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Moya Pons, la Historia y la Ficción

Pocos historiadores han hecho tanto como él

Son pocos los historiadores dominicanos que se han detenido a reflexionar sobre la interacción dialéctica entre la historia y la literatura, esencialmente entre la novela y la historia, como lo hace el reconocido historiador Frank Moya Pons en La explicación histórica (Academia Dominicana de la Historia, 2021, 118p.), una colección de ensayos en la que destaca, sin que los demás no sean tan enjundiosos como el que ocupa mi atención, “Novela histórica e historia novelada”.

La novela que, como la historia, reposa en la narración de uno o varios hechos, genera por lo general cierto desdén en los historiadores y otros cultivadores de disciplinas conexas con la literatura como la lingüística, la semiótica, la sociología y, particularmente, la historia que la considera un rival muy peligroso, pues como escribió Vargas Llosa a propósito de la narrativa de García Márquez “el novelista es un deicida porque sustituye a Dios creando mundos”.

El historiador, en cambio, se basa en documentos para recrear una época tratando de mantenerse lo mejor posible apegado a los hechos o, como escribe, Moya Pons en la obra citada: “Una de las principales limitaciones que tiene la reconstrucción del pasado (la historia) es que solo podemos comunicar lo que aconteció a partir de una narración construida con el propósito de representar ese acontecer de manera objetiva, de forma tal que si otras personas desean constatar la real ocurrencia de los acontecimientos puedan utilizar los mismos materiales que utilizó el narrador para representar el pasado y llegar a conclusiones similares”(p.99). Más adelante se detiene en el punto de vista del historiador que podría estar condicionado por intereses ideológicos, de clase, etc.

La novela luego de la publicación en 1922 de À la recherche du temps perdu de Marcel Proust y que James Joyce diera a la estampa su Ulises, se puede decir que la única regla que la regula es el dominio del idioma en que haya sido escrita. Desde entonces cualquier narración, histórica o no, es novela; pero la historia novelada tiene, como deja claro Moya Pons, reglas emparentadas con las que rigen al historiador, verbigracia Los episodios nacionales de Pérez Galdós, aunque dejan las puertas abiertas a la invención novelística.

Moya Pons, en su excelente “Novela histórica e historia novelada”, tiene razón al establecer que la “gran diferencia entre el historiador y el novelista es que mientras el primero intenta reconstruir el pasado mediante una narración que pretende ser integral y verdadera, el segundo sabe que su invención es ficticia aun cuando su pretensión sea presentar los hechos en forma tal que el lector piense que pudieron haber ocurrido de esa manera” (p.104).

Como los ejemplos se hacían necesarios acude a Enriquillo de Manuel de Js. Galván y a La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, entre otras novelas de la literatura occidental como Los miserables y Nuestra señora de París de Victor Hugo.

Galván, consciente de lo que hacía en 1879, no calificó su Enriquillo de “novela histórica”. Se mantuvo dentro del marco de la ficción y la subtituló “leyenda histórica”. Una leyenda que tuvo éxito en el Continente hispánico como da cuenta su extraordinaria recepción. La fabulosa novela de Galván es tomada, en República Dominicana, como si se tratara de la “verdadera” historia del cacique sublevado. El Enriquillo tiene la virtud de que cuando pensamos que se trata de la historia es la ficción que destaca y viceversa como sucede con las novelas de Victor Hugo, las de Dumas o las del naturalista Émile Zola, por ejemplo.

La fiesta del chivo, en cambio, es una novela cargada de efectos de realidad como llamaba Roland Barthes, el efecto que produce en el lector la utilización de nombres reales y ficticios en una novela. Recordemos que Urania es ficticia y que Cerebrito Cabral apunta (para muchos dominicanos) a Mario Fermín Cabral reconocido funcionario del régimen; pero Henry Chirinos, el jurisconsulto beodo de la novela, sugiere sin embargo a un político peruano. Artificio del autor para recordar su nacionalidad. La fiesta del chivo no creo que entre en la categoría de “novela histórica” podría considerarse mejor “historia novelada” y, en última instancia, una crónica como el reportaje que le sirvió de modelo, The Dead of the Goat, de Bernard Diederich. Vargas Llosa, recordemos, en tanto novelista tenía mayor libertad para recrear la muerte de Trujillo que el supuesto apego a la “verdad” del periodista Diederich.

El vocabulario de Moya Pons en “Novela histórica e historia novelada”, último ensayo de La explicación histórica se acerca al utilizado por los teóricos del análisis literario como el ya citado Roland Barthes a propósito del efecto de realidad en la novela para darle carácter de verosimilitud a los hechos que se narran en una ficción; lo mismo el punto de vista del narrador de una novela determinada y el punto de vista del historiador de un definido período histórico. Ambos, novelista e historiador, admite Moya Pons en su excelente ensayo, necesitan de la imaginación para lograr una buena novela o un excelente estudio histórico.

A El gran incendio de Pedro Mir, se le reprocha la influencia de la literatura, de la poesía, en su análisis histórico y de llenar huecos con su extraordinaria capacidad de fabulación. La imaginación es inevitable hasta en una obra cuya documentación no es más que la propia vida del autor y que conocemos como “autobiografía” la que tampoco puede evitar que la ficción la contamine.

La novela luego de la publicación en 1922 de À la recherche du temps perdu de Marcel Proust y que James Joyce diera a la estampa su Ulises, se puede decir que la única regla que la regula es el dominio del idioma en que haya sido escrita. Desde entonces cualquier narración, histórica o no, es novela; pero la historia novelada tiene, como deja claro Moya Pons, reglas emparentadas con las que rigen al historiador, verbigracia Los episodios nacionales de Pérez Galdós, aunque dejan las puertas abiertas a la invención novelística.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.