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Madrid

Estando en Madrid, como acabo de estar, he experimentado esa extraña sensación de querer caminar, caminar y caminar

Leyendo el excelente y reciente libro titulado “Madrid”, de Andrés Trapiello, me he encontrado una cita de Ramón Gayá sobre Benito Pérez Galdós que me ha encantado. Dice: “A Galdós me lo figuro dando vueltas y vueltas por Madrid, sin prisas, claro está, pero no a la manera del paseante o del ocioso, es decir, no con el placer del paseante ni el cinismo del ocioso, sino con ese paso del perro callejero que no es propiamente una lentitud, sino una sapiencia; porque eso que en los perros callejeros puede parecer vaguedad de objetivo no es más que sabiduría, sabiduría profunda, convencimiento de que no hay lugares absolutos donde ir”.

Y sí, estando en Madrid, como acabo de estar, he experimentado esa extraña sensación de querer caminar, caminar y caminar, sin un lugar preciso donde ir, como el perro callejero que recorre las calles de un lado a otro, sin norte, en mi caso por el deseo de imbuirme del espíritu de sus gentes que flota y se sintetiza a cada paso que se da y de seguir amando la ciudad como lo hice en la época ya lejana en la que realizaba en ella mi carrera universitaria.

Mi visita coincidió con la celebración del mundial de fútbol en Qatar. Lo previo al inicio de la competición fue el intento de cooptar a la audiencia televisiva exhibiendo un brazalete que portarían los jugadores con el emblema de la bandera homosexual, como si en el planeta no hubiera otras causas más meritorias.

¿Acaso han desaparecido los grandes males que afligen a la humanidad? ¿Ha sido vencida la pobreza? ¿Superada la supresión de la libertad de expresión en muchos países? ¿Erradicado el analfabetismo o mejorado el acceso a la salud de gran parte de la población mundial? ¿Cesado el acoso contra los desvalidos o la agresión contra los débiles? No, es la respuesta. Esos sí serían tópicos con méritos a ser resaltados, si no fuera porque el deporte no debería ser contaminado con pasiones distintas a las que le son inherentes.

Encuentro aquí, en esta ciudad de Madrid, que los valores no son los que fueron.

En el espectro político, la izquierda o la derecha no son tales. La izquierda se centra en promover el universo gay en su afán de captar votos, dar paso a la ley trans, insistir en permitir el aborto a niñas sin el consentimiento de sus padres, permitir el cambio de sexo en los niños, a lo cual se agrega rebajar las penas por sedición y diluir el delito de malversación para excluir de penalización el mal uso del erario público si fuere para fines no personales, en esto último yendo más allá del populismo que se teje en países del mundo subdesarrollado. Defender lo contrario se atribuye a tendencias de extrema derecha.

El término fascista se usa con profusión, pero desprovisto del significado que originalmente tenía ligado al predominio de un sistema de poder autoritario o extremo y al corporativismo. Para la izquierda, fascista es todo aquel que le sea contrario. Para la derecha, comunista es todo aquel que no piense como ellos.

Eso me lleva a preguntarme si la sociedad de los países desarrollados estará involucionando después de haberse acercado al estado del bienestar.

Al caminar contemplo el esplendor y limpieza de las calles de esta ciudad de Madrid, su esmerada red de transporte público y señalización de calles y carreteras, sus cuidados y grandiosos museos, su maravilloso sistema sanitario, su sistema de pensiones que libera la necesidad de ahorro a cambio de la garantía de prestaciones futuras, la rigurosa recogida y clasificación de basura, la seguridad imperante, su admirado servicio de bares, restaurantes, y hoteles, la amabilidad de la gente. Y encuentro que la ciudad es de todos, a mí también me pertenece.

Me encuentro en las calles con manifestaciones de protestas para mejorar lo bueno. Llenas de encono. No quieren darse cuenta de que el talón de Aquiles de este país y de Europa está en una población envejeciente y en su baja tasa de reproducción.

Están en el dilema (que no lo admiten) de tener que rescatar el orgullo del sexo en parejas heterosexuales (disminuido por el auge de la ideología homosexual), reproducirse y sacrificar cuotas de libertad para poder dedicarle tiempo a sus hijos, o aceptar que su sobrevivencia está atada al ingreso de inmigrantes que financien el nivel de bienestar de que disfrutan y terminen modificando la cultura, composición de la población y la propia nacionalidad.

¡Feliz Navidad, queridos lectores!

Al caminar contemplo el esplendor y limpieza de las calles de esta ciudad de Madrid, su esmerada red de transporte público y señalización de calles y carreteras, sus cuidados y grandiosos museos, su maravilloso sistema sanitario,... la rigurosa recogida y clasificación de basura, la seguridad imperante ...la amabilidad de la gente. Y encuentro que la ciudad es de todos, a mí también me pertenece.

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.