Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

Una mujer a la presidencia

Y aunque parezca ideológico decirlo, todavía la política se nutre de viejas concepciones, esas que idealizan una masculinidad culturalmente torcida: la del macho, rezago de una historia autocrática acatada por una sociedad de sumisiones

No es una consigna barata que procura agrados. Tampoco es pancarta progresista. Se trata de abrir umbrales en una sociedad atada a viejos atavismos. No hablo siquiera de derechos en un país donde paradójicamente la mujer domina las profesionales liberales, las posiciones gerenciales, las matrículas universitarias, la población electoral, la docencia pública, entre cientos de reglones omitidos. Es un asunto de sentido natural que confunde la racionalidad más básica. El interés no es hallar culpables; es cambiar razones. La realidad nos dice que la mujer ha tomado en serio las oportunidades que ha logrado y es tiempo de que los centros de poder le abran espacio. 

Estemos claros: la ausencia de la mujer en la política tiene que ver en buena medida con los patrones históricos que la gobiernan. Y aunque parezca ideológico decirlo, todavía la política se nutre de viejas concepciones, esas que idealizan una masculinidad culturalmente torcida: la del macho, rezago de una historia autocrática acatada por una sociedad de sumisiones. Todavía en la política el poder se asocia con testosteronas y braguetas. Prevalecen referentes de compadrazgos, de cultos callados a la figura del jefe, de sutiles mitos machistas. 

La incorporación de la mujer a las relaciones de poder resultará de una comprensión democrática de esa realidad; por eso es necesario que los partidos se preserven y se fortalezcan. Son los conductores orgánicos de las nuevas construcciones políticas, por más inútiles que hoy resulten. Por eso las mujeres deben insertarse en las organizaciones partidarias y en ellas desarrollar liderazgos activos, sustantivos e influyentes. El partidismo es su primer espacio vindicativo; allí no solo participan, también implantan visiones y articulan derechos. 

Tener una mujer en la presidencia no es una aspiración antojadiza ni con ello resolveremos un siglo y medio de desatenciones públicas, pero es un salto a otras comprensiones, a nuevas sensibilidades. 

Una sociedad funcional es la suma equilibrada de distintas visiones sobre el bien común. Mientras la mujer no sea parte troncal en las grandes decisiones, esa perspectiva estará incompleta. Se trata de algo más que de simbolismo. Tiene que ver con desarrollo político y ciudadano. 

Pero en el tránsito se impone que la mujer reasuma su valor cultural, que promueva las ventajas de la diferencia y los imperativos del acceso igualitario; pasar del reclamo a la participación, de la víctima al agente del cambio. El camino es áspero, pero posible. Nada de lo conseguido en los últimos cincuenta años ha sido regalado; fue arrebatado con la mejor arma: la superación educativa. Esa seguirá siendo la espiral más tensa para volver al salto.

Es saludable la oportunidad que se le ha dado a la mujer en algunos partidos políticos como el PLD. Tres precandidatas integran la oferta femenina: Maritza Hernández, Karen Ricardo y Margarita Cedeño. Podrán tener o no posibilidades, pero la promoción a sus propuestas es de por sí auspiciosa. Comunica una señal de buenos tiempos. Obvio, ser mujer no las hace más especiales; agrega valor, perspectiva y diversidad a la competencia. 

No obstante, ninguna de ellas ni las que aspiren por otras organizaciones deben “politizar el género”. Eso significa victimizar su condición de mujer para derivar simpatías electorales. Ya ha empezado a rodar una opinión errante que pretende etiquetar como machista cualquier valoración a la historia política de una de las precandidatas. Eso es manipular y le hace daño a la participación de otras en los procesos. Ninguna política puede escudarse en la mujer para excusar carencias o deslegitimar cuestionamientos a su propuesta. Estigmatizar la sana crítica con la etiqueta del machismo es politizar el género. La inteligencia, la honradez y la lealtad son atributos en juego que se bastan a sí mismos. Si no se tienen esas aptitudes, ser mujer jamás será suficiente. 

Una historia de casi sesenta presidentes constituye la mejor razón para rehacerla. No hay un solo motivo que explique la ausencia de un rostro femenino en esa galería. La excusa de siempre es que no existen condiciones. Cuando no las hay, sencillamente se crean. Basta con una decisión generacional. Tenemos mujeres de talento, reciedumbre y sensibilidad al frente de pequeños y grandes emprendimientos: detrás de un fogón, un mostrador, un secador o un escritorio. Y en una sociedad de negaciones parece haber encontrado eco la eterna declaración de Simone de Beauvoir: “No nacemos como mujer; nos convertimos en una”. Conozco a muchas que se hicieron a prueba de fuego en las rudezas más inclementes del destino. Sería digno verlas gobernar.

TEMAS -

Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.