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Navidad
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A propósito de la navidad

Escribía el borrador de este artículo que versaría, entre otras, sobre ese indignante espectáculo de la repartición de canastas navideñas por el gobierno. Había escrito ¿Cómo se hace compatible la sociedad de clase media en que nos hemos convertido, según el gobierno, con la partida de 1,500 millones de pesos en canastas? También me preguntaba ¿Cómo encaja que, en el momento en que se está anunciando con bombos y platillos un crecimiento económico de 6.3% del PIB, se desarrolle un espectáculo propio de walking dead, con decenas de personas asaltando un camión con cajas navideñas del gobierno, disputándoselas a puñetazos, atropellando envejecientes y mujeres? Había escrito además ¿Cómo se explica que en un país con tan fabuloso crecimiento, casi la mitad de la población quiera irse, cifra que asciende a un 76% en los jóvenes? En esas me encontraba cuando Aura Celeste, mi esposa, me dio a leer unas reflexiones que había reescrito a propósito de la navidad. Al leerlas desistí de mi artículo y preferí compartir con los lectores de esta columna el mensaje de Aura, el que transcribo a continuación.

“La navidad, cuando la impregnamos de auténticos valores cristianos nos brinda la oportunidad de dar lo mejor de nosotros mismos y un estado de plenitud muy cercano a la felicidad. Siempre he creído que la felicidad es un estado interior producto de un ejercicio consciente y de la decisión personal de incorporarla como actitud frente a la vida y sus circunstancias.

Claro está, me refiero a la felicidad como estado espiritual de satisfacción con uno mismo. Ese estado que se produce en nuestra conciencia cuando hacemos lo que nos corresponde hacer, más allá de los resultados o de los aplausos o de la incomprensión de los demás.

Tengo la convicción de que siempre hay espacio para encontrar y hasta para provocar en nosotros ese grado de paz interior y de felicidad y dejar que ellas se apoderen y sean parte de nosotros.

Al hacer estas afirmaciones, sé que es difícil sobreponerse a muchas circunstancias que nos rodean. Que no es fácil abstraerse de las ausencias de seres amados. Sé que es difícil sobreponerse a la calumnia e infamia y a las injusticias que se cometen contra los demás y contra uno mismo.

Lo sé. No hay que repetírmelo. Sé que es difícil encontrar ese grado de paz interior frente a las cosas que pasan a diario en el país. ¿Cómo ser indiferentes ante una institucionalidad y legalidad precarias intencionalmente mantenidas así por conveniencia del poder político? ¿Cómo hacernos ciegos y sordos ante tantos derechos que le son negados a tanta gente? ¿Cómo no alarmarnos ante una criminalidad desbordada que nadie detiene, que hiere, que mata, que troncha sueños? ¿Cómo no indignarnos ante la delincuencia que se ejerce desde el poder y que nos enrostra su enriquecimiento ilícito y que nos atropella a todos? ¿Cómo no levantar nuestra voz siendo testigos de tantos jóvenes sin reales oportunidades para salir adelante y de tanta gente que perdió la fe en el país y se convenció que su única salida es irse a un país extraño?.

Pero precisamente, alcanzar un cierto grado de paz y felicidad interior, en medio de la adversidad es el mejor antídoto, es condición para enfrentar las dificultades que nos plantean las circunstancias en que desarrollamos nuestras vidas.

Para construir esa muralla interior de defensa tenemos que aprender a valorar las cosas sencillas, muchas veces imperceptibles, pero que pueden ser parte fundamental para nuestra seguridad como ser y fuente de felicidad. Me refiero a la fortaleza que nos da la convicción de que Dios existe, de que está ahí, allí, aquí y que nunca estamos solos porque Él no nos abandona. También, apreciar el inmenso regalo que es tener familia y de seres que amamos y cuya presencia o recuerdo siempre nos da energía para continuar. Vivir de forma sencilla, con poca carga en el equipaje, atesorar la amistad, cultivar los valores espirituales, practicar siempre la solidaridad y aprender a valorar el recogimiento y encuentro familiar que nos permiten épocas como estas de Navidad, con sus olores, sus canciones, sus frutas, sus regalos y llenas de sonrisas, abrazos y besos.

Sé que es posible alcanzar la paz y felicidad interior recordando momentos que hemos vivido en el trayecto de nuestras vidas. Sé que es posible recordando las acciones valientes y el cariño de los que se fueron. Sé que es posible no perdiendo la fe ni la esperanza de todo aquello que soñamos.

Encontrar en la cotidianidad de nuestras vidas cierta paz y felicidad interior es lo que nos permite poder enfrentar el afán de cada día para continuar. Solo así podemos hacer frente a las adversidades y ser parte de la solución y no del problema.

Disfrutemos la navidad. Hay que hacerlo con nuestra familia, con nuestras amistades y con los que compartimos el trabajo. Demos sonrisas y a veces lágrimas. Olvidemos los oropeles y los gestos y seamos esos seres humanos convencidos de que estamos por un corto tiempo en este espacio de vida y esforcémonos a vivir con honor, a dar amor y a dejar una huella limpia. Felicidades amigos y amigas y miles de bendiciones.”

Encontrar en la cotidianidad de nuestras vidas cierta paz y felicidad interior es lo que nos permite poder enfrentar el afán de cada día para continuar. Solo así podemos hacer frente a las adversidades y ser parte de la solución y no del problema.

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