El conjuro del nuevo año
Es el momento preciso en que se recargan las pilas del diario vivir, se suceden las promesas, se jura no repetir los errores del pasado, se prenden velas para que las ilusiones se concreten...
Cuando llega el solsticio de invierno y a continuación tiene lugar el inicio de un nuevo año gran parte de la humanidad entra en trance, en sacudida colectiva. Es el momento preciso en que se recargan las pilas del diario vivir, se suceden las promesas, se jura no repetir los errores del pasado, se prenden velas para que las ilusiones se concreten, se da ruedas a los sueños, se envuelven las esperanzas en papel de regalo para exorcizar los demonios que atormentan.
Cada comienzo de año trae consigo su carga de renovación dentro de un solemne ceremonial que se repite, a imagen de una rueda que gira incesante, sin parar.
Ese soplo único, fugaz, en que expira el último segundo de lo viejo y nace el primer segundo de lo nuevo, marca la señal para que se realice el conjuro (¿acaso no es eso?) para que lo malo se vaya y lo bueno prevalezca. Miles de millones de seres humanos conspiran al mismo tiempo para desterrar lo que azara y atraer lo que da suerte. Aúnan voluntades y poder mental para lograr el milagro.
Es un instante mágico en que cada ser, cargado de aspiraciones, bendecido por la mano de Dios o expuesto a la casualidad cósmica, se siente compelido, con independencia de su clase social, a mostrar sus mejores galas, exhibir el mejor vestuario (algunos van de lujo, otros en precario), a demostrar que se aspira a conservar la salud, dejar atrás lo terrible, angustioso, tratar de capturar la prosperidad, no contentarse con menos.
No parece que haya diferencia sustancial entre las ceremonias antiguas en que toda la tribu entraba en trance, estimulada por el uso de brebajes alucinógenos, y las ejecutadas a comienzos de cada año en esta época de popularización de la inteligencia artificial, azuzadas por el consumo de bebidas excitantes.
En el pasado los miembros de las tribus caían poseídos por sus contorsiones, contoneos, vibraciones irrefrenables, realizadas en pos de obtener bienes y dones en rituales ricos en símbolos y en atuendos. En cambio, ahora, el mundo interconectado por los medios digitales recibe bien atildado el año nuevo en una vorágine de luces, estruendos, pitos, ruidos, disfraces, jolgorio, encaminados a espantar los malos espíritus y a atraer los buenos.
Quizás en el fondo la humanidad no haya cambiado tanto como podría suponerse.
El espíritu nefasto que ha prevalecido en los últimos dos años es el de la pandemia de Covid. Millones de vidas se han perdido. La economía y la organización social se han resentido. El conjuro colectivo debe dirigirse a acabarla.
La variante ómicron tiende a acelerar el contagio, pero subsiste la expectativa de que, al ser más leve en sus efectos según apuntan algunos estudios, contribuya a poner fin al flagelo.
El país no debe quedarse anclado en el espectro de la pandemia. Para que así sea la prioridad absoluta debe ser la de elevar la cobertura de la vacunación y la de aplicar la cuarta dosis de refuerzo en un loable empeño para llevar alivio y facilitar que las actividades económicas se realicen con normalidad.
Hay algo ineludible, necesario: habrá que seguir arrimando el hombro. Solo el trabajo esmerado puede llevar a la reducción de la pobreza y a encaminar la prosperidad. Al Estado le corresponde crear las condiciones favorables para que se realice en condiciones dignas dentro del mercado formal, con protección social y salarios decentes.
En tal virtud, es perentorio revisar las leyes y políticas causantes de que muchos dominicanos abandonen su país (lo ocurrido en Chiapas es señal de alerta), y de que tantos inmigrantes indocumentados nos ocupen y pongan en alto riesgo nuestra nacionalidad. Y adoptar, en el corto plazo, medidas urgentes para limitar el daño.
De poco consuelo sirven los andullos de remesas que se reciben si nos quedamos huérfanos de fe y perdemos en la lejanía de tierras extranjeras lo que más queremos, el terruño propio que nos vio nacer y crecer, la familia y la bandera que simboliza lo que somos. El riesgo es tan elevado que amerita de una cruzada para corregirlo.
Es también hora de poner de relieve la importancia de contener el consumo superfluo y estimular el ahorro como fuente primigenia y sana de la inversión; subordinar el endeudamiento y ligarlo exclusivamente a la ejecución de proyectos concretos; y de maximizar la inversión pública en infraestructura, por su vasto efecto multiplicador y alto potencial de detonante del desarrollo.
Con mente positiva, feliz y venturoso año 2022.