Un encuentro literario interiorista
Fue reconfortante reunir un grupo de 19 personas
Con un mundo perturbado por los efectos de la pandemia, la guerra y la inflación, y un país en expectativa por las eventuales repercusiones de la crisis haitiana, es reconfortante que, durante un fin de semana, incluyendo el pasado día festivo de Las Mercedes, se reuniera un grupo de 19 personas en un lugar austero destinado a retiros espirituales a mantener un diálogo literario.
El sitio fue el Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz, hermosa edificación ubicada en un pequeño cerro al borde de la carretera Duarte, en la entrada hacia la Presa de Taveras. El grupo pertenece al Movimiento Interiorista del Ateneo Insular.
De acuerdo con el aura que se mantuvo vibrando, el sujeto fue el libro. El predicado la progresiva ausencia de lectores y la dificultad que enfrentan los creadores literarios para desarrollarse, condenados a sufrir estrecheces y penurias, en vez de reconocimientos y recompensas. El corolario los efectos visibles de la baja calidad de la educación sobre la población.
¿Por qué lo edificante y regenerativo se oblitera, mientras su opuesto se premia? ¿Acaso nos encontramos en medio de una trampa circular?
El programa estuvo dividido en dos partes. La presentación y comentarios de algunos de los libros del invitado a esta reunión, privilegio que tuve el honor de recibir. Y el análisis de la poesía de Safo de Mitilene, junto a la exposición de poemas y cuentos de Safo y de algunos de los contertulios.
Programa intenso, llevado a cabo con cumplimiento estricto del horario. De lo contrario no habría manera de contener el canto desgarrado de los poetas y sujetar el alma desbordada de los narradores de cuentos.
De mí, apenas emborronador de cuartillas en proceso perpetuo de aprendizaje, se dijeron cosas que me ruborizaron y otras que me llevaron a la introspección. Se dejó colar la idea de que soy economista por error, especie de carambola cósmica, predestinado a caer en el terreno literario. E historiador por inercia. Y es cierto. Apenas he hecho incursiones furtivas en el devenir de la historiografía, siempre con la intención de aderezarla con toques mágicos de ficción.
Los libros míos sujetos al análisis de los contertulios fueron Trujillo ajusticiado; Moca, el pueblo de antes; Vitriólico y sus personajes; y Horacio y Mon. Todos fueron objeto de observaciones profundas a cargo de algunos de los participantes como Luis Quezada, Rita Díaz Blanco, Esteban Torres, Miguel Ángel Durán y Bruno Rosario Candelier.
Otro de mis libros, Al amanecer, la niebla, fue ponderado con benevolencia extrema, en especial por el creador del Movimiento Interiorista. Quizás porque deposité en su elaboración mis sentimientos más puros en una edad en que la palabra recoge lo que el alma dicta. Ahí aparecen aproximaciones a poemas pletóricos de ondas potentes. Si tuviera que acostumbrarme a dormir con un libro mío debajo de la almohada, sería el elegido.
Al escuchar el análisis sobre la poesía de Safo, a cargo primero de Elidenia Velásquez y después de Bruno Rosario Candelier, sentí que volvía a experimentar los estremecimientos eróticos que solían sacudir mi sensibilidad. Una sensación de renovación espiritual recorrió mi cuerpo, me encontró desprevenido y me asaltó por sorpresa.
Me sentí absorbido por una percepción extraña que aglomeró mis emociones dispersas y se explayó cuando al terminar la primera sesión, ya de noche, una parte del grupo salió a conversar en la terraza del cerro que se orienta al valle del Cibao, en explosión de luces.
Allí dialogué con un grupo pequeño que se encontraba al borde de la baranda, integrado por Carmen Comprés, Rafael Peralta Romero, Esteban Torres, Keyla González y Rita Blanco. Surgió el tema de la economía naranja, etiqueta con la que se quiere redimir por arte de prestidigitación la labor cultural, como si la mercadología bastara para llenar el contenido, pero esas son cuentas distintas que se colaron furtivas en esta tertulia.
No tengo forma de agradecer la distinción que el Movimiento Interiorista tuvo conmigo. Fue una experiencia inolvidable, a pesar de la sobriedad de aquellas instalaciones destinadas a la meditación y al desarrollo de la espiritualidad religiosa.
Al contemplar el fervor de aquellos miembros del grupo y darme cuenta de que la mayoría lo integra gente joven, disciplinada y motivada, pensé que todavía hay tiempo para acariciar la esperanza. Me reforcé en la convicción de la labor gigantesca que realiza el maestro Bruno Rosario Candelier. Y en que no es justo que los portadores de la creatividad literaria tengan que andar desguarecidos y en pelotas.
¿Por qué lo edificante y regenerativo se oblitera, mientras su opuesto se premia? ¿Acaso nos encontramos en medio de una trampa circular?