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?A paraguazos

La aspiración de progreso social no puede limitarse a alcanzar la universalidad. Que los estudiantes vayan a la escuela es una meta intermedia, no se agota en sí misma. La final es que aprendan, razonen. Hay que conjugar cantidad (universalidad) con calidad (aprendizaje).

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Hay editoriales que se publican y vegetan; hay otros que conmueven y transforman. La directora de este periódico, Inés Aizpún, ha escrito muchos y buenos. Pero el del pasado 7 de abril es memorable, sacude la conciencia y obliga a preguntarse hacia qué deriva se encamina nuestra sociedad.

El editorial plantea: “Es insólito. 20 mil millones de dólares después (es el monto que se ha destinado del 4% del PIB a la educación hasta ahora) los rectores de al menos 33 universidades piden rebajar el nivel de las pruebas de entrada a los que serán los maestros de los niños dominicanos”. Y agrega: “Hoy, el nivel de la mayoría de los aspirantes a ser los profesores del futuro inmediato no les permite pasar las pruebas de acceso a la carrera de magisterio. ¿Solución? ¡Bajemos el nivel! ¡Que entren to´!, que diría aquél...”.

Y como remedio ante tal agravio sugiere cerrar las sombrillas amarillas para defender la educación a paraguazos. Y tiene razón. Está llegando la hora de que la sociedad todavía capaz de darse cuenta de lo que sucede, se revuelva y obligue a rectificar.

No puede ser. Nos conformamos con lo banal, ligero. Si es difícil enseñar, entonces nos acomodamos a que los alumnos vayan a la escuela, no a aprender sino a comer, jugar y dejar de deambular por los barrios, que no está mal. Para mantener esa ficción nos gastamos 20,000 millones de dólares, pavimentando la mediocridad igualitaria y fortaleciendo un sindicato de profesores que hace tiempo dejó a un lado la misión de enseñar.

Las presiones internas a esa confabulación, consolidadas por decenios, explican que mientras las escuelas han permanecido abiertas en el mundo desarrollado en medio de la pandemia, aquí las hemos mantenido cerradas. ¡Para lo que enseñan y se aprende, da igual! Ahora se pide bajar el nivel de las pruebas para el ingreso en la carrera docente, cuando lo único permisible es que lo suban si se quiere una sociedad que por lo menos entienda lo que lee, multiplique, divida, reste, sume y piense.

La aspiración de progreso social no puede limitarse a alcanzar la universalidad. Que los estudiantes vayan a la escuela es una meta intermedia, no se agota en sí misma. La final es que aprendan, razonen. Hay que conjugar cantidad (universalidad) con calidad (aprendizaje).

Algo parecido sucede en otras áreas. La universalización del derecho a la salud mediante la inscripción subsidiada en Senasa, constituye una loable meta intermedia. Más de dos millones de dominicanos se han adherido a ese esfuerzo de indudable valor. Pero hay que estar claros de que, si no se acompaña con la disponibilidad de financiamiento que iguale o supere a la cápita del seguro contributivo, se estará brindando acceso masivo, pero no soluciones efectivas de salud.

Suplir ese financiamiento es una obra de solidaridad y progresividad social inigualable. Cuando pueda llevarse a cabo debería complementarse con una rigurosa vigilancia regulatoria y sancionadora. Poco a poco ha ido introduciéndose en los precarios bolsillos de los ciudadanos el flagelo de la doble cotización, que se creía cosa del pasado: pagar el seguro obligatorio y también el privado, sin que se reconozca la cobertura y el pago del otro. Y eso es inadmisible.

Veamos otro ejemplo.

Se anuncia que el flujo de remesas recibidas se ha incrementado. Pocos se preguntan qué está detrás: una sociedad rota, que emigra, se desarraiga y encamina hacia la pérdida de la nacionalidad. Esos emigrantes, los nuestros, son sustituidos por población haitiana, de baja educación, en camino de convertirse en minoría de alta influencia en el destino de la nación.

El creciente flujo de remesas ha ido acostumbrando a amplios segmentos de población a esperar el “situado” que los libere de intensificar los apuros en pro de la sobrevivencia, al costo de convertirlos en zánganos adictos a los juegos, la lotería y la moto, a la par que castra los esfuerzos de incrementar las exportaciones, pues presiona a la baja al tipo de cambio. Ese no es el tipo de sociedad al que deberíamos aspirar.

Es necesario crear, mediante políticas públicas, condiciones de vida y de trabajo digno que permitan la generación de mayor valor agregado y desestimulen la emigración forzosa de dominicanos. Eso implica romper poses, mitos, tabúes.

Las autoridades han heredado estos problemas cuya solución en algunos casos requiere de tiempo, en otros no tanto. Es una tarea inmensa. Ojalá la suerte y el coraje las acompañe. En ese empeño deben contar con el apoyo de todos.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.