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Altruismo magisterial diluido

Los maestros deberían volver a las aulas

Hubo una época en que la crema y nata de la juventud dominicana se inmolaba en las expediciones contra la tiranía de Trujillo o arriesgaba su pellejo en manifestaciones desafiantes. O salía a estudiar a las mejores universidades del mundo para ofrecer a su tierra el concurso de su talento. 

Eran años colmados de altruismo, fervor patriótico, deseos de crear un proyecto de nación que llevara a la nación a alcanzar el desarrollo económico y social. 

Al desplome del régimen de terror en 1961 vino el Consejo de Estado que puso bases institucionales para el ejercicio democrático. Le siguió Juan Bosch preocupado por la cuestión social. El destino se torció con su derrocamiento sin sentido. A continuación, surgió la intervención armada y la guerra civil de 1965. 

Las decepciones sufridas y la desnaturalización de la carrera política trastocaron los valores. El velo de romanticismo se deshizo. Y muchos dominicanos orientaron su vida hacia su propia conveniencia, sin importarles la suerte del colectivo. Las nuevas generaciones crearon referentes aferradas al individualismo, con un proyecto colectivo desdibujado y excluyente. 

La Asociación Dominicana de Profesores fue creada en 1970 con objeto de abanderar las reivindicaciones clasistas. Desde el inicio pugnó por conquistas para el gremio no conectadas a la necesidad de elevar el nivel educativo y de dotar a los dominicanos de un instrumento poderoso para mejorar su entorno social. 

Es decir, se afianzó la noción del dame lo mío, relacionada con el quehacer clientelar. Hubo que darles lo suyo a los maestros, los cuales conformaron una organización poderosa, permeada por los grupos políticos, con escasa sensibilidad sobre el devenir y razón de ser del sistema educativo, calidad y formación del maestro, capacidad de enseñanza, necesidad de impulsar el aprendizaje. De ahí los penosos resultados que se arrastran a pesar de los inmensos recursos que se invierten. 

Los maestros representan el valor más alto de la sociedad, siempre que ejerzan el magisterio por vocación, con espíritu de formar a los ciudadanos del mañana sin que importen las privaciones ni obstáculos. 

Los profesores de generaciones anteriores fueron ejemplo de sacrificio personal y dedicación a su trabajo. Lo dieron todo en favor del aprendizaje, hasta sacrificaron su estado civil (muchos quedaron solteros) o su condición económica con tal de ofrecer el pan de la enseñanza. Ocupaban el sitial más alto en el escalafón social. 

Los resultados de los últimos decenios muestran a una clase magisterial que no ha podido cumplir con su misión, pues nuestros estudiantes están muy por debajo del caudal de conocimientos que se supone que deberían tener. 

Lo peor es que, luego de dos años de pandemia, no se nota disposición alguna de enmienda. Al contrario, la clase magisterial persiste en su afán gremial. Tiene como rehenes a un conglomerado estudiantil huérfano de orientaciones y de conocimientos, necesitado de aprehender las herramientas que les permitan cambiar su condición social y, de paso, el país pueda dar un salto cualitativo.

En las naciones desarrolladas las clases presenciales no se interrumpieron a lo largo de la pandemia. Aquí casi perdimos el año lectivo 20-21 y se está en camino de perder el 21-22 sino se reacciona con presteza. La excusa es el Covid, ahora Ómicron. Como si la escuela no fuese más segura que los lugares de entretenimiento y grupos que los maestros frecuentan en sus quehaceres cotidianos. 

El país no puede darse el lugar de amamantar una clase que castra el potencial de la nación y la condena al atraso. Urge sacar a los mercaderes del templo y llenarlo con aquellos líderes (que los habrá) imbuidos en plenitud con la sagrada misión de enseñar. 

Es palpable que hace falta una conmoción que sacuda al estamento magisterial; el surgimiento de un movimiento interno con un liderazgo enérgico, iluminado, que devuelva al maestro su condición de referente social y lo coloque en primer plano por su compromiso profundo e irrenunciable con la calidad académica y el aprendizaje. 

Eso no significa que los profesores deban abandonar sus reclamos gremiales. Eso no. Pero deberían tener conciencia de que solo conseguirán mayor bienestar individual en la medida en que la sociedad progrese en función de su nivel educativo más elevado. No mientras se mantenga el actual estado de cosas. Y eso los obliga a cambiar de estrategia, no a perseverar en el error. 

Por Dios, un poco más de altruismo, queridos gremialistas. Un poco más de esfuerzo, petición que hacemos extensiva a colegios y universidades que han perdido su razón de ser. 

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.