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Contaminación
Contaminación

Medio ambiente y territorio

El presidente de la Junta Agroempresarial clama, se agita, proclama la necesidad de un ordenamiento territorial para establecer zonas de uso urbano, agropecuario y forestal

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Medio ambiente y territorio

Desde un balcón contemplo el discurrir del río Isabela, cercano a su desembocadura en el río Ozama. Recorre como un cinturón la piel ajada y agrietada de Santo Domingo de Guzmán, primada de América. Trae agua sucia, colmada de lodo. Se observa materia orgánica que flota. Las lilas ocupan el espacio. No es de extrañar que Juanita, el hermoso ejemplar de manatí haya sido encontrada muerta en ese ambiente contaminado. En su estómago se hallaron residuos de plástico. La mató un infarto, dicen. En verdad expiró fulminada por las aguas putrefactas, el deterioro del medio, el olor a gasoil, a estiércol, la proliferación de efluvios esparcidos al desgaire. No sería raro que los otros dos manatíes liberados, Pepe y Lupita, sufrieran la misma suerte. Aquello una vez fue un paisaje espléndido, limpio, de ensueño. Ha mucho dejó de serlo, tanto que se escurrió la vergüenza, se difuminaron los dolientes, como si el destino de esta patria no importara o corregir entuertos estuviera vedado.

Llover sobre mojado

El río Isabela es la regla, lo rutinario, el paisaje que se fija en la retina como algo permanente y borra aquella remembranza idílica que fue y quizás ya nunca será. Quedan pocas fuentes de agua limpia, manantiales, cañadas o ríos importantes. Ya no existen caudales respetables, salvo en época de tempestades y de huracanes. Las barrancas están ocupadas por residencias, casas, chozas desvencijadas y mugrientas, según el poder económico de quienes las habitan. Sirven de despeñadero para lanzar inmundicias y desechos de todo tipo. Cada cual las utiliza según su conveniencia y arroja a sus magros caudales lo que le importuna y tiene a mano. Hay leyes que no se aplican. Hay castigos que no se imponen. El agua es vital para la sobrevivencia. ¿Lo entenderemos y actuaremos para conservarlo?

Llover sobre mojado

El presidente de la Junta Agroempresarial clama, se agita, proclama la necesidad de un ordenamiento territorial para establecer zonas de uso urbano, agropecuario y forestal. Argumenta en el estéril e inmenso desierto donde la vista se pierde sin dejar de encontrar soledad, únicamente soledad, lo imperioso que es controlar la pérdida de terrenos productivos que se están dañando por el mal uso de esas áreas. Grita, se desespera, reitera, como si las cabezas que debieran lucir los sombreros no hubieran desaparecido. Señor José Rafael Comprés, escuche. ¡Ah, si es Fello!, mocano tenía que ser para empecinarse en tales especulaciones sanas.

Llover sobre mojado

No hay ni habrá reacción. Los intereses mandan. Nadie se atreverá a colocar el sello de agrícola a terrenos situados en las cercanías y aun lejanía de los pueblos. Tales actuaciones harían perder las fuentes de financiación de sus brillantes carreras políticas. ¿Qué importa que dejemos la patria sin suelos fértiles, que nos apiñemos todos en estructuras urbanas inviables, que las edificaciones sin calzadas para caminantes impidan que el peatón ande, si las elecciones se ganan y los recursos monetarios se manejan gracias a no hacer lo que debe hacerse? Ya vendrán guanajos, que quizás no vengan porque habrán aprendido la lección de que el progreso, el suyo, no se cimenta en preservar, actuar en pro de la conveniencia colectiva, sino en favor de los intereses de su grupo o de sí mismo. Si las leyes no se cumplen, para qué nuevas leyes de ordenamiento del territorio, salvo que sean tan enmarañadas que no puedan aplicarse.

Llover sobre mojado

Este territorio dominicano de 48,482 kilómetros cuadrados no soporta la pesada carga de 12 millones de habitantes propios, ni de dos millones más de ilegales haitianos, en adición a la población flotante de turistas que nos visita. Ordeñan el suelo y horadan la naturaleza. No lo soporta a menos que nos organicemos. Y de que lo hagamos bien. Hay un límite para el crecimiento.

Llover sobre mojado

Los recursos son infinitos hasta que el planeta nos queme de insolación y el cambio climático lo destruya todo. Hacen faltan normas que restrinjan, conserven, corrijan, castiguen. Valor, macana y desprendimiento personal para aplicarlas. Hace falta estímulos generosos para preservar. Hay funcionarios llamados a erigirse en mensajeros de la buena nueva, si no se dejaran convencer por los discípulos llenos de fervor de la ya antigua costumbre de teorizar y de no ejecutar, de amenazar y de no actuar o de cerrar los ojos para no ver lo que a leguas se divisa.

Llover sobre mojado

A pesar de todo hay esperanza. Aún queda gente a quien le importa el dictamen de la historia.



TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.