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Desorden y falta de nivel en la Cámara

La investidura impone un trato deferente pero distante

No se sabe qué fue peor, si los insultos entre diputados o la impotencia del presidente de la Cámara al llamar al orden a uno de sus colegas. Fue como un dominó de patio en que la cerveza caliente y el romo malo hacen perder la compostura. Dicen que la malleta tiene daños, y no solo de tanto golpearla, sino por su autoridad perdida. Camacho será muy Radhamés, pero poco Camacho. ¿De qué vale que se llene la boca y celebre la aprobación de leyes y resoluciones, si no puede sosegar los ánimos en el hemiciclo?

No fue la primera, y tampoco la última, pero a los fines del mandato conviene que controle por lo menos a sus propios compañeros de partido. Incluso le haría bien menos colindancia y mayor respeto, pues la investidura impone un trato deferente pero distante. Además, si uno está abajo y el otro arriba, algo debe significar.

Ningún diputado puede ser interpelado como Manuel o Pedro, aunque esos sean sus nombres. La confianza para el pasillo, la oficina, la calle o el afecto personal. Siempre deberá llamársele honorable diputado, pues ese “te estoy hablando Manuel” fue parte del fastidio, del relajo y de la escasa consideración.

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