La Cámara de Cuentas no rinde cuentas

Cuando se averigua por qué se nombra a una persona (o a un determinado número) en un cargo, nunca se tienen las razones verdaderas.

Conjeturas sí, todas las posibles, aunque intriga que importe el antes y no el después. Que la coyuntura desate demonios, pero que superada la prueba, y posesionados los titulares, no se dé seguimiento a sus actuaciones. La Cámara de Cuentas, por ejemplo.

Siempre queda librada a su suerte, aun cuando existen experiencias desalentadoras, situaciones que no fueron las mejores. Una vez hubo que sacarle cuentas más rápido que inmediatamente y liquidar a todos sus miembros antes de que se mataran. La guerrilla fue más importante que la convivencia. Se hace difícil cumplir tareas al que tiene que afilar cuchilla para la garganta del que le queda al lado.

Aunque tampoco el entendimiento o la unidad de propósitos constituyen un ideal superior, como se comprueba ahora con el inconsulto aumento de sueldos. El problema de siempre. Ella lleva las cuentas de todos, pero nadie la suya, pues tiene manejo propio y no rinde ante nadie. No es lo que dice la ley, pero sí impone la práctica.

Diario Libre