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?A Frank Guerrero Prats

Nadie como yo sabe el enorme peso que recayó sobre los hombros de aquel joven gobernador al tener que conducir al organismo monetario con firmeza, tacto y discreción en medio de una situación compleja y tortuosa. Luchó con todas sus fuerzas para ahorrar al país un sufrimiento mayor.

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?A Frank Guerrero Prats

Conocí a Frank Guerrero Prats siendo parte de una destacada promoción de estudiantes de la UASD, y yo su profesor de macroeconomía. Más tarde, supe que su timbre de orgullo era ser nieto de Francisco Prats Ramírez e hijo de Ivelisse Prats, educadora de sobradas virtudes. Después, nos reencontramos en relaciones de trabajo en el Banco Central.

Me cautivaba su personalidad, inteligencia, facilidad para hilar pensamientos con soltura y propiedad, encanto para enhebrar conversaciones, poderosa visión de futuro. Y su convicción de que era posible transformar el país.

En el año 2000, Hipólito Mejía lo designó gobernador del Banco Central. Y a mí, miembro titular de la Junta Monetaria. El día de toma de posesión de su cargo, Frank me pidió que fuera a su casa. Desde allí, nos dirigimos hacia el organismo monetario para participar en ese acto de tanta trascendencia en su vida. A partir de ahí no hubo nada que fuere importante que no me lo confiara o consultara. Y nada que yo dejara de advertirle.

El nuevo gobernador y la competente Junta Monetaria designada, encontraron una economía casi en el abismo; sistema financiero en situación de alta vulnerabilidad ante choques externos o internos; instituciones bancarias descapitalizadas, carteras y depósitos dolarizados.

Ante el peligro inminente, se hizo una urgente evaluación (test de estrés). Y la institución monetaria empezó a tomar medidas para evitar que la crisis emergiera. Se endurecieron los reglamentos, se crearon nuevas normativas de activos de riesgo, se empezó el desmonte de la cartera dolarizada.

Y, sobretodo, a finales del 2002, se aprobó la ley monetaria y financiera, instrumento fundamental que tuvo en el gobernador Guerrero Prats su más ferviente impulsor. Esa ley pone bajo el paraguas de la Junta Monetaria tanto al Banco Central como a la Superintendencia de Bancos y contiene previsiones para que las autoridades puedan hacer frente a situaciones de emergencia, verbigracia una crisis bancaria.

A pesar de las acciones adoptadas, era tarde, el daño estaba hecho. El choque externo se materializó con el derribo de las torres gemelas en el 2001. Las reservas internacionales se resintieron. El tipo de cambio empezó a ceder. A continuación, vino el choque interno de modificación de la Constitución para permitir la reelección. La confianza se debilitó, la incertidumbre arraigó, la burbuja estalló, y emergió la crisis gemela.

Nadie como yo sabe el enorme peso que recayó sobre los hombros de aquel joven gobernador al tener que conducir al organismo monetario con firmeza, tacto y discreción en medio de una situación compleja y tortuosa. Luchó con todas sus fuerzas para ahorrar al país un sufrimiento mayor. Logró suavizar el impacto de la catástrofe. Su rostro, envejeció. Su jovialidad, se transformó. Para él, y para quienes lo secundamos sin desmayo, fueron días terribles y de desvelos.

Luego, Frank fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores, y cumplió a cabalidad con las responsabilidades puestas a su cargo.

Las circunstancias lo llevaron a terminar su mandato en asuntos de gobierno sin poder mostrar los lauros por cuya consecución tanto se esforzó. Estaban ahí, en la fortaleza institucional que ayudó a modelar, pero no eran visibles.

Desde aquel momento, no fue la misma persona. Su psiquis quedó afectada con marcas indelebles. Pero nuestra amistad siguió siendo inquebrantable. Fui confidente de sus sueños y frustraciones; alegrías y tristezas; realizaciones y desconciertos; y él de los míos.

Ante mi insistencia, me dijo, no hace tanto, que tenía la documentación organizada para escribir un libro que relatara sus hechos y fuese rendición de cuentas.

La enfermedad que lo venció es tan traicionera que nadie conoce los resquicios por los que derriba sin piedad a los robles más erguidos. Por eso, me cuestiono si estamos condenados a llevar en nuestras alforjas heridas supurantes.

Me reconforta saber que se sintió pleno al compartir el último tramo de su existencia con Susana, quien puso todo su empeño en que recuperara su malograda salud. Siento tranquilidad al contemplar la unión de su familia, en especial sus hermanos, a los que idolatró, y por el sincero cierre de filas en torno a su figura protagonizado por todos aquellos que les fueron queridos.

Estando de pie ante su tumba, contemplé el breve epitafio dedicado a Doña Ivelisse: “Quise hacer más”. Al instante pensé que tú, Frank, su hijo, merecías la oportunidad de acometer nuevos retos. Con el dolor atormentando mis sienes, te prometo que algún día, en un paraje sereno y plagado de estrellas, volveremos a enhebrar historias e hilar otros sueños.

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.