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Crónica de un fracaso

Es una provocación al tratarse del 50 aniversario de la muerte del héroe de Abril del 65 Francisco Alberto Caamaño

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Crónica de un fracaso

Soy consciente de que con que el sustantivo “fracaso” aparezca en el este título de esta entrega es una provocación sobre todo si concierne al 50 aniversario de la muerte del héroe de Abril del 65 Francisco Alberto Caamaño el pasado 16 de febrero tras su fallida expedición guerrillera del 2 de febrero de 1973.

En efecto, si hubiera que calificar la incursión guerrillera del líder de la revolución de abril de 1965 habría que decir que de antemano estaba condenada al fracaso por razones de la geopolítica dominicana, caribeña e internacional.

“El coronel de Abril” como se suele llamar al militar dominicano que enfrentó a las fuerzas de intervención lideradas por Estados Unidos y avaladas por la OEA para impedir la reposición de Juan Bosch a la presidencia de la República por temor a que República Dominicana se convirtiera en otra Cuba en las narices de poderoso imperio del norte de América.

Al desembarcar en las costas de Azua el 2 de febrero de 1973, al coronel Caamaño le faltó la formación y el criterio político necesarios para saber que en ese momento no existían las condiciones para repetir la hazaña de Fidel Castro en la Sierra Maestra en 1959. Recordemos que el mismo año en que Caamaño abandonó su puesto de agregado militar en la embajada dominicana en Londres (octubre de 1967), fue muerto en Bolivia Ernesto -Che- Guevara.

Es extraño que después de la muerte del Che, Cuba decidiera recibir a Caamaño en su país y, más extraño aún, que le facilitara los medios para organizar un campamento de entrenamiento militar con miras a incursionar militarmente en República Dominicana; más extraño aún que pudiera derrocar el gobierno de Balaguer que ya corría, en 1973, por su séptimo año consecutivo aplicando al pie de la letra los mandatos trazados por el gobierno que la Pax americana dejó instalado en Santo Domingo luego de la firma del Acta institucional del 3 de septiembre de 1965 de la cual el propio Caamaño es signatario. Esa Acta institucional no es más que un eufemismo de derrota.

Los dirigentes y militantes de la izquierda dominicana que no lo entendieron y se enfrentaron al gobierno que inició en julio de 1966, fueron cayendo ante de que las tropas de intervención abandonaran República Dominicana en septiembre de 1966. En guisa de ilustración recordemos a Ramón Mejía (Pichirilo), Guido Gil, Tito Montes, Henry Segarra. Pérez Guillén, Otto Morales, Amín Abel y Maximiliano Gómez entre otros connotados dirigentes de la izquierda revolucionaria que fueron muertos en los primeros 5 años de los 3 gobiernos ininterrumpidos de Balaguer (1966-78), dejando una estela de muertos y desaparecidos que resume lo que significó la Pax americana para la izquierda dominicana.

Caamaño hizo oídos sordos a lo que Bosch le mandara decir por intermedio de emisarios desde que desapareció de La Haya en octubre de 1967 (Cfr. “Mis relaciones con Caamaño”, en Obras completas, T. 29, CPEP, 2010, pp.157-170): “al irse a Cuba Caamaño la situación mundial estaba cambiando a la carrera y se veía que la ola revolucionaria iba cediendo, por lo menos en la América Latina” […], escribe Bosch. Y agrega: “¿Durante cuánto tiempo iba a tener que quedarse Caamaño en Cuba aislado de nosotros y del pueblo dominicano? […] sabemos que iba a mantenerse en ese aislamiento más de cinco años, tiempo suficiente para que la imagen de cualquier líder se destiña a los ojos de su pueblo, sobre todo si no ha sido un líder de actividad prolongada, como no lo fue Caamaño, que pasó por el cielo político nacional con la fuerza de un relámpago” [itálicas GPC].

 “Aproveché después un viaje de Narciso Isa Conde a Cuba para tratar de que Caamaño saliera de la isla hermana y se fuera a Vietnam, “agrega Bosch más adelante en ese artículo publicado inicialmente en ¡Ahora! No. 486 de marzo de 1973, “donde podríamos vernos y tratar el caso dominicano; pero según me contó después Isa Conde en París, Caamaño no accedió a tener esa entrevista conmigo. Yo veía en proceso de liquidación la etapa de fervor revolucionario que se había estado viviendo en toda la América a partir del éxito de la revolución cubana y quería [que] volviera al país y se integrara a la lucha política dentro del Partido Revolucionario Dominicano, donde podía desarrollar con toda amplitud sus capacidades de líder; pero él se negó a aceptar la posibilidad, siquiera, de tratar ese tema conmigo”.

El coronel de Abril creía en su liderazgo y, al abandonar el Black Jack, dejó una nota en esa lancha en la que anunciaba que había desembarcado junto a un grupo de guerrilleros para liberar al pueblo dominicano del yugo balaguerista.

Una guerrilla, como ya era previsible cuando los Palmeros, el grupo liderado por Amaury Germán Aristy que asumiría la logística urbana en República Dominicana, fueron abatidos en enero de 1972. A pesar de la pérdida de ese apoyo fundamental y sin medir las consecuencias, Caamaño se internó en las montañas dominicanas para, como sabemos hoy, condenar su guerrilla al fracaso e inmolarse como uno de los héroes homéricos de La Ilíada y entrar en la leyenda.

Su fracaso que me trae a la memoria aquellos versos de Louis Aragon en honor a los partisanos franceses contra la ocupación alemana durante la Segunda Guerra mundial: “¡Donde muero renace la patria!”.

Es extraño que después de la muerte del Che, Cuba decidiera recibir a Caamaño en su país y, más extraño aún, que le facilitara los medios para organizar un campamento de entrenamiento militar con miras a incursionar militarmente en República Dominicana; más extraño aún que pudiera derrocar el gobierno de Balaguer que ya corría, en 1973, por su séptimo año consecutivo aplicando al pie de la letra los mandatos trazados por el gobierno que la Pax americana dejó instalado en Santo Domingo luego de la firma del Acta institucional del 3 de septiembre de 1965 de la cual el propio Caamaño es signatario. Esa Acta institucional no es más que un eufemismo de derrota.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.