Legionarios Libertarios
Traición y sabotaje en Luperón 1949, la historia no contada del mecánico que sobrevivió a la furia de Trujillo

Entre los expedicionarios de la fracasada expedición de Luperón del domingo 19 de junio de 1949 -cuyo contingente principal quedaría varado en México a consecuencia de azarosos eventos que incluyeron el sabotaje y la traición a cargo de asesores republicanos españoles contratados por el intrépido general Juancito Rodríguez García, quienes se entendieron por una mezcla de resentimiento y ambición de dinero con el embajador dominicano Joaquín Balaguer y el super eficaz Anselmo Paulino-, encontramos a José Félix Córdoba Boniche.
Con 25 años, de oficio mecánico práctico, era el tercer nicaragüense enrolado en la expedición en el grupo que comandó Horacio Julio Ornes -quien había ganado el rango de coronel en el Ejército de Liberación que libró la revolución costarricense que llevó al poder a José Pepe Figueres en 1948, con el concurso de armas de Juancito Rodríguez y hombres de la Legión del Caribe, entre ellos, dominicanos.
Córdoba Boniche corrió mejor suerte que sus compatriotas Juan Alberto Ramírez González, primera víctima mortal de esta aventura en un confuso incidente en el cual intercambió disparos con su compañero Hugo Kunhardt, carbonizado al explosionar el Catalina en la Bahía de Gracia por efecto del fuego disparado por el guardacostas GC-9 de la MGD. Y el ex oficial académico de la Guardia Nacional de Nicaragua Alejandro Selva Cordero, capturado y fusilado por las fuerzas regulares del Ejército Nacional, tras persecución con perros rastreadores del norteamericano Proudfoot, que paradójicamente darían con el paradero de los tres tripulantes estadounidenses que pilotaron la nave.
Este afortunado nicaragüense pudo sobrevivir como parte del grupo que Trujillo preservó para fines de investigación y como medio de prueba de la intervención de Guatemala, Costa Rica y Cuba en los asuntos internos de la República Dominicana. Justo en momentos en que el país apelaba a la vigencia de los instrumentos jurídicos del sistema interamericano, bajo la sombrilla de la recién creada OEA, en consonancia con la posición de línea dura sustentada por Estados Unidos contra los conatos de inestabilidad en el Caribe. Ahora en el marco de la Guerra Fría que se iniciaba y priorizaba la contención del avance comunista en el mundo. Con escenarios candentes de confrontación con la Unión Soviética.
Córdoba Boniche era un luchador anti somocista que llevaba dos años exiliado en Guatemala, impedido de entrar a Nicaragua. Ante el tribunal dominicano que lo sentenció a 30 años de trabajos públicos, declaró que tras el triunfo de José Figueres permaneció por tres meses en la ciudad portuaria de Limón, Costa Rica, a la espera de invadir su país para derrocar al dictador Somoza. Al frustrarse ese intento regresó a Guatemala, donde sería reclutado por un ex oficial de la Guardia Nacional bajo la creencia de que la invasión se dirigía a Nicaragua. Utilizó este argumento como recurso de defensa en corte, señalando que sólo supo que venía a Santo Domingo 24 horas antes de embarcarse en el hidroavión en el Lago Izabal.
Amnistiado por ley del 20 de febrero de 1950, Córdoba Boniche fue deportado hacia Nicaragua, donde le esperaba cárcel o muerte segura. Aprovechando una escala del avión en Panamá, se les escurrió a los custodios y pidió asilo en ese país, trasladándose luego a La Habana. En abril de 1954 se involucró con el ex oficial de la guardia presidencial hondureña Jorge Rivas Montes –quien fuera comandante de la abortada expedición de Cayo Confites en Cuba y de la revolución costarricense, siendo uno de los acompañantes del general Rodríguez en la expedición del 49- en un complot develado para liquidar a Somoza, fraguado desde Guatemala con la participación de ex oficiales de la Guardia Nacional nicaragüense y antiguos combatientes de la Legión del Caribe. Intento que le costó la vida al dominicano José Amado Soler, cuya memoria se honra en una calle que enlaza a Naco con Piantini. Y dos años más tarde le llegó la hora final al propio Rivas Montes, quien guardaba prisión por la comisión de esos hechos.

Emigrado a México, Córdoba Boniche falleció en 1972, según refiere Tulio Arvelo en su obra Cayo Confite y Luperón. El general retirado Humberto Ortega narra en su obra La epopeya de la insurrección, que tanto él como el líder sandinista Carlos Fonseca Amador –tras ser liberados de una cárcel en Costa Rica en octubre de 1970 por la acción de un comando sandinista y antes de viajar a Cuba- celebraron en Ciudad México un encuentro de "análisis político" con Tomás Borge y Edén Pastora, en el cual participó "el doctor José Córdoba Boniche". Lo cual revela que el mecánico práctico que sobrevivió a la dura manopla de Trujillo y a otras tantas aventuras revolucionarias en Centroamérica, aprovechó académicamente su estancia mexicana. Y que, además, permanecía vinculado a las actividades anti somocistas.
El aporte costarricense a esta expedición lo puso Alfonso Leyton, veterano de la toma de Puerto Limón durante la revolución de Costa Rica, quien estuvo allí bajo las órdenes del comandante de la Legión Caribe, Horacio Ornes. Herido en el poblado de Luperón por el raso del Ejército Leopoldo Puente Rodríguez, Leyton murió carbonizado en el Catalina, preservado su cadáver por el formol humanitario del Dr. Alejandro Capellán en el Instituto de Anatomía de la Universidad de Santo Domingo, donde el galeno ejercía la docencia.
Muchos otros legionarios centroamericanos, mexicanos, españoles y cubanos –transportados por pilotos norteamericanos- estaban supuestos a arribar a tierra dominicana, conforme a los planes del tenaz general Rodríguez y sus asesores militares, esbozados desde su plataforma guatemalteca con el apoyo del presidente Juan José Arévalo. Desde la firma en Guatemala del Pacto del Caribe en diciembre de 1947, la revolución figuerista -tras dos meses de combates con un saldo de 2 mil muertos de ambos bandos- se había impuesto en Costa Rica a finales de abril de 1948, con el decisivo respaldo de los legionarios y las armas adquiridas en la Argentina de Perón para la expedición de Cayo Confites.
No en balde en la estructura de mando del Ejército de Liberación Nacional comandado por José Figueres, figuraba como jefe de Estado Mayor el coronel Miguel Ángel Ramírez Alcántara, dominicano, y el teniente coronel Jorge Rivas Montes, hondureño, jefe de Planes, Operaciones e Inteligencia de dicho Estado Mayor. Aparecían el mayor Horacio Ornes, comandante del Batallón Legión Caribe, así como el mayor Francisco Morazán, hondureño, oficial ejecutivo del Batallón San Isidro. Todos considerados héroes de esas jornadas y ascendidos en sus rangos.
En el arsenal facilitado por Juancito Rodríguez a Figueres -"Yo puse en manos de la revolución de Costa Rica el siguiente equipo, que le dio el triunfo final y definitivo a las armas bajo su mando, equipo que logré como producto de mis sacrificios personales y de gestiones con poderosos amigos"- se contaban 800 fusiles calibre 30 (con 223 mil cartuchos), 200 fusiles "R" calibre 7 mm, 16 ametralladoras calibre 45, así como 10 "M" 7 mm, 8 Lewis calibre 7-65, 6 "H" calibre 7 mm, con sus correspondientes cargadores y municiones. También 450 granadas de mano y otras 400 calibre 42 mm "H", bombas de aviación, explosivos y detonadores.
Con este material bélico, reforzado, los internacionalistas de la Legión del Caribe se proponían invadir Nicaragua para derrocar a Somoza, para lo cual se constituyó en Costa Rica el Ejército de Liberación Nacional de Nicaragua, bajo el mando de Rosendo Argüello. Como asesores de esta empresa fueron contratados los veteranos de la República Española Fernando Sousa, Esteban Rovira, Daniel Lado y Alberto Bayo Giroud, quien laboraba entonces en la Escuela de Aviación Militar de Guadalajara.
Figueres facilitó una hacienda cafetalera y dinero para la operación de un campo de entrenamiento. En septiembre de 1948 el presidente electo Carlos Prío Socarrás, quien asumiría en octubre de ese año, viajó a Costa Rica junto a Juan Bosch –quien actuaba como su influyente asesor personal- y comprometió ayuda cubana en armamento. Sin embargo, las disputas entre los exiliados nicaragüenses dieron oportunidad a Somoza para tomar la iniciativa y "darle su propia medicina" a la Costa Rica de Figueres. Así, el 10 de diciembre de 1948 una fuerza expedicionaria de exiliados costarricenses encabezada por el expresidente Calderón Guardia invadió su patria desde Nicaragua, con el apoyo logístico de la Guardia Nacional.
Figueres no permitió que la Legión del Caribe interviniera en el conflicto y llamó a la formación de milicias populares para defender su gobierno, invocando asimismo el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la intervención mediadora de la OEA. Fruto de esta actuación arbitral, Nicaragua y Costa Rica acordaron cesar las hostilidades y desmantelar las operaciones bélicas de exiliados fraguadas en sus respectivos territorios, firmando en febrero de 1949 un Pacto de Amistad. Tras años de colaboración, Figueres y Argüello tomaron rumbos distintos cuando los exilados nicaragüenses debieron salir forzados con destino hacia Guatemala.
Por eso, al trocarse el Pacto del Caribe por este Pacto de Amistad con el dictador Anastasio Somoza, el tenaz, vertical y zorruno general Juancito Rodríguez García, con su acentuada tonada cibaeña, solía decir al referirse en la intimidad a don Pepe Figueres, conforme atestiguan exiliados dominicanos que le frecuentaban en su modesto hogar habanero: "Ei miedita ese nos cogió las armas y luego nos traicionó".
En 1952, para la toma de posesión de Héctor B. Trujillo, el general Anastasio Somoza asistió como invitado de gala, compartiendo escenarios con el generalísimo Trujillo, como el desfile militar en el Malecón. En 1956 Tacho Somoza sufrió un atentado en León -tierra de Rubén Darío- a manos del poeta Rigoberto López, siendo trasladado por órdenes de Eisenhower al hospital Gorgas en la Zona del Canal, donde falleció.
La dinastía Somoza -desalojada por el FSLN en 1979- gobernó a través de Luis y Tachito honrando la política de las 3 P: "Plata para los amigos, Palo a los indiferentes, Plomo a los enemigos". Asimilada por la dupla Ortega Murillo.

José del Castillo Pichardo