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Maduro ha quedado en ridículo

Cuando una salida discreta se convierte en la mayor de las burlas

María Corina llegó a Oslo envuelta en un silencio denso, casi de novela. Solo después se fue reconstruyendo la odisea: el disfraz improvisado, los caminos secundarios, la embarcación que cualquier pescador habría jubilado hace años. Nada de eso importó. Ella avanzó porque estaba decidida a cruzar la última frontera que le quedaba: la del miedo. Y la cruzó con la naturalidad de quien asume que la libertad, aun en dosis pequeñas, siempre vale el riesgo.

Lo más irritable para Maduro es que se haya ido sin estridencias, sin proclamas y sin pedir permiso. Los dictadores detestan quedar en ridículo, y nada ridiculiza más que una fuga impecable. Mientras él vociferaba acusaciones y advertencias, ella ya estaba en otra latitud, intacta, lista para ocupar un escenario que no controla y donde su relato vence al suyo sin necesidad de adjetivos.

Ojalá la burla continúe. No una burla torpe, sino la elegante: la de quien vuelve cuando quiere, por donde quiere y para hacer lo que quiere. Sea en Venezuela o en el rincón que el exilio le dicte, su simple movimiento expone la fragilidad de un régimen que presume fuerza mientras permite que una mujer sola lo deje descolocado.

Hay victorias que no necesitan trompetas. Esta es una de ellas.

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