Lo que se comenta, lo que importa
La desconfianza institucional como una virtud cívica
El runrún está por todos lados y no es casual. El caso Senasa se coló en la conversación de esquina, en el cafecito y en los pasillos con aire acondicionado. La pregunta no es solo qué pasó, sino cómo fue posible armar una estructura para engañar al Estado, incluso semanas antes de que el PRM llegara al poder. ¿Falta de controles? ¿Confianza mal entendida? ¿O eso tan nuestro de saber guardar la ropa?
También rueda, mezclado con versiones y conjeturas, una frase que ya suena a sentencia popular: en todas las administraciones hay ladrones. No es nueva ni especialmente audaz. La diferencia, la que realmente importa, está en si se les persigue o se les protege; si se investiga o se archiva; si se prende la luz o se apaga para no ver.
El problema no es descubrir que alguien robó. Eso ocurre desde que existe el poder. El problema es acostumbrarse, justificarlo o asumirlo como parte del paisaje.
Este episodio debería dejar una lección simple. Los controles no son un estorbo y la desconfianza institucional no es mala educación. Perseguir al que roba no vuelve virtuoso a ningún gobierno, pero sí marca una diferencia decisiva: que el saqueo no sea política pública ni costumbre tolerada.
