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El miedo es libre, mas tiene un precio

El miedo se origina en la desconfianza en el colectivo

Hay que admitir como una verdad, si no absoluta al menos difícil de rebatir, aquello de que el miedo es libre. Pero también hay que aceptar que existen razones más que aceptables para tenerlo. Y tiene un precio. Una hipótesis que tuvo y aún tiene éxito en República Dominicana fue la que planteó el reconocido siquiatra Antonio Zaglul allá por los años setenta al sostener, con fundamento histórico y con la gracia que caracterizaba su prosa, que la desconfianza colectiva de los dominicanos, más apropiadamente la paranoia, tenía sus orígenes en las devastaciones de Osorio de principios del siglo XVII.

Darle fuego a toda una región simplemente para evitar la propagación de las ideas de la Reforma protestante es más que suficiente para que el subconsciente, en particular el colectivo, mantuviera viva una desconfianza que se fortalece cada vez más con acontecimientos históricos casi de la misma naturaleza.

Del fuego de las ciudades de Montecristi, Bayajá, La Yaguana y Puerto Plata se heredó el abandono casi total del noroeste de la primera colonia española del Nuevo Mundo dejando campo abierto a los aventureros, franceses en su mayoría, que se instalaron allí y ya para 1640 eran tantos que Francia se sentía con derecho a reclamar posesión hasta obtener una importante porción del oeste de la colonia española que ya a finales del siglo XVII era Saint-Domingue francés y en 1804 la République d’Haïti, la primera república negra de la historia. Mientras, la parte española era cedida completamente a Francia en 1795. Esos años de incertidumbre para los abandonados “españoles” eran más que suficientes para tener la desconfianza o paranoia de que habla Zaglul. Tanta que, al reconquistar la antigua colonia española, Juan Sánchez Ramírez la restituye, consciente de lo que sucedería si se declaraba independiente sin apoyo de una de las potencias de la época, a España. Luego, a raíz de la primera Independencia en 1821 —llamada por la Historia “efímera”— tuvimos la ocupación haitiana que se extendió por 22 años. La ocupación fortaleció esa desconfianza colectiva del dominicano de la que habla, a justo título, el eminente siquiatra dominicano.

El siglo XIX dominicano se caracteriza, sobre todo, por ser el de la Independencia de los Trinitarios, la del 27 de febrero de 1844. Sin embargo, la falta de confianza, el temor a perderla, a pesar de que se había triunfado ante los intentos de Haití por recuperar la parte española de la isla, el miedo se impuso. En medio de esas victorias, cuando Haití ya no era una amenaza, pero con el mismo temor que condujo a Sánchez Ramírez a restituir la colonia en 1809, se anexa la República a España. Hubo una guerra de tres años. Se restauró la República y desde entonces se ha afianzado el sentimiento de país independiente.

Sigue pues lo propio de una joven República. Los gobiernos se suceden, se crea un ambiente de inestabilidad y los últimos veinte años del siglo XIX nos deparan la primera dictadura con una idea clara de lo que era un gobierno totalitario y personalista. Entonces, el miedo, que va a la par con el recelo histórico de los dominicanos, se instala con bases cada vez más sólidas en nuestra mentalidad. El primer verdadero dictador de la incipiente República, Ulises Heureaux, según cuenta la leyenda, creó un sistema de espionaje tan sofisticado para la época que el miedo a expresarse se fue acomodando en casi todos los hogares del país. Se le temía a todo: a un simple mendigo de los que amueblan los parques y las calles de las ciudades, a un borracho dando traspiés a altas horas de la noche, hasta a los animales se les consideraba caliés, pues se pensaba que era el dictador de incógnito o que se transformaba en animal o cosa, de acuerdo con la ocasión.

La crueldad de Lilís, como se le llamaba a Heureaux, se oculta, por lo general, detrás de las anécdotas del dictador que han dado origen a varios volúmenes que enriquecen aun más la leyenda, pero que, al mismo tiempo, alimenta el temor individual y colectivo. El que se oculta tras una expresión, el que atribuye oídos a las paredes. Desconfianza y miedo colectivos se convierten en sinónimos en este caso preciso de República Dominicana.

Pero el aporte de Ulises Heureaux al alto costo de la libertad del miedo en República Dominicana no tiene comparación con el precio que le puso Rafael Trujillo desde 1924. Trujillo llevó el terror al seno de los hogares con el asesinato de Martínez Reyna y su esposa en estado de embarazo en San José de las Matas en los albores de su dictadura. Se apoyó en un sistema de espionaje tan sofisticado como el de la Gestapo de Hitler. En todos los hogares se había instalado la desconfianza, el miedo era la actualidad.

Se teme perder la frágil libertad de expresión de que disfrutamos desde hace algunos años. Nada aplaca ese temor que venimos arrastrando desde hace siglos. La memoria colectiva conserva intacto el golpe de Estado al primer gobierno democrático que sucedió a Trujillo y sus consecuencias: la intervención militar norteamericana de 1965, las elecciones de 1966, las de 1978 y sobre todo las de 1990 y 1994. La memoria dominicana recuerda también que, con excepción de 1978, la trampa se impuso y los dominicanos se tragaron su indignación. 

El miedo le ha costado mucho a República Dominicana, es la parte trágica de la historia de un país. El miedo no prescribe. Es libre. Nadie, aunque esté a la disposición de todos, está obligado a tener miedo

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.