Dónde estamos ahora
En un país con tanta gente peleando por la comida todos los días, es muy difícil creer en los números económicos que nos presentan las autoridades.
No es solo que sospechamos de todo, particularmente de los políticos, sino que ante la realidad que viven grandes mayorías y las expectativas crecientes de los demás, las cifras no concuerdan.
Es verdad que aquí todo el mundo grita: los empresarios nunca venden; para los comerciantes, la cosa siempre está floja y todos los de la calle se “están comiendo un cable”, pero en verdad no podemos negar que hay un cambio cualitativo en la gente aunque los salarios sigan siendo bajos y las oportunidades pocas.
¿Cuántos maestros y secretarias tenían carro hace diez años? ¿Cuántas casas de barrio eran de cemento en igual período? Estos avances hablan de un pueblo capaz de sacrificarse, de proteger a su familia, de ofrecer algunas comodidades a sus hijos y con la energía para echar hacia adelante sus proyectos personales.
Quejarse es una profesión en el país, pero nos haría bien observar dónde estábamos hace un tiempo y dónde ahora, para serenarnos un poco.