clausurados los jolgorios, cerradas ya las puertas de estas fiestas de la carne y del bullicio y del asombro y del fetiche que asoma en cada máscara, del embrujo que arropa cada disfraz, llega como un asentamiento de la vida en carnaval que no se ha ido, que nunca parece irse, que tal vez nunca se va del todo, que a lo mejor sólo se esconde por tiempo breve, un libro sin dudas que merece todos los aleluyas de la profanía, los hosannas de la secularidad antes que batan palmas seglares y consagrados el domingo de ramos.

Son dos nombres, dos roles y un montón de próceres del arte, y entre unos y otros, la osadía creativa forjando un juego de lentejuelas y destellos, de ropajes y colores, de pinturas sobre un cuerpo que sirve de telar y componenda, para mostrar uno de los momentos más altos del iluminado y esplendoroso carnaval dominicano, con toda seguridad uno de los mejores del Caribe, Centroamérica y un poco más allá. La antillanía -casi muerta de congoja y delirio, zozobrando como concepto y sólo sobreviviendo como geografía en desuso-  sabe que no puede haber otra forma de esgrimir las armas de lo popular en la cultura caribeña, que este carnaval nuestro que aún, tal vez, no terminamos de valorar y elevar como se merece.

Juampa nació en Cotuí y ha crecido tanto el personaje y su nombre que ya nadie puede negarle su condición, ganada a pulso, color y arrojo, de patrimonio cultural. En su espíritu de explosivos modos de presencia, en los contrastes de sus diseños siempre renovados, en su limpia trayectoria de mezclas conexas, donde cada exhibición delinea un perfil inesperado, Juampa regresa siempre al África, como en un memorial ancestral que busca mostrar raíces apegadas por siempre en nuestra dignidad criolla. A diferencia de otros modos de carnaval, disfraz y ocultamiento del rostro para permitir el discernimiento abierto de la multitud y crear la ficción del embeleco como filtro para la pendencia y el símbolo de lo que se muestra, Juampa no usa disfraz, crea arte sobre su cuerpo y engalana su rostro con la vestidura del color y sus fulguraciones. Lo remata, como dice Dagoberto Tejeda, “con una sonrisa cimarrona, rebelde, desafiante y triunfadora”. El personaje así queda hecho para el momento y para la posteridad. Nunca será el mismo, siempre habrá de reconocerse en su libre creación, diferenciado cada vez en su mismidad. Su máscara es su rostro embebido en las luces de sus colores, en la visualización de la expresión que camina sobre sus símbolos, sobre sus audacias temáticas y, siempre, sobre la etnia desde la que deja que el color asuma sus propios retos.

Juampa acaba de inmortalizarse en libro. Ha dejado a su personaje lucir sus galas desde otras vertientes para que quede impresa, por siempre, la ensoñadora vitalidad de su figura, el surco abierto por la identidad que busca crear y representar. En un proyecto que ha costado años de esfuerzo y de ilusión, Juampa (Wampa para Dagoberto, porque fue el nombre inicial que el pueblo parece fue modificando en su lenguaje propio), dejó que un grupo notable de pintores dejasen estampados en su cabeza, rostro y cuerpo, las señas de sus visiones para dar, en cada caso, la mejor versión del personaje y sus aliños. No es cualquier cosa lo que se ha realizado. Es una hazaña de portento y un ensamblaje cultural sin precedentes. Los que se ha ido pasaron por ese cuerpo para teñirlo de los colores preferentes de cada quien: Ramón Oviedo, Peña Defilló, Tony Capellán, Severino, Avilés, Padovani, Teté Marella, Nadal Walcot, Rosa Tavárez, Leonardo Durán. Aquí están, en este libro excepcional, los Juampas de cada pintor, desde los sputnik soviéticos de la era espacial, de Oviedo,  hasta los suaves trazos imperiales, si se quiere, de Peña Defilló, pasando por las medusas corbateras de Tony Capellán y la capa y cabeza doradas que enhebran una teoría del poder faraónico de Jorge Severino.

Juampa ha dejado que los artistas construyan su arte sobre su piel. Les ha permitido cubrir su cuerpo, rostro, cabeza raspada, labios, pecho, con sus pinturas que en alguna rememora patria, en otras la noche, alguna más la naturaleza, hasta completar una jerarquía de dominaciones artísticas sobre el lienzo palpable de la piel morena. Rito de atabales que suenan al fondo de esta alquimia de luz y de vida que permite a Geo Ripley transmutarse, a Mariojosé Ángeles ofertar un rito ceremonial, a Vladimir Reyes recordar -y reclamar- la contaminación minera del Cotuí juampanero, a Mary Espejo lograr el cromatismo perfecto que refleja una negritud con palmeras y armónicos colores tropicales, a Juan Mayí crear una sinfonía de colores sobre la carne, a Hilario Olivo convertir a Juampa en un cíclope antillano cuya sonrisa es parte de su acto creativo,  a Elsa Núñez poner al vuelo los colores de la mariposa, a Amaya Salazar hacer volver a la realidad la materialización de la ausencia que es signo de su obra, Persio Checo y su elemento vacuno que rememora a su vez lechones pepineros, José Cestero perforando la humedad del río Isabela, Julio César Valentín delineando el ángel de carnaval en una radiografía cromática impresionante. Y así, en total, 42 artistas pintando sobre el cuerpo de Juan Vásquez (tal, su nombre de pila bautismal), a modo de body art, pintura corporal que no se evaporará esta vez, porque ha quedado grabada en un libro-espectáculo, gracias a la siempre magistral calidad fotográfica del gran lente del carnaval dominicano Mariano Hernández, a quien doña Marianne de Tolentino, certera, consagra como Maestro, con justo merecer.

Juampa es de Cotuí, Mariano es de Jimaní. El primero, al sur del Norte, aunque casi en su mero centro. El otro, en pleno suroeste, colindante con nuestros vecinos. La sensibilidad, el ojo artístico, la identificación con un personaje central de nuestro carnaval, hacen de la fotografía de Mariano el eje vitalísimo de esta obra de colección que, desde ya, debe figurar como la más esplendente, rigurosa y monumental de toda la bibliografía en torno a la cultura popular del país dominicano. Si Juampa ha dejado en el papel y en su cabeza la obra cultural de su vida, Mariano la ha frizado en el tiempo para que quede constancia de lo que ambos han conseguido para rendir pleitesía al faraón de Cotuí, como lo llama Peña Defilló y lo respalda Jorge Severino (ambos, en la eternidad), para entregar a la posteridad, al hoy y al mañana, la leyenda de uno de los grandes íconos del carnaval que en febrero estremece calles, zaguanes y memorias. Este libro debiera merecer un aplauso continuado, firme, sin pausas de los que sabemos que la cultura popular es la simiente de nuestra identidad.

LIBROS
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    Mariano Hernández,Juan Vásquez –Juampa-,BanReservas, 2022, 321 págs. Incluye textos de Dagoberto Tejeda Ortíz y Marianne de Tolentino. Libro de colección patrimonial.
    EL ARTE EN LA CABEZA
    ROSTRO E IDENTIDAD

    Mariano Hernández,Juan Vásquez –Juampa-,BanReservas, 2022, 321 págs. Incluye textos de Dagoberto Tejeda Ortíz y Marianne de Tolentino. Libro de colección patrimonial.

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    Dagoberto Tejeda Ortíz, IPGH, 2008, 608 págs. Antecedentes, tendencias y perspectivas de la fiesta más genuina de la cultura popular dominicana.
    EL CARNAVAL DOMINICANO

    Dagoberto Tejeda Ortíz, IPGH, 2008, 608 págs. Antecedentes, tendencias y perspectivas de la fiesta más genuina de la cultura popular dominicana.

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    Mariano Hernández, Dagoberto Tejeda Ortíz, Banco Popular, 2007, 258 págs. Otra gran muestra fotográfica de Mariano, respaldada con textos de Tejeda Ortíz.
    CARNAVAL POPULAR DOMINICANO

    Mariano Hernández, Dagoberto Tejeda Ortíz, Banco Popular, 2007, 258 págs. Otra gran muestra fotográfica de Mariano, respaldada con textos de Tejeda Ortíz.

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    César Arturo Abreu F., Hugo M. Estrella Guzmán, Dagoberto Tejeda Ortíz, Editora Mediabyte, 2011, 427 págs. A pesar de dilemas internos este año, el carnaval vegano sigue siendo el más popular del país.<br>
    INTERROGANTES DEL CARNAVAL VEGANO
    TRES VERSIONES

    César Arturo Abreu F., Hugo M. Estrella Guzmán, Dagoberto Tejeda Ortíz, Editora Mediabyte, 2011, 427 págs. A pesar de dilemas internos este año, el carnaval vegano sigue siendo el más popular del país.

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    Carlos Andújar, Intec, 2010, 373 págs. Una voz autorizada en la evaluación de la problemática cultural dominicana, desde la óptica socio-histórica.
    ENCUENTROS Y DESENCUENTROS DE LA CULTURA DOMINICANA

    Carlos Andújar, Intec, 2010, 373 págs. Una voz autorizada en la evaluación de la problemática cultural dominicana, desde la óptica socio-histórica.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.