Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

En Manhattan

Manhattan es más híbrida que estadounidense. Por aquí transcurren las venas palpitantes del mundo. Las multitudes recorren las calles, sin rumbo.

Hacía tiempo que no viajaba a Nueva York. En comparación con la imagen que guarda mi mente, encuentro luces y sombras.  El momento es difícil. Primero fue la pandemia. Ahora la amenaza ingrávida de guerra mundial. La economía cruje como barco desvencijado azotado por la tempestad.

Después de años de emisión mundial desbocada de dinero, la Reserva Federal acaba de subir el tipo de interés en 0.75 puntos, alza brusca que rompe el patrón histórico. Los préstamos se encarecen. El rendimiento de los activos financieros aumenta. ¡Oh paradoja!, mientras la economía real cae, la financiera se revaloriza. Endeudarse cuesta más, correctivo para quienes creen que tomar prestado lo resuelve todo. Vana ilusión y a qué costo.

El petróleo mantiene encumbrada su cotización. La hambruna acecha expectante. Los graneros arden. El desabastecimiento de cereales está cercano. La inflación esquilma la capacidad adquisitiva y agrede con más rigor a las clases baja y media.

En Santo Domingo se crean nuevas provincias para seguir repartiendo con largueza los recursos ya menguados, ajenos los legisladores a la gravedad del momento. El Aeropuerto Internacional de las Américas luce sobrepasado por la insuficiencia de las inversiones, en contraste agrio con el repunte del turismo y de los vuelos.

A la llegada a una de las terminales del aeropuerto internacional de Nueva York a la que arriban los vuelos procedentes de la República Dominicana, me sorprenden varias cosas: no hay taxis organizados en fila en espera de viajeros. Aparecen buscones, algunos dominicanos, que ofrecen transporte hacia la urbe. El trayecto muestra basura y desperdicios arrojados en las vías. Uno nunca sabe qué influye más en el cambio de los hábitos: la cultura de la sociedad que recibe al inmigrante o la del inmigrante que termina imponiendo sus costumbres.

Manhattan es más híbrida que estadounidense. Por aquí transcurren las venas palpitantes del mundo. Las multitudes recorren las calles, sin rumbo. Un vaho de desesperanza se adivina en sus rostros. Intuyen el abismo cercano, pero cierran los ojos para conjurarlo. Sobre el Central Park se elevan fuegos artificiales en conmemoración no se sabe de qué, ¡pero qué carajo importa!

Descorro la cortina. Llueve al amanecer. El benigno calor se disipa. Toca ponerse abrigo suave. Por las calles circulan abigarradas multitudes. Algunos asumen complejos raciales y lanzan epítetos hirientes. La violencia contenida se percibe en el aire. Los más se hacen el loco.

En Times Square se ve lo predecible y lo impredecible. Los desheredados duermen a la intemperie en los escalones de los templos. Otros venden lo permitido y lo prohibido. Unos más proclaman afanosos sus preferencias sexuales como si a los demás tuviera que importarles las virtudes o perversiones que encomiendan a sus cuerpos.

Es cautivante Manhattan, con sus museos relevantes, lugares de espectáculos, cadenas de servicios, escaparates y comercios, rascacielos imponentes que desafían las alturas de predominio divino y convierten en puras obras de arte a moles de hormigón y de cristales. La exuberante y extendida industria de la salud, con sus grandes hospitales y centros de apoyo, contribuye a templar el ingreso de su gente y a mantener en alto el ritmo vital.

La nueva atracción de quienes buscan nuevas sensaciones es The Vessels, escultura arropada por un portento gigantesco, The Edge, situado en Hudson Yards, que tan solo de verlo dispara el vértigo. Su competidor, The One Vanderbilt, con su juego de espejos provoca escalofríos en los tuétanos. El parque Bryant, al lado de la biblioteca del estado, templa el alma con su ejemplo de placidez y convivencia.

En los barrios antiguos construidos a semejanza de ciudades europeas, da gusto caminar por sus calles arboladas. Allí se siente la calidez del palpitar humano. En la imponente catedral de San Patricio la gente encomienda sus miedos al Señor de los cielos. Su nave central impresiona y su maravilloso órgano mueve los cimientos de sus piedras.

Ver de noche las famosas avenidas de Manhattan sumergidas en penumbras, a excepción de sus letreros lumínicos, genera extravíos. ¿Acaso la racionalidad se impone? ¿O la decadencia arriba? Esta ciudad marca y recibe la influencia del mundo. Aquí cada día se reconstruye lo viejo y se adora lo nuevo. Pese a ese infatigable esfuerzo, ser vitrina del mundo produce cansancio.

¿Podrá mantenerse el consumo exasperado de Manhattan mientras al mundo apenas le alcanza para aliviar el hambre? ¿Podrá solventarse la abismal diferencia en el valor trabajo que empobrece a muchos? Habrá tensión mientras el cajón sea como el embudo, estrecho para la venta, ancho para la compra.



TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.