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La infantilización de la política

Como se esperaba, el PRM asume los resultados como anticipo de mayo

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La infantilización de la política
Decir que las elecciones municipales han sido tradicionalmente un evento que concita poco entusiasmo es cerrar los ojos a la evidencia. (SHUTTERSTOCK)

Ilusa, una espera que el liderazgo político actúe con madurez. Que frente a contingencias perjudiciales sea autocrítico y razonable. Que ante la carencia de argumentos sólidos para explicar sus trances opte por el silencio. Lastimosamente, su conducta es la contraria: infantilización del discurso, insensatez de las salidas, caricaturización de la política.

Desde la noche del domingo 18, el aluvión de declaraciones opositoras es incontenible y, en buena medida, desconcertante. En la mañana, al salir del colegio donde sufragó, Rubén Maldonado, jefe de campaña de la Fuerza del Pueblo, ponderó el ambiente electoral y aseguró, enfático, que su partido saldría victorioso de «esta fiesta de la democracia». Menos de doce horas después, esas mismas elecciones fueron «viciadas y corrompidas» por el uso de los recursos del Estado a favor del PRM.

Abel Martínez, candidato presidencial del PLD, fue más comedido, aunque no menos desacertado. En su brevísimo discurso del lunes en la tarde resurgieron las mismas acusaciones contra el oficialismo, responsable de la mayor abstención de «los últimos cincuenta años» en unas municipales. Como aderezo circunstancial, mencionó el desencanto ciudadano, no con la ausencia de propuestas creíbles y movilizadoras de todos los partidos, sino con los bajos salarios, la inseguridad rampante y el regreso del hambre propiciado por el gobierno.

Como se esperaba, el PRM asume los resultados como anticipo de mayo. Si la abstención fue alta y confirma los augurios de que en el seno de la democracia dominicana se incuba su propio descrédito, no es preocupación que estropee la celebración.

Los consuetudinarios males de fondo de los comicios son ignorados por todos. Para los perdedores, cada elección es revelación: descubren la compra de votos, la retención de cédulas a cambio de promesas, el uso del dinero público por el partido gobernante, el desequilibrio en el gasto de campaña y la intrínseca maldad del ganador. Para los victoriosos, las acusaciones son puro «pataleo». La noria girará de nuevo dentro de cuatro años, movida por iguales o diferentes actores.

Mientras los partidos se empecinan en agarrar el rábano por las hojas, la ciudadanía se desinteresa de lo que ocurre ya no en el país, sino en su demarcación. Decir que las municipales han sido tradicionalmente un evento que concita poco entusiasmo es cerrar los ojos a la evidencia: de una participación del 77.7 % en 1998 pasamos al 53 % este año. Una caída de 25 puntos que debe hacer pensar a los partidos en las consecuencias a corto y mediano plazo de la erosión democrática.

Parejamente, convendría dejar de culpar a los pobres, eternos sospechosos de corresponsabilidad en los delitos electorales. Si hay culpables, no son otros que un sistema de partidos sin imaginación política y una dirigencia estructural e ideológicamente indigente.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.