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A Rubén Lulo, allá en el cielo estrellado

Querido y admirado Rubén: allá en el cielo estrellado donde reposas dormido encima del astro rutilante, tu estela silenciosa acompañará por siempre a tu querido pueblo...

Ha pasado mucho tiempo, pero todavía se mantiene vivo en el recuerdo la ilusión que causaban aquellos juegos de voleibol formidables de finales de la década del 50 y principios del 60, jugados con pasión y furia, siempre acompañados por la presencia de una afición masiva, beligerante.

Se jugaba el orgullo del pueblo.

Primero, al enfrentarse a los vecinos provincianos, La Vega y Santiago. Luego, a las estrellas del Centro Obrero de la capital. Después, algunos de los miembros del conjunto fueron integrados a la selección nacional y participaron con gran relieve en los juegos panamericanos.

Entre el grupo que conformaba el fantástico equipo de Moca, sobresalía su capitán, Rubén Lulo Gitte, por su porte distinguido, carisma contagioso, cordialidad. Era un colocador exquisito y un rematador genial. Un verdadero campeón que resumía la grandeza de su tierra. Fue un ídolo, situado hoy con todo merecimiento en el Pabellón de la Fama del deporte nacional.

Guardo, desde la adolescencia, el sentimiento colectivo de inmensa admiración por aquel equipo y su afamado capitán.

La historia de Rubén, no termina ahí. No le bastaron los lauros conseguidos en las competencias deportivas, ni la admiración sin fisura de la fanaticada. Se propuso dar mucho más, como si se sintiera perseguido por la obsesión de servir a su tierra con ejemplar modestia, singular eficiencia y cabal honestidad.

Así, cuando la constitucionalidad fue arrebatada en 1963 por el lamentable derrocamiento del profesor Juan Bosch, apoyó a Manolo Tavares Justo en su incursión a Las Manaclas en defensa del orden legítimo y le ofreció sustentación logística.

Quizás le fue fácil alcanzar y encabezar la alcaldía de Moca en el período 1978-82, porque él era la imagen de su mismo pueblo. Y luego, como si le correspondiese de pleno derecho, encabezó la gestión municipal en el lapso comprendido entre 1994 al 2006.

Le llamaron síndico histórico. Y fue así. No había ido a la sindicatura a llenarse de canonjías, sino a darse por entero a sus conciudadanos. Logró realizar lo que nunca antes ningún otro alcalde municipal había alcanzado: ser espejo de las necesidades del colectivo y brazo ejecutor de la solución de los problemas.

Convirtió a su ciudad en un lugar organizado, limpio. Empezó a ordenar su archivo histórico y a reconocer sus grandes valores; bautizó sus calles con el nombre de munícipes preclaros para que sirvieran de referente a la comunidad en una época de trastrocamiento de valores.

Creó el único zoológico existente en provincia alguna, hoy en estado de semi abandono, con lo cual rememoraba el hipódromo que existió el pasado siglo. Junto con el viaducto, constituían una curiosidad que habla por si sola de las características distintivas de los pobladores de aquella villa.

Cuando lleno de lauros culminó su larga y fructífera gestión municipal, no se dio por satisfecho. Ya antes había engalanado las noches de su villa con la organización de serenatas populares que recogían canciones de su lar, para endulzar la dureza vivencial de aquella época.

Entonces, con espíritu sereno y las canas engalanando su cabeza, se dedicó a promover obras sociales (hogares Crea); e impulsar las manifestaciones culturales, incluyendo el establecimiento de extensiones universitarias. Fue autor de varios libros de gran interés que retratan la vida y valores de su comunidad.

No hace mucho le sugerí que entregara al Archivo General de la Nación el original de documentos valiosos que fue recopilando y que solicitara una copia física y otra digital para que se tuviera constancia de esa donación. Estuvo inclinado a hacerlo, porque se dio cuenta que así se servía mejor al país, pero la enfermedad le impidió culminar ese propósito. Una pena.

Estando hace un par de años en su sencilla pero acogedora y digna casa, me confesó su necesidad de venderla para poder solventar su precaria existencia. Le supliqué que no lo hiciera, porque sabía que a su edad, y estando enfermo, no resistiría la pérdida de aquel hábitat fresco y la sombra del árbol que tanto lo regocijaba.

Me estremecí en ese instante y pensé que un hombre que había dado tanto a su comunidad, no merecía terminar su vida tan agobiado por las estrecheces. ¡Qué destino el de los hombres honestos, condenados a arañar migajas para poder alcanzar, quizás gateando, su último tramo vital! ¡Injusta sociedad, por Dios! ¿Es ese, quizás, el costo de la gloria?

Querido y admirado Rubén: allá en el cielo estrellado donde reposas dormido encima del astro rutilante, tu estela silenciosa acompañará por siempre a tu querido pueblo, en especial a quienes fuimos testigos y conocimos tus desvelos y triunfos, tu incansable trajinar. Eres, y sé que desde hace mucho tiempo lo sabías, un orgullo para todos.

Loor para ti y una merecida paz.

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