En directo - El rol de la clase dominante
La economía dominicana es hoy bastante abierta y está, por eso, en mucho mayor contacto con la economía global, recibiendo de ella sus efectos positivos y negativos. Ese hecho y nuestra condición de país con mucha pobreza determinan en gran medida el rol de la clase dominante dominicana. ¿Por qué?
Porque su futuro dependerá de cómo nuestro país se inserte en la economía global. Si lo hace castigando al productor nacional, imponiéndole costos que los países competidores no tienen, reprimiendo el tipo de cambio y con acciones y medidas que favorecen a los productos importados, tendremos grandes déficit de cuenta corriente y altos niveles de endeudamiento externo que, a su vez, limitarán nuestra capacidad futura para competir. La clase dominante perderá fuerzas y seguiremos con mucha pobreza.
Si nos insertamos en forma competitiva, nuestras exportaciones crecerán más y nuestros productores podrán competir mejor con los productos importados. Las reservas internacionales se fortalecerán en forma sana y no por un endeudamiento tapa-hoyos, y se podrá disfrutar por más tiempo de tasas de interés bajas, que estimularán la inversión y el empleo, lo cual contribuirá a la ampliación del mercado interno y a la reducción de la pobreza. La clase dominante se hará más fuerte.
¿Por qué eso no se ha logrado? Porque la clase dominante no ha querido entender que no se puede sustraer a la dura realidad de que en República Dominicana hay una lucha de poderes en la que ella tiene que participar, pues está en juego su futuro.
Por un lado, están los grupos que controlan los partidos políticos tradicionales, que desde hace tiempo tienen claro que ellos van al poder a beneficiarse del Estado. Para poder hacerlo, se han preocupado de garantizarse impunidad, manteniendo instituciones que ni los controlan ni los castigan. Manejan la economía con criterios politiqueros, lo que lleva a la demagogia, a los parches, a costos innecesarios y a grandes irresponsabilidades con el futuro del país.
Por el otro lado, está la sociedad, un alto porcentaje de la cual es víctima de la pobreza, y, dentro de ella, los empresarios, quienes son el núcleo de la clase dominante. La ineficiencia que la corrupción genera en el manejo del Estado los perjudica a todos, al tragarse recursos que son necesarios para hacer más competitiva nuestra economía. Esto representa pérdidas gigantescas cuando se piensa en las grandes oportunidades que hemos estado perdiendo y en las que seguiremos perdiendo. Para un empresario, también son pérdidas los beneficios dejados de ganar por operar en un escenario económico y no en otro alternativo. El mismo razonamiento es válido para la población, que pudo estar mejor y no lo está. Están en juego, pues, cuantiosos recursos económicos.
El rol de la clase dominante dominicana, hoy día, es luchar por una inserción competitiva de nuestro país en la economía global. Eso no se logra con retoques. Hay que desmontar todo un sistema político-institucional que lo impide. Los políticos ya hicieron su trabajo para garantizarse el poder espurio que tienen y ahora le toca a la sociedad hacer el suyo para alcanzar el poder legítimo que le corresponde. No será una lucha fácil, pues nadie consiente en dejarse quitar amablemente lo que tiene, aunque provenga de un despojo.
Porque su futuro dependerá de cómo nuestro país se inserte en la economía global. Si lo hace castigando al productor nacional, imponiéndole costos que los países competidores no tienen, reprimiendo el tipo de cambio y con acciones y medidas que favorecen a los productos importados, tendremos grandes déficit de cuenta corriente y altos niveles de endeudamiento externo que, a su vez, limitarán nuestra capacidad futura para competir. La clase dominante perderá fuerzas y seguiremos con mucha pobreza.
Si nos insertamos en forma competitiva, nuestras exportaciones crecerán más y nuestros productores podrán competir mejor con los productos importados. Las reservas internacionales se fortalecerán en forma sana y no por un endeudamiento tapa-hoyos, y se podrá disfrutar por más tiempo de tasas de interés bajas, que estimularán la inversión y el empleo, lo cual contribuirá a la ampliación del mercado interno y a la reducción de la pobreza. La clase dominante se hará más fuerte.
¿Por qué eso no se ha logrado? Porque la clase dominante no ha querido entender que no se puede sustraer a la dura realidad de que en República Dominicana hay una lucha de poderes en la que ella tiene que participar, pues está en juego su futuro.
Por un lado, están los grupos que controlan los partidos políticos tradicionales, que desde hace tiempo tienen claro que ellos van al poder a beneficiarse del Estado. Para poder hacerlo, se han preocupado de garantizarse impunidad, manteniendo instituciones que ni los controlan ni los castigan. Manejan la economía con criterios politiqueros, lo que lleva a la demagogia, a los parches, a costos innecesarios y a grandes irresponsabilidades con el futuro del país.
Por el otro lado, está la sociedad, un alto porcentaje de la cual es víctima de la pobreza, y, dentro de ella, los empresarios, quienes son el núcleo de la clase dominante. La ineficiencia que la corrupción genera en el manejo del Estado los perjudica a todos, al tragarse recursos que son necesarios para hacer más competitiva nuestra economía. Esto representa pérdidas gigantescas cuando se piensa en las grandes oportunidades que hemos estado perdiendo y en las que seguiremos perdiendo. Para un empresario, también son pérdidas los beneficios dejados de ganar por operar en un escenario económico y no en otro alternativo. El mismo razonamiento es válido para la población, que pudo estar mejor y no lo está. Están en juego, pues, cuantiosos recursos económicos.
El rol de la clase dominante dominicana, hoy día, es luchar por una inserción competitiva de nuestro país en la economía global. Eso no se logra con retoques. Hay que desmontar todo un sistema político-institucional que lo impide. Los políticos ya hicieron su trabajo para garantizarse el poder espurio que tienen y ahora le toca a la sociedad hacer el suyo para alcanzar el poder legítimo que le corresponde. No será una lucha fácil, pues nadie consiente en dejarse quitar amablemente lo que tiene, aunque provenga de un despojo.
Diario Libre
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