En el mismo cementerio
El bueno, el malo y el feo: una analogía de la sociedad dominicana actual
Fue la primera vez que lo vi actuar. Con poco menos de 40 años, Clint Eastwood (el bueno) ya insinuaba esa mirada inmensa pero lejana que todavía hoy guarda. Junto a Lee Van Cleef (el malo) y Eli Wallach (el feo) protagonizó la más arrogante propuesta del género wéstern de todos los tiempos: Il buono, il brutto, il cattivo (El bueno, el malo y el feo, según la versión en inglés), una vaquerada italiana (spaghetti western) al mejor estilo americano, dirigida por Sergio Leone y filmada en 1966.
Todavía el tañido de la banda sonora dirigida por Ennio Morricone arranca nostalgias. El guion no abandonó las líneas clásicas del wéstern: durante la guerra civil americana tres forajidos buscan con obcecado afán un tesoro robado al ejército sudista; a pesar de la rivalidad que los separa, comprenden que se necesitan para encontrar el botín escondido en un cementerio. El feo conocía el nombre del cementerio y el bueno el de la tumba donde estaba soterrado, el malo quería redimir una deuda de muerte en contra de los dos. Ya en el camposanto se reúnen los tres donde protagonizan el gran duelo de la tríada. Fue un momento pletórico de la cinta con el tema musical Il trio infernale de Ennio Morricone de trasfondo.
Siempre he entrelazado esa trama y sus personajes con la sociedad dominicana de hoy. En ella aparecen los tres arquetipos: el bueno, el malo y el feo. Tres submundos enredados en sus bases con existencias tan superpuestas como desconectadas, cada una con su propio relato y buscando a su manera el mismo tesoro: una nación que retribuya en dignidad sus aportes de vida al sistema.
El bueno de hoy es el adaptado al statu quo; un devoto de la retórica neutral y abstracta. No asume posiciones contrarias ni tiene opinión propia. Descubre virtud hasta en lo mediocre con tal de no lastimar sensibilidades. Valora más el efecto de las palabras que lo que ellas comunican. Estar bien con todo el mundo y rendirse al “consenso” es para él filosofía de vida. Es alérgico a los conflictos; busca la paz, pero sin hacer concesiones. Todo tiene una corrección y explicación dentro del sistema, al que no cuestiona ni por un desliz. No se involucra en lo que lo exponga o comprometa. Guarda una opinión universalmente comprensiva de todo y sospecha de quien ponga nombres propios a los intereses del sistema.
El malo es un espíritu de autonegada adaptación. Octavio Paz reconoció las expresiones ideológicas de su resistencia; así, descubrió las fronteras entre el revoltoso, el rebelde y el revolucionario. El revoltoso siembra el caos, el rebelde se levanta contra la autoridad y el revolucionario procura el cambio violento de las instituciones. En realidad, son matices de la misma resistencia. Hoy encontramos manifestaciones cada vez más menguadas de su fermento, solo que las revueltas se producen en las redes sociales; las rebeldías, en las quejas cotidianas; las revoluciones, en los espejismos populistas.
El feo es el hombre-masa. Adaptado más por sumisión que por convicción. Es un residuo o quizás sedimento del sistema. Sus expectativas son primarias; comienza y termina en la subsistencia, no entiende ni le concierne nada que distraiga su ocupación cotidiana de vida. Compite con el bueno en número y en conformidad, pero entre ellos se trenza una alianza implícita que mantiene congelado el sistema, más por omisión que por acción.
El bueno, el malo y el feo andan en desbandada según sus propias ofuscaciones, creyendo que es posible hacer una nación con retazos y dibujar horizontes en las lápidas de un cementerio...
Postdata: Esos siete párrafos que preceden los escribí el 4 de mayo de 2017 cuando empecé a publicar en este diario. Desde entonces, poco o nada ha cambiado, quizás hayan mejorado las apariencias. Seguimos detrás del tesoro en el mismo cementerio…