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2020: El año en que el mundo se detuvo

En el 2020, nos dimos cuenta de que aceptar estar equivocado puede salvar vidas, muchas vidas. Que estar comprometido en tener la razón no hace la diferencia, lo que sí hace la diferencia es estar comprometido en ser la solución.

De repente la muerte tuvo rostro. Las estadísticas frías, lejanas, se transformaron en muertes tristes y cercanas. Los infectados dejaron de ser “los otros”. Y empezaron a ser nosotros. La tristeza se confundió con el miedo y este con el asombro al constatar que, en efecto, el mundo estaba detenido. Para colmo el funeral solidario y acompañado fue sustituido por el entierro solitario, como si el llamado espiritual “Sígueme; dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8.22), de repente se hubiera convertido en lo esencial para toda la raza humana.

Y así, el mundo fue convocado a dejar de buscar fuera lo que tiene dentro... la auténtica grandeza, la interior. Lo que no podíamos comprar con dinero, volvió a adquirir valor... la paz interior, el amor al prójimo, la solidaridad, la amistad, la familia, la vida.

Nos distanciamos para sobrevivir, mientras nos moríamos por volver a abrazarnos los unos a los otros. Ese otro distante y cercano vino a ser nuestro espejo de nuestra mayor crisis, la existencial. Mientras tanto, el planeta asumió su merecido descanso. Su cuarentena de nosotros, los humanos, que por años hemos sido el virus de la Madre Tierra.

En el 2020, nos dimos cuenta de que aceptar estar equivocado puede salvar vidas, muchas vidas. Que estar comprometido en tener la razón no hace la diferencia, lo que sí hace la diferencia es estar comprometido en ser la solución.

En el 2020 la vieja deuda social se hizo patente. El Desarrollo Humano no es solo un discurso de políticas públicas, sino una forma de salvar a la humanidad.

En el 2020 se transformó en incuestionada evidencia de que ser útil es más importante que “ser importante”. Los médicos, enfermeras y cuidadores en su anonimato se convirtieron en los más útiles e indudablemente los más importantes, perdón, los imprescindibles.

En el 2020 aprendimos a no seguir confundiendo los medios, con los objetivos. A valorar lo fundamental, lo básico por encima de lo superficial. A construir puentes con el vecino. A colaborar y hacer de la colaboración nuestra salvación como humanidad.

El 2020 el mundo se debatió entre el miedo y el heroísmo.

Entre la miseria y la generosidad.

Entre la indolencia y la responsabilidad.

Entre el chisme y los hechos.

Entre la estupidez y la sabiduría.

Entre la falta de amor y el amor incondicional.

Entre el egoísmo más brutal y la solidaridad más hermosa.

Entre seguir culpándonos los unos a los otros o asumirnos responsables en construir el destino personal y colectivo.

En el 2020 nos dimos cuenta de que ya no podemos esperar que otros nos inspiren desde fuera. Somos nosotros, cada uno de nosotros, que estamos convocados a ser inspiración para la familia, el compañero de trabajo, para los envejecientes, para los empleados... con el desconocido. Con todos.

¿Qué vamos a elegir a partir del 2020? Esta es la cuestión. ¿Seguiremos justificando nuestras incoherencias, nuestro egoísmo, nuestra mezquindad como condición humana o daremos un salto que nos permita construir juntos un destino común funcional y sostenible para todos?

A los que aspiran a liderar los destinos nacionales a partir del próximo 16 de agosto, les comparto una última reflexión. En su libro “Viaje al Oriente”, Hermann Hesse hace un relato autobiográfico del viaje de un hombre que busca la iluminación. A lo largo del camino, el leal sirviente del narrador, llamado Leo, le sustenta en momentos de grandes pruebas. Años después, cuando el protagonista encuentra la iluminación espiritual que estaba buscando descubre que Leo es su líder. Y lo hacía desde el ser, con humildad y entrega.

El servicio es la columna vertebral del liderazgo. El sirviente es el auténtico líder. El verdadero liderazgo se ejerce a través del servicio. El líder sirve, no necesita ser servido.

“Muchos son los llamados, pocos eligen escuchar”.

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Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.