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Diógenes Céspedes pionero de la nueva crítica dominicana

Serios, sin escarnio, sus trabajos se enfocaban principalmente en el texto literario examinado bajo el prisma de la semiótica, la poética y la lingüística

“Sé que la poesía,” decía el versátil escritor Jean Cocteau, “es indispensable, pero no sé para qué.” Provocador. ¡Claro! ¿Para qué sirve pues la poesía? No me aventuraría a decirlo. Cuando lo pienso me convenzo de que habría que comenzar definiéndola. No lo haré. Sé que es inherente al único mamífero dotado de lenguaje y capaz con palabras de atrapar imágenes: “El hielo es la estatua del agua”, canta Mieses Burgos. 

La mención de la fórmula de Cocteau viene a cuento porque en la historia universal de la cultura no son uno ni dos los casos de poetas perseguidos y censurados porque sus obras eran “perjudicables” para sus contemporáneos, verbigracia los intolerantes regímenes totalitarios y señalo al censor Napoleón IIIº que, en 1857, prohibió Las flores del mal de Charles Baudelaire porque iban en contra de las buenas costumbre y el mismo año, por idénticas razones, tuvo lugar el célebre juicio a Flaubert por su Madame Bovary. 

No hace mucho en República Dominicana el escritor y crítico Diógenes Céspedes estuvo a punto de ser sometido a la Justicia por unos artículos desfavorables a una colección de poemas de Rosa Silverio. Por suerte la sangre no llegó al río. Basta un ejemplo para ilustrar qué significa emitir y publicar juicios desfavorables en un país acostumbrado a una crítica elogiosa como la que se hacía antes de que Pedro Conde y Diógenes Céspedes en los años 1970 emprendieran la ingrata y desagradable tarea de expresar “sin concesión” lo que pensaban de las obras de los escritores posteriores a 1965.

De escuelas diferentes: Conde de Italia; Céspedes de Francia, tienen en común haber examinado la nueva literatura dominicana sin elogios ni complacencias y coincidir en que los jóvenes autores carecían de la cultura que requiere el oficio de escritor.

Antología informal (1970), fue un duro golpe a los poetas posteriores a 1965 acostumbrados al elogio: “En este ensayo,” anuncia Conde en su nota infructuosa, “no se quiere demostrar que la poesía de la nueva generación es algo acabado y definitivo. Tampoco anima el propósito de exagerar la valía de nuestros autores. Quien se aproxime a esta obra, esperando asistir a un desfile de adjetivos heroicos y términos laudatorios, se llevará un chasco. Ciertamente, y a nuestro pesar, tenemos la impresión de que muy pocos de los nombres que aquí se mencionan saldrán bien parados del juicio más severo que les depara la posteridad” (p.2). A pesar de que no profundiza en el análisis, la Antología es una befa demoledora, Conde se percató de la politización que minaba la calidad de los textos y la emprendió contra la notable influencia de la política en los nuevos autores

Diógenes Céspedes, de otra estirpe, había adoptado, en esa primera etapa, la poética estructuralista según Roland Barthes, el grupo Tel Quel y los formalistas rusos para estudiar sus textos. Como Pedro Conde, fue sin concesión. Consciente del inmovilismo de los escritores dominicanos, emprende entre 1973 y 1975, en Última Hora, así como en los suplementos Artes y Letras (Listín Diario) y Aquí (La Noticia), la ingrata función de orientador de la joven literatura explicando la terminología que debían dominar, qué era el texto literario, al tiempo que expresaba su opinión sobre algunos poetas y narradores. Las crónicas, críticas y polémicas de Céspedes serán reunidas luego en Escritos críticos (Editora Cultural Dominicana, 1976). Serios, sin escarnio, sus trabajos se enfocaban principalmente en el texto examinado bajo el prisma de la semiótica, la poética y la lingüística.

Céspedes había percibido entonces que un número importante de escritores no tenía la cultura que el oficio de escritor exige: “Ese hombre poeta debe estar enfrascado en la lectura, estudio y asimilación de la economía política, del marxismo, de la biología, de la lógica-matemática, de la lingüística, de la semiótica, del sicoanálisis y de cuantas disciplinas incidan en el avance del hombre […]. Conocedor de varios idiomas […] para estar al día en los conocimientos acaecidos en antípodas latitudes geográficas.” (pp.194-95).

Las críticas sin elogios de Céspedes como las irónicas observaciones de Conde naturalmente no fueron bien acogidas. Hay que reconocer sin embargo que la labor de Céspedes en 1973-75 fue más contundente que la conmoción que produjo la recepción de la Antología informal de Pedro Conde; fue un efectivo y acertado tirón de orejas a los escritores para que leyeran, se cultivaran y se pusieran al día. Sus críticas tuvieron amplia recepción e influencia en los años posteriores.

Se le teme y detesta por no tener “la belleza fácil”. Como el elogio no figura en su naturaleza ni estrategia literaria, Diógenes Céspedes no ha tenido el liderazgo que tuvieron Roland Barthes en Francia o Ramón Francisco en Santo Domingo. Sin embargo, fue quien inició la nueva crítica literaria dominicana y en 2007, a pesar de las ronchas dejadas por sus críticas, fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.