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Fallecimiento
Fallecimiento

A mi madre, Rosa Michel

Ahora que viajas serena hacia el destino eterno, estoy confirmando lo que ya presentía: con tu partida se ha creado un vacío tan enorme, que no sé si podré acomodarlo en mi pecho.

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A mi madre, Rosa Michel

Querida madre:

Nuestra historia familiar empezó cuando tú, allá por el año de 1942, siendo hermosa como pocas, enfermaste de tifoidea, fatal en aquella época, y mi padre, todavía estudiante de derecho en la universidad de Santo Domingo, al ver que mejorabas, anotó en su libreta lo siguiente:

“No puedo expresar mi contento, ya estoy seguro de no perderla, así dentro de un par, acaso tres años, será mía sola, estará bajo mi entero cuidado, con el beneplácito del ser supremo; entonces, y Dios es el guardián de los amores puros, ya no enfermará más, pues haré un cultivo de rosas en su vida, habrá sándalo en su senda y panales de dorada miel; si, Dios mío, has que viva y verás nacer una nueva religión, pues un culto haré de ella: ampárala Dios mío.”

Y así sucedió.

En 1945 te casaste, en nuestro pueblo de Moca, con Eduardo Antonio García Vásquez; él, joven abogado, apuesto y lleno de talento; tú, repleta de bondad y belleza radiante. En enero del 1946, nací yo. Luego nacieron Rosa Amalia, Carlos Antonio y Mayra. Cada uno de nosotros creó su propio hogar y fuimos bendecidos por la llegada de quienes serían tus nietos, biznietos, tataranietos, para felicidad y dicha.

Luego de un largo recorrido de 94 años, te has ido de puntillas, tan discreta como siempre fuiste, casi sin experimentar dolor en tu tránsito hacia la eternidad. Hasta en eso fuiste excepcional, pues quisiste ahorrarnos el suplicio de verte sufrir.

Creí que, fuerte como eras, recuperarías tu salud y permanecerías un tiempo más con nosotros. No fue así.

En tu agonía, cuando por un instante abriste tus ojos herméticamente cerrados y los dejaste clavados fijamente buscando los míos, supe que era el final.

Desesperado, me retiré bruscamente de tu lado porque necesitaba buscar desahogo a mi dolor, querida madre. No pude sostener la mirada de tus ojos cuando me decían claramente que ya te encaminabas hacia la eternidad y esperabas quizás una palabra mía, una sola que expresara mi amor por ti.

En ese momento sentí pánico y vi con nitidez reflejarse en tus ojos el túnel de la muerte. Perdóname ese parpadeo de flaqueza, justo cuando más necesitabas una palabra mía de despedida, pero no pude pronunciarla. Me ahogué en llanto y en total desesperación.

Ahora que viajas serena hacia el destino eterno, estoy confirmando lo que ya presentía: con tu partida se ha creado un vacío tan enorme, que no sé si podré acomodarlo en mi pecho.

Ay, mamá Rosa, eras nuestro paraguas protector; el último refugio. Tu hogar, el punto final del itinerario inmancable que recorría siempre para verte, darte un beso, abrazarte, enseñarte fotos de los nietos, biznietos, tataranieto, llenarme de tu ternura y amor infinito, escuchar tus vivencias, el sonido del piano, o el canto del que tanto disfrutabas. O, simplemente, sentirme reconfortado por el simple hecho de estar en presencia de tu acogedora y cálida compañía.

Ahora, quedamos sin protección ante las tormentas cotidianas. Ya no tengo un itinerario inmancable y no sé cómo llenar el inmenso vacío que deja tu ausencia.

No queda más remedio que convertirnos ahora, nosotros, tus hijos, en ese paraguas. Pero, me horroriza la idea de que carezcamos del temple que tuviste. En tu honor juro que intentaremos hacerlo bien, para sentirnos dignos de ti.

Oh mamá Rosa, querida.

Sé que estás de nuevo unida a tu compañero inseparable, Eduardo Antonio, a quien perdiste en un día aciago hace nada más y nada menos que 39 años. A mi padre consagraste tu vida; lo ayudaste con tu fortaleza a acometer empresas patrióticas y arriesgadas, como aquella que lo llevó a jugar un papel de primer orden en la gesta del 30 de Mayo.

Sin ti, qué difícil le hubiera sido embarcarse en tan magna epopeya.

Ahora que has partido, mi querida madre, fuente inagotable de consuelo, me doy cuenta que la fe inquebrantable que mantuviste, tus oraciones diarias infaltables, buen ejemplo cotidiano, vida cristalina y limpia, te mantienen en este momento al lado del padre omnipotente al que te aferraste en todos los eventos cotidianos y en todas las encrucijadas tormentosas.

Tus hijos, Rosa Amalia, Mayra y Arturo, María Eugenia y yo, te mantendremos siempre viva en nuestros corazones. Y Carlos Antonio, disfruta ya de tu presencia en el reino celestial.

Gracias, mi querida madre por tus continuos mimos, amor y desvelos.

Descansa en paz en la inmensa oquedad de la eternidad.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.