En directo - Ahorro nacional y consumo

En este país se consume mucho en proporción al PIB, y se ahorra e invierte poco. El ámbito privado no escapa al comportamiento, ya presente en el sector público, de dar prioridad al consumo por encima de la inversión.
En efecto, casi todo en nuestra economía está orientado al consumo, lo que implica una baja tasa de ahorro, contrario a las exitosas economías asiáticas en que las tasas de ahorro e inversión superan el 35% del PIB.
En nuestro país, en 2009, el coeficiente de consumo con respecto al PIB a precios de 1991, fue de 93.2% y el de ahorro de sólo 6.8%. En los últimos 20 años las tasas más altas de ahorro que hemos tenido, ocurrieron en 2003, con 17.9% del PIB, y 2004 con 16.5%. Y eso porque la devaluación forzosa que hubo en esos años, produjo la caída de las importaciones y del consumo.
Para nadie es un secreto que el financiamiento bancario está orientado al consumo, que las normas y regulaciones bancarias contienen un sesgo desfavorable a la producción, y quizás podría faltar poco para que los fondos de pensiones, el ahorro más estable, sea usado también para consumo, puesto que ya lo está siendo para "esterilizarlo", es decir para deshuesarlo, quitarle, sustancia, enterrarlo, congelarlo en las bóvedas oscuras y frías del organismo monetario.
Por otro lado, convendría darse cuenta de que aunque hubiese ahorro privado interno robusto, esto por sí mismo no sería suficiente, pues lo necesario es que llegue en forma atractiva a quienes desean invertir por la vía del uso del crédito bancario, o por el cauce del mercado de valores o capitales.
En el país, como hemos visto, el ahorro interno es insuficiente y, además, no llega en la medida de lo deseable a los que lo requieren para invertir.
Erradicar las causas que impiden que el ahorro privado y público aumente y se canalice en mayor medida hacia la inversión productiva es una tarea aún pendiente, pero de urgente solución. Y en el fondo, son las políticas públicas las que originan este desempeño indeseable, aunque también influye la formación de una subcultura en la que el consumo, sobre todo suntuario, se convierte en meta obsesiva y en medida de comparación de bienestar y riqueza.
Si analizamos con visión histórica el tema del ahorro nacional, nos daremos cuenta de que el estalinismo soviético cifró las esperanzas de desplazamiento del sistema capitalista en la decisión de contar con una economía planificada centralmente y con rigidez, que obligara al ahorro para generar un excedente destinado a ser invertido en bienes de capital con objeto de dar un salto hacia el desarrollo económico.
En ese punto, en el de la necesidad de inducir un ahorro público y privado, no estaban equivocados. El sistema fracasó porque cercenó la iniciativa individual y las libertades, y porque un grupo insertado en el aparato de poder se envileció y apropió del usufructo de bienes públicos; no porque fuese falso el supuesto en que se afincaba de acumulación acelerada de capital.
Ahora, las economías asiáticas han tomado el relevo en la ejecución de esa idea, y han dado el salto al desarrollo, como lo demuestra el desempeño de países como Corea, Singapur, Taiwán, y las propias China e India. Y lo han hecho propiciando altas tasas de ahorro público e inversión. Sólo esas economías han crecido con verdadero vigor en los últimos decenios y sólo ellas se han desarrollado.
Si tuviéramos que imitar a algún país o grupo de países, los mejores candidatos serían los asiáticos. Son sus políticas públicas de cuidadoso apoyo a las actividades productivas, de incentivo al ahorro y la inversión, de ética en el trabajo en el sentido de compromiso con el proceso productivo, y de inversión acelerada en educación, junto al convencimiento colectivo de que todos tienen que aportar su grado de arena para superar el atraso, las que han operado el milagro.
Aún hay tiempo de redefinir las políticas públicas. Lo que no sabemos es si hay decisión, vocación, deseo, o coraje.
En efecto, casi todo en nuestra economía está orientado al consumo, lo que implica una baja tasa de ahorro, contrario a las exitosas economías asiáticas en que las tasas de ahorro e inversión superan el 35% del PIB.
En nuestro país, en 2009, el coeficiente de consumo con respecto al PIB a precios de 1991, fue de 93.2% y el de ahorro de sólo 6.8%. En los últimos 20 años las tasas más altas de ahorro que hemos tenido, ocurrieron en 2003, con 17.9% del PIB, y 2004 con 16.5%. Y eso porque la devaluación forzosa que hubo en esos años, produjo la caída de las importaciones y del consumo.
Para nadie es un secreto que el financiamiento bancario está orientado al consumo, que las normas y regulaciones bancarias contienen un sesgo desfavorable a la producción, y quizás podría faltar poco para que los fondos de pensiones, el ahorro más estable, sea usado también para consumo, puesto que ya lo está siendo para "esterilizarlo", es decir para deshuesarlo, quitarle, sustancia, enterrarlo, congelarlo en las bóvedas oscuras y frías del organismo monetario.
Por otro lado, convendría darse cuenta de que aunque hubiese ahorro privado interno robusto, esto por sí mismo no sería suficiente, pues lo necesario es que llegue en forma atractiva a quienes desean invertir por la vía del uso del crédito bancario, o por el cauce del mercado de valores o capitales.
En el país, como hemos visto, el ahorro interno es insuficiente y, además, no llega en la medida de lo deseable a los que lo requieren para invertir.
Erradicar las causas que impiden que el ahorro privado y público aumente y se canalice en mayor medida hacia la inversión productiva es una tarea aún pendiente, pero de urgente solución. Y en el fondo, son las políticas públicas las que originan este desempeño indeseable, aunque también influye la formación de una subcultura en la que el consumo, sobre todo suntuario, se convierte en meta obsesiva y en medida de comparación de bienestar y riqueza.
Si analizamos con visión histórica el tema del ahorro nacional, nos daremos cuenta de que el estalinismo soviético cifró las esperanzas de desplazamiento del sistema capitalista en la decisión de contar con una economía planificada centralmente y con rigidez, que obligara al ahorro para generar un excedente destinado a ser invertido en bienes de capital con objeto de dar un salto hacia el desarrollo económico.
En ese punto, en el de la necesidad de inducir un ahorro público y privado, no estaban equivocados. El sistema fracasó porque cercenó la iniciativa individual y las libertades, y porque un grupo insertado en el aparato de poder se envileció y apropió del usufructo de bienes públicos; no porque fuese falso el supuesto en que se afincaba de acumulación acelerada de capital.
Ahora, las economías asiáticas han tomado el relevo en la ejecución de esa idea, y han dado el salto al desarrollo, como lo demuestra el desempeño de países como Corea, Singapur, Taiwán, y las propias China e India. Y lo han hecho propiciando altas tasas de ahorro público e inversión. Sólo esas economías han crecido con verdadero vigor en los últimos decenios y sólo ellas se han desarrollado.
Si tuviéramos que imitar a algún país o grupo de países, los mejores candidatos serían los asiáticos. Son sus políticas públicas de cuidadoso apoyo a las actividades productivas, de incentivo al ahorro y la inversión, de ética en el trabajo en el sentido de compromiso con el proceso productivo, y de inversión acelerada en educación, junto al convencimiento colectivo de que todos tienen que aportar su grado de arena para superar el atraso, las que han operado el milagro.
Aún hay tiempo de redefinir las políticas públicas. Lo que no sabemos es si hay decisión, vocación, deseo, o coraje.
Eduardo García Michel
Eduardo García Michel