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Ahí vienen los muchachos

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Ahí vienen los muchachos

En un arrebato febril, Leonel Fernández declaró que el PLD era una fábrica de presidentes y que gobernaría hasta el bicentenario de la República (2044). Esa premonición nació del éxtasis que entonces vivía. Empujados por una sola emoción, los “presidenciables” del PLD se levantaron de sus asientos a aplaudir el anuncio. De súbito sintieron en su pecho el mimo sedoso de la banda presidencial, conmoción que les hizo olvidar que quien hablaba era Leonel Fernández. La historia confirmó el precio de su palabra: la fábrica sigue reciclando las mismas mercancías mientras se oxida en el abandono la línea de producción de otras. Los “muchachos”, ya calvos, canosos y desgastados, agotan su última espera.

El 2020 renueva las ilusiones de los “presidenciables”, a quienes solo les queda esperar que la porfía de los rivales resulte inconciliable y haga imperativa una negociación en la que ambos bandos propongan un candidato. Dudo que Leonel Fernández acepte una solución que no lo incluya, por lo que los “pupilos” de Danilo Medina, que son más en número y menos en simpatía, tendrán que conformarse con la candidatura vicepresidencial concertada en un pacto de inmunidad a la vieja usanza del PRI mexicano. Lo cierto es que, más animaditos, los muchachos ya reservan sus asientos en la feria, confiados en que “a quien madruga Dios lo ayuda”, aunque en el PLD esa sentencia ha reportado pobres dividendos.

Como siempre, Francisco Domínguez Brito no pierde tiempo y renuncia a un ministerio “políticamente azaroso” para estar en el sorteo. Esa “frescura” del santiaguero siempre ha indigestado a Leonel Fernández, tanto que en los corrillos cortesanos se murmura sobre la antipatía del líder a su “inflada autoestima”. Reinaldo Pared Pérez, de la intimidad del Presidente, dice presente convencido de que su complicidad es más fuerte que cualquier otra virtud; en eso de callar y encubrir el hombre es puro “pecho”. Lo ha demostrado en su propia vida con el secreto de Odebrecht y todos los préstamos y adendas que aprobó su Senado. Él sabe que es y será el mejor escudero de Medina en caso de que quien gane la presidencia empiece a inquietar el avispero de la Justicia. Les seguirán Francisco Javier García, un hombre locuaz, de garbo, exquisitamente narcisista y de urdimbres intrigantes; Temístocles Montás, quien vive su momento político más decadente y sobre quien por conmiseración omito cualquier comentario; la triada de la ortodoxia danilista integrada por los cruzados Carlos Amarante Baret, Andrés Navarro y Gonzalo Castillo, que entre los tres no suman ni un dos por ciento de la simpatía interna propia; Margarita Cedeño, una pieza sobrante en el rompecabezas y que solo encaja con su marido, quien no negocia la presidencia; finalmente, la banda de los millennials dirigida por Carlos Peña (el pastor fashion de los atuendos estampados) y Abel Martínez, el alcalde de Santiago, quien hace una gestión municipal “presidenciable” para que en la capital lo tomen en serio. Los santiagueros nos beneficiamos de esa ilusión. Estos dos suman la propuesta estética de los emergentes.

Lo siento por los “muchachos”, pero dudo que sus caracteres respondan al liderazgo competitivo que demanda y perfila el momento. La sociedad dominicana ha madurado a fuerza de crisis, ausencias y desatenciones. Tiene un electorado más diverso y crítico. En esa dinámica emergen otras exigencias y entre ellas predomina la que busca rupturas claras con la era de la política devocional y benefactora: un arquetipo tallado precisamente por sus caudillos y que ha sido escuela política de sus pupilos. A un núcleo social muy duro le apetece un liderazgo ético, recio y determinado, liberado de los lastres del pasado y comprometido con los apremios del futuro. La cultura de la política como mérito que implantó el PLD es entrañablemente odiada.

Estos muchachos aparentemente jóvenes lucen ajados en la política; algunos más estropeados que otros en las bohemias del poder. Y es que ninguno se cultivó en un ejercicio contestatario sino bajo el cálido cobijo de los dos caudillos. La mayoría “sacrificó” su carrera política por acumular dinero, logro que, si bien les dio la libertad material para hacer política a lo dominican way, les quitó la fuerza moral que hoy necesitan para acreditar un discurso convocante. Los que no se hicieron ricos según la “racionalidad” peledeísta, tampoco aprovecharon las oportunidades que les dio su autoridad para trascender. He dicho, por ejemplo, que mi amigo Francisco Domínguez Brito tuvo en la Procuraduría la oportunidad que prodigó para tomar las decisiones audaces (incluida la de renunciar) y que le hubiesen retribuido con un horizonte más auspicioso fuera del PLD. Hoy sería una figura competitiva.

Los muchachos correrán el mismo derrotero de Jaime David Fernández y José Tomás Pérez, reducidos a desechos. Estos señores antes de abrirse espacio en un partido abandonado por las atenciones del poder se entregaron a un cargo, en algunos casos con pálidos desempeños. La diferencia entre un líder y un funcionario es que el primero hace el puesto y cuando su ejercicio compromete sus convicciones simplemente renuncia; al funcionario lo hace el puesto, por eso no hay condición más patética en la cultura dominicana que un ex. Me decía un tío que un “cuernero” tiene mejor aprecio social que un exfuncionario. Un líder no se hace con la mente de un burócrata. Estos muchachos fuera del poder no son nadie (políticamente hablando). Solo cuentan con la simpatía de una militancia prestada bajo el consentimiento de su dueño: el caudillo. Lanzar una precandidatura para estar en la arena a expensas de las contingencias o del dedo del líder es como velar ante la mesa por las migajas. Mi voto vale mucho más que la cena. Que pasen los muchachos...

joseluistraveras2003@yahoo.com

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