La violencia ya no asombra
La violencia sin freno en Haití y sus implicaciones para la estabilidad fronteriza
La violencia en Haití ha alcanzado un grado de normalización que debería estremecer a toda la región. Lo que antes provocaba alarma hoy apenas genera un sobresalto resignado. Las bandas armadas siguen expandiendo su dominio con una impunidad que impresiona: ocupan territorios, desplazan comunidades enteras, incendian pueblos y siembran el valle del Artibonito con muerte y destrucción. El país vecino parece atrapado en una espiral que no encuentra fondo.
Es una historia que se repite con una frecuencia que dejó de ser mensurable. Haití es un país en luto continuo.
La pregunta inevitable es hasta cuándo. Hasta cuándo una población exhausta seguirá viviendo al filo del terror. Hasta cuándo una nación podrá sostenerse sin instituciones operativas, sin fuerza pública capaz de garantizar lo básico, sin un horizonte político que devuelva sentido a la convivencia. Y hasta cuándo la comunidad internacional continuará observando el deterioro como si se tratara de un fenómeno inevitable, ajeno o simplemente irresoluble.
Para la República Dominicana, el deterioro en Haití no es ficción ni realidad abstracta. Es una amenaza inmediata a la estabilidad fronteriza, a la seguridad nacional y a la gestión ordenada de los flujos migratorios. Pero también es un recordatorio de la fragilidad de los Estados cuando se dejan erosionar.
