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“El otro sendero” para Piketty

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“El otro sendero” para Piketty

“Hasta ahora, los críticos de Piketty sólo han planteado objeciones técnicas a sus malabarismos con las cifras, pero no han impugnado su tesis política y apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé, porque en los últimos años, mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra, en pleno siglo XXI. Lo que descubrimos fue que lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio.” Hernando De Soto, 2015

El economista peruano Hernando de Soto saltó a la fama internacional en 1986, cuando publicó su extraordinario libro El otro sendero: la revolución invisible en el tercer mundo, en donde refutaba los planteamientos del movimiento terrorista Sendero Luminoso, un grupo guerrillero de orientación maoísta, que intentaba establecer un régimen comunista en Perú. Su libro se convirtió rápidamente en un best seller internacional, y fue traducido a más de dos docenas de idiomas. Desde entonces, De Soto ha sido considerado uno de los economistas más influyentes internacionalmente en el diseño de políticas públicas para combatir la pobreza.

Es por ello que no resulta extraño que un economista como Hernando de Soto haya puesto su atención en un libro que como el de Piketty (El Capital en el siglo XXI) ofrece una visión del sistema capitalista contrapuesta a la obra –teórica y práctica- que el economista peruano ha realizado en los últimos treinta años. Como es sabido, Piketty plantea que el capitalismo contiene características que le son inherentes, y que inevitablemente conducen a mayores niveles de desigualdad. En la medida que los académicos han ido profundizando en los datos y los planteamientos del economista francés, han ido descubriendo debilidades en el manejo e interpretación de las estadísticas que sirven de soporte a las recomendaciones que al final del libro hace Piketty. Pero De Soto proporciona una perspectiva diferente para invalidar o impugnar la tesis fundamental de Piketty.

Unos de los reparos que De Soto (El País, 3 de mayo, 2015) hace a Piketty, es que no toma en cuenta al sector informal a la hora de hacer los cálculos del capital en manos de los más pobres, precisamente por la carencia de registros oficiales de una gran cantidad de propiedades inmobiliarias, lo que implica una extraordinaria subestimación del capital de los pobres, mientras el capital de los más ricos es sobreestimado. En las palabras de De Soto, “el problema del siglo XXI son los papeles sin respaldo en bienes de Occidente, y los bienes sin papeles en el resto del mundo.” Esto resulta de estados financieros que representan valores en «papeles» que tienen un dudoso respaldo en la realidad, y que simplemente lo que hacen es crear un «capital ficticio». En cambio, miles de pobres alrededor del mundo tienen propiedades que no han sido registradas oficialmente, que constituyen prácticamente un «capital muerto», pues no pueden servir de garantía para obtener créditos en los mercados financieros. En el caso dominicano, basta con ponderar los crónicos problemas que han existido –a pesar de los avances- en el registro de propiedades inmobiliarias que de otra forma pudieran servir de garantías o ser transadas para beneficio de sus tenedores.

De Soto realizó –acompañado por un equipo de más de 120 investigadores- un estudio para el Ministerio de Hacienda de Egipto, para evaluar la veracidad de las informaciones sobre las propiedades registradas oficialmente. Los hallazgos fueron realmente sorprendentes: un 47% de los ingresos de los trabajadores es generado por el rendimiento de su capital no registrado, equivalente a más de 350 mil millones de dólares, que, de acuerdo con De Soto, es “ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa llegada a Egipto desde que Napoleón invadió el país”. Esto significa que los datos oficiales egipcios subestiman groseramente la tenencia de capital por parte de los trabajadores, una realidad que también está presente en la mayoría de los países subdesarrollados.

Un punto definitivamente novedoso de De Soto es su incisivo análisis de la «primavera árabe», iniciada con la inmolación de Mohamed Bouazizi en Túnez, a finales del 2010. El economista peruano destaca que Bouazizi fue descrito como un trabajador desempleado, de acuerdo con la clasificación oficial. Sin embargo, se trataba, en realidad, de un comerciante que buscaba la oportunidad de ampliar su base de capital, y que otros empresarios trataron de seguir su ejemplo, motivando al levantamiento popular que produjo la caída de varios gobiernos en el Cercano Oriente y el norte de África. El estudio revela que cerca de la mitad de los que sobrevivieron al intento de inmolación, al ser encuestados, respondieron que lo hicieron porque se les había expropiado el poco capital que tenían.

Varias conclusiones extrae De Soto de su estudio: primero, la carencia de capital –no el capital- es la causa de la miseria y la violencia; segundo, el trabajo y el capital no son enemigos naturales; y tercero, que el “mayor freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para forjarse un capital y protegerlo.” Si bien todo esto puede ser materia de grandes discusiones, no podemos obviar la realidad de que De Soto ha planteado una perspectiva que abre un sendero distinto y razonable a las fatalistas conclusiones a las que arribó el economista francés.