Cultura y Poder: la conexión soviética
El imperio clandestino de Willi Münzenberg, periódicos, cine y propaganda
Willi Münzenberg, un extremista alemán desde sus años de mocedad, fue uno de los poderes invisibles de la Europa del siglo XX, de quien, hasta hace unos treinta años, se ignoraba su existencia, salvo aquellos que trabajaron a su servicio en beneficio de Iósif Stalin. Münzenberg trabajó desde 1921 a las órdenes de Lenin, quien le confió importantes misiones y le asignó la dirección de las operaciones clandestinas de propaganda de la Unión Soviética en Occidente.
Su rol más destacado dentro de sus operaciones secretas fue el de confeccionar el andamiaje de la guerra cultural prohijada por el totalitarismo soviético contra la democracia liberal, con un legado en la realización de eventos culturales que hoy pueden considerarse como los de mayor trascendencia del siglo pasado. Camarada de Lenin en los días prerrevolucionarios en Suiza, fue un personaje influyente del círculo bolchevique original. Amigo de Trotski, quien lo presentó a Lenin, estaría destinado con los años, por sus habilidades en el manejo de redes clandestinas, a trabajar al servicio de Stalin. Fue con este líder soviético con quien desarrollaría la cooptación de importantes figuras de las letras y las artes, creando todo un imperio multinacional de periódicos, agencias de prensa, productoras de cine, emisoras de radio, imprentas, clubes de libros, productoras de revistas, salas de teatro, librerías, involucrando en sus planes a escritores, artistas, periodistas, actores, comentaristas, pastores protestantes, sacerdotes católicos, ministros, educadores, científicos, psicólogos y hasta empresarios, cuyo destino era minar las bases en que se sostenían las democracias occidentales y contribuir a la difusión de la política soviética y la ideología marxista.
Gracias a Münzenberg entraron a trabajar para la URSS, algunos a conciencia, otros inocentemente, escritores de la talla de André Gide, Ernest Hemingway, Arthur Koestler, Bertolt Brecht, John Dos Passos, André Malraux, Romain Rolland, George Orwell, Dashiell Hammett, Sinclar Lewis, Theodore Dreiser, John Lehmann, Dorothy Parker, Whittaker Chambers, Henri Barbusse, Louis Aragon y Heinrich Mann. Eran considerados "clubes de inocentes", porque ignoraban a quién beneficiaban sus acciones y los objetivos de sus colaboraciones políticas. Esa cooptación se denominaba entre los miembros del equipo de Münzerberg, "cría de conejos". Hicieron labor de espionaje, de correveidiles, voceros encubiertos, captadores de prosélitos en sus grupos de influencia, formadores de equipos de propaganda, organizadores de mítines y marchas, escritores de libros y artículos periodísticos sin sus nombres y laboreo para entidades que la gente ignoraba que eran parte de los planes soviéticos. El Tribunal Bertrand Russell para Crímenes de Guerra, el Movimiento por la Paz en Vietnam, el Congreso Mundial de Ámsterdam contra la Guerra, la Liga contra la Guerra y el Fascismo, y el Congreso Mundial en Defensa de la Cultura fueron tapaderos creados por Münzenberg, financiados por la Internacional Comunista, conocida como Komintern, que alcanzaron cotas de respetabilidad a nivel mundial, gracias a la red cultural que respaldaba estas acciones. El poder de Münzenberg llegó a ser tan sólido y extenso que logró integrar a numerosos espías soviéticos en la prestigiosa inteligencia británica, a pasar informes falsos a Churchill, a influir en Hollywood y a insertar topos hasta en el propio Vaticano.
El operativo soviético permaneció activo desde la década de los treinta hasta los sesenta. Al principio, Estados Unidos no estaba en la mira estalinista. Para el "aparato" de la Internacional aún Norteamérica no contaba, aunque sí México, desde donde se realizaban acciones de propaganda, control y divulgación. Todo el plan con el sector cultural fue altamente eficaz, pues en la guerra fría no se conoció ese largo episodio. El estalinismo literario es una de las piezas sueltas de las investigaciones realizadas sobre el poder de la propaganda y la colaboración de importantes personalidades norteamericanas, francesas, alemanas y españolas. Como afirma el gran estudioso de este proceso, Stephen Koch, "cuando llegó la gran crisis del siglo XX, en los años treinta – con el totalitarismo creciente, la decadencia del "capitalismo burgués" y una nueva guerra mundial en el horizonte- los intelectuales fueron arrastrados más profundamente que nunca por las corrientes de la historia y se hundieron en la irrelevancia". Es por esa razón por la cual, para no permanecer en la insignificancia, muchos intelectuales de gran relieve optaron por tomar partido. Algunos lo hicieron por cuenta propia, pero otros muchos fueron conquistados para los objetivos de las fuerzas en pugna, unos sirviendo a la URSS, otros a Estados Unidos y los que se unieron bajo la tutela de Joseph Goebbels al nacionalsocialismo de Adolf Hitler. Son tres episodios sórdidos de la guerra cultural que involucró nombres famosos de las letras y las artes. En los inicios del marxismo, el escritor francés Émile Zola y el novelista y dramaturgo irlandés George Bernard Shaw sirvieron de instrumentos para la divulgación de las ideas socialistas. El comunismo era un ideal que resultaba atractivo a los intelectuales, y lo siguió siendo durante décadas, porque teóricamente planteaba acciones de justicia y liberación que luego se verían afectadas por las atrocidades de Stalin. Cuando Nikita Jrushchov denunció los crímenes del jefe de la URSS, algunos intelectuales, que se embriagaron con el ideal de la utopía, decidieron suicidarse. "El infame pantano de la propaganda totalitaria", como lo define Koch, manipuló el prestigio de ese listado asombroso de escritores notables, permitiendo que la intelectualidad occidental manifestara apoyo, incluyendo en labores de espionaje, a las posturas y a las necesidades de la URSS.
En esa labor, las librerías, "paraíso de los intelectuales", se convirtieron en centros de propaganda y como tapadera para transmitir información al apparat de espionaje, según Koch. Pero, también, importantes empresarios sirvieron a los proyectos de Münzenberg, colaborando con el espionaje industrial. La catástrofe del Volga, originada por la falta de alimentos, luego de que Rusia hubiese sido uno de los mayores exportadores agrícolas del mundo, llevó a la muerte a unas dos millones de personas. La gran hambruna estalinista, junto a las purgas y los asesinatos incluso de dirigentes de alto nivel, creó una situación incontrolable en la sociedad soviética. Afirma Koch que "no era extraño entrar en una casa de campesinos y encontrar a toda una familia sentada a la mesa, la biblia abierta, y todos muertos en sus sillas". Stalin solía comentar, en medio de aquella barbaridad, que "un muerto era un asunto trágico, pero que dos millones de muertos eran simplemente un dato estadístico".
Desde Moscú se repartieron pues centenares de espías culturales por Berlín, París, Londres, Shanghái, Nueva Delhi, New York y, por supuesto, Hollywood, que estuvo a punto de caer a los pies de Stalin por la simpatía que generaba la URSS entre actores y directores de cine. Un semanario alemán, el Arbeiter Illustrierte Zeitung, que tenía una tirada de un millón de ejemplares, servía de contrapunto desde el lado comunista a la revista norteamericana Life; la famosa cinta "El acorazado Potemkin" de Eisenstein, fue producida como mecanismo de propaganda en una de las productoras de Münzenberg, y todo el cine avant-garde de esa época "iba unida al leninismo". Un director de cine de la calidad del austriaco Fritz Lang, fue uno de los que cayó en la trampa, mientras los mecanismos de espionaje mantenían una férrea vigilancia a escritores que expresaban opiniones contrarias, como James Joyce, H. G. Wells y Thomas Mann, hombre recto políticamente, antifascista radical que siempre creyó que Stalin y Hitler se entendían entre sí.
Pero, ocurrió un problema. Cuando Münzenberg invitó, con el beneplácito de Stalin, a André Gide, uno de los más radicales marxistas de la época y quien sería en 1947 Premio Nobel de Literatura, a realizar un recorrido por la Unión Soviética, a su regreso escribió un libro de desencanto y renunció a continuar en la trama colaboracionista. Inició el calvario de Münzenberg, quien advirtió que lo espiaban, lo seguían a todas partes, le impedían salir de Rusia y ya Stalin no le recibía. Sintiéndose acorralado, denunció los crímenes del hombre fuerte de la URSS y sus patrañas propagandísticas. Huyó de Moscú en 1936 y "concentró sus energías en salvar el pellejo". La última vez que su esposa, Babette Gross, lo vio, él iba perdiéndose en un bosque. Se cree que a dos jóvenes que acompañaban a Münzenberg, se les encomendó eliminarlo. Terminaba la carrera del hombre que diseñó el aparato de propaganda más sólido y efectivo de la historia soviética. "Nunca hubo verdadera seguridad en la Utopía, incluso para el servidor más obediente". Muchos estalinistas leales fueron sumariamente juzgados y condenados. Los gulags aguardaban. De los escritores involucrados en esta historia, los más "inocentes", se convirtieron en anticomunistas militantes. La mayoría, sin embargo, se silenció y nunca habló de su historia como eslabones del apparat soviético.
- EL FIN DE LA INOCENCIA
Stephen Koch, Galaxia Gutenberg, 2024, 471 págs. Los intelectuales occidentales y la tentación de Stalin. Impresionante crónica del estalinismo literario en los años treinta.
- LA ERA DE STALIN
David L. Hoffmann, Ediciones Rialp, 2019, 269 págs. Nueva interpretación sobre el modo de proceder del Estado soviético y su extrema violencia.
- EL SIGLO SOVIÉTICO
Karl Schlogel, Galaxia Gutenberg, 2021, 928 págs. Arqueología de un mundo perdido. El libro definitivo sobre un imperio desaparecido.
- EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO
Stéphane Courtois et al. Planeta, 1998, 865 págs. Crímenes, terror y represión. El trabajo de investigación de un grupo de historiadores, continente por continente, país por país.
- POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS
Ernest Hemingway, Editores Mexicanos Unidos, 1978, 445 págs. Uno de los personajes de esta novela estuvo inspirado en un asistente ruso de Münzenberg, algo descubierto mucho tiempo después.