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Homenaje a una mujer dominicana: Josefina Gautier de Álvarez

Ella no permitió que la imaginación fermentara y la fábula distorsionara su 30 de mayo

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Homenaje a una mujer dominicana: Josefina Gautier de Álvarez

Había que tener más de 15 años en 1960 para comprender hoy lo que fue la dictadura de Trujillo para tener conciencia de lo que significaba el miedo, el temor a caer en las garras de la tiranía que desde 1930 había penetrado lo más íntimo de la familia dominicana; tener mucho valor para atreverse, sencillamente, a pensar en contra del dictador y hasta de un pariente. Más aún para intentar poner fin al oprobioso régimen o atentar contra la vida del sátrapa y todavía más para poner en acción el plan que aquella noche del martes 30 de mayo de 1961 dio al traste con un régimen sin parangón en la historia dominicana.

Es difícil explicar y todavía más comprender lo que significó ese acto heroico y más aún el de los que se comprometieron a seguir adelante, como esos héroes que asesinados en los minutos que siguieron al ajusticiamiento. Quien no sea capaz de entender ese momento histórico y sus consecuencias, no podría comprender el 30 de mayo de Josefina Gautier de Álvarez.

El tiranicidio de 1961 tiene aspecto de epopeya. Los conjurados como sabemos comenzaron a caer pocas horas después del ajusticiamiento, unos en la madrugada del 31; otros arrastrados por la vorágine represiva de la familia del dictador; y los sobrevivientes del grupo de acción fueron víctimas de la venganza de Ramfis Trujillo el 18 de noviembre de ese histórico año.

Entre principios de junio y 19 de noviembre de 1961, Josefina Gautier de Álvarez y su esposo, Tabaré Álvarez Pereyra, jugaron un papel digno de encomio. En su casa de La Julia en Santo Domingo estuvo escondido Luis Amiama Tió, uno de los hombres, junto a Antonio Imbert Barreras, más buscados por su participación en el complot contra Trujillo.

Conocí a doña Josefina en 1976. No recuerdo cómo supe que Amiama Tió se había escondido en su residencia. El azar, que siempre ordena las cosas como deben ir, me hizo amigo de Virginia Álvarez Gautier, una de sus hijas. Virginia, como sus hermanas, nunca hablaba de que en su casa se había escondido durante seis meses Amiama Tió.

Tal vez por ese pudor que ella mostraba, tampoco le preguntaba. Nunca hubiera entendido por qué era tan modesta con respecto al tema si un día no le hubiera preguntado, así como el que se lanza al vacío, si era cierto que en su hogar había estado escondido Amiana Tió. “Sí”, me respondió de la manera más natural del mundo. Sin temor a ser indiscreto le dije que quería hablar con su papá sobre ese episodio y me dijo que mejor con su mamá.

No fui el último en saber dónde había estado Amiama Tió durante esos terribles meses de persecución trujillista, pero sí el primero que se atrevió a hablar con doña Josefina, dominado por el escritor que llevaba dentro, de esos meses de ansiedad, de miedo y, sobre todo, de esos largos días en que se anidaban en lo más remoto de su conciencia y del temor a que, en el momento menos esperado, su casa fuera objeto de la insaciable venganza del agonizante régimen. Una venganza que se podía traducir en una muerte segura para la pareja Álvarez-Gautier, sus cuatro hijas de 9, 7, 5, 4 años, y seguramente otros familiares e incluso el servicio doméstico.

De esa conversación surgió no sólo su afamado Escondido. Mi 30 de mayo sino también mi primera novela Fantasma de una lejana fantasía. Mientras doña Josefina cuenta sus seis meses de angustia para salvar a Amiama Tió, yo contaba en Fantasma de una lejana fantasía lo que sucedía fuera de esa casa, en la ciudad.

Ella sabía el riesgo que corrían y aunque había entrado en el complot unos días después del martes 30 de mayo, lo asumió como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento para incorporarse a una lucha que nadie se hubiera imaginado que también era suya.

No voy a hablar de Escondido. Mi 30 de mayo, ese hermoso, tenso e intenso relato de los meses en que Amiama Tió pudo burlar, gracias al valor de los esposos Álvarez-Gautier, el ojo ubicuo de la moribunda tiranía; tampoco de mi novela.

Escondido ha tenido muy buena recepción en el lector dominicano. Lo que el gran público no sabe es que siempre su relato se mantuvo igual. Ella no permitió que la imaginación fermentara y la fábula distorsionara su 30 de mayo. La discreción, la sensatez y el recato de su relato es lo que, años después, me hizo comprender la razón por la que Virginia trataba el tema con tanta naturalidad.

Cuando los esposos Álvarez-Gautier tomaron la decisión de ocultar, “por unas horas”, a uno de los hombres más buscados entonces, lo hicieron con la mayor naturalidad del mundo y conscientes del peligro; pero esa fue una primera etapa, pues no estaban organizados para que esa “visita” permaneciera en su residencia más allá del amanecer. Nadie pasó a buscar, como previsto, a Amiama Tió, pero doña Josefina ni su marido vacilaron en organizarse y simular una vida “normal”, logrando, sin proponérselo, un acto de heroísmo que sólo ellos saben por qué lo hicieron.

¿Por qué? me repito desde aquella tarde de septiembre de 1976 cuando doña Josefina me contó su 30 de mayo. Nunca tendré una respuesta como tampoco sabré quién fue el que no buscó, aquella madrugada de junio de 1961, a Amiama Tió. Ese no era su carácter, no buscaba incriminar ni acusar, ella y su esposo se habían comprometido con una causa que era la de todo aquel que creía en la libertad. Doña Josefina como su marido, Tabaré Álvarez Pereyra, simbolizan un instante del valor dominicano.

No voy a hablar de Escondido. Mi 30 de mayo, ese hermoso, tenso e intenso relato de los meses en que Amiama Tió pudo burlar, gracias al valor de los esposos Álvarez-Gautier, el ojo ubicuo de la moribunda tiranía; tampoco de mi novela. Escondido ha tenido muy buena recepción en el lector dominicano. Lo que el gran público no sabe es que siempre su relato se mantuvo igual. Ella no permitió que la imaginación fermentara y la fábula distorsionara su 30 de mayo. La discreción, la sensatez y el recato de su relato es lo que, años después, me hizo comprender la razón por la que Virginia trataba el tema con tanta naturalidad.


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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.