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Las renuncias están prohibidas en la RD

Cuestión de honor

El primer ministro de Portugal durante los últimos ocho años acaba de renunciar porque se le acusó de corrupción. Prima la presunción de inocencia, pero António da Costa entendió correctamente que su situación empaña la institución que ocupaba y que debía abandonarla mientras se defiende. En Perú, la canciller y el embajador en los Estados Unidos, un experimentado diplomático, dimitieron después de un fallido intento para que la presidenta Dina Boluarte fuese recibida por Joe Biden durante la visita de los presidentes regionales a la capital norteamericana.

A Luis Abinader sí correspondió el honor de departir con el mandatario estadounidense en la Oficina Oval. Todas esas renuncias responden al viejo principio europeo de la “cuestión de honor”: una situación en la que la honra, la reputación o la integridad de un individuo o grupo se ven amenazadas y es necesario defenderlas o mantenerlas a través de alguna forma de acción o resolución.

En la tierra que más amó Colón, mantenerse en el puesto es la cuestión. Escándalos van y vienen, pero nadie deja la poltrona oficial. En un país más civilizado, por ejemplo, hubiesen rodado cabezas luego de los desórdenes en la Zona Colonial. Como el honor no es cuestión de suerte, ahí siguen riferos en el Congreso Nacional como si nada hubiese pasado.

 

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