Alas de un mismo pájaro
Alarmados por las crónicas que lo situaban como uno de los lugares en que se torna más visible la depredación de la cordillera central, decidimos hacer el recorrido.
Éramos un pequeño grupo de familiares y amigos.
Preparé mi mente para que no se anclara en el prejuicio, para que reaccionara ante lo que viéramos, y no con respecto a lo que nos habían dicho o leído.
Enrumbamos desde Constanza hacia Tireo Arriba, por la carretera que construyera Odebrecht. Pasamos sobre el puente del río Tireo. ¿Río? Estaba exhausto, rendido, postrado, ciertamente sin agua.
Nos asomamos a una entrada y doblamos a la izquierda. Era un camino vecinal, no asfaltado, que daba espacio, en ambos lados, a nutridos asentamientos humanos. Casas de todo tipo estaban colocadas a lo largo, algunas con comodidad precaria, otras con pobreza ostensible y algunas más con visible miseria.
El grueso de los trabajadores eran haitianos.
Resaltaba lo que ya es común en nuestros caseríos, la acumulación de basura, incluyendo envases de agroquímicos y plásticos, amontonados a la orilla del cauce del arroyo y por doquier.
Vimos el contraste agudo.
Por un lado el verdor de los campos obtenido por la aplicación a los cultivos de ingentes cantidades de fertilizantes químicos y el exprimir de las ya escasas aguas. Es encomiable el vigor que se palpa en producir bienes agrícolas, la labor emprendedora, tal vez fecunda, si no fuera porque se ejerce en desmedro de los recursos naturales, el medio ambiente y la integración laboral del trabajador dominicano.
Por otro lado la evidencia, a primera vista, de que el uso tan intensivo del agua y tierra no parece estar arrojando soluciones económicas ni humanas satisfactorias, salvo, y quizás, para muy pocos.
Hicimos un alto para visitar un invernadero muy bien instalado en que se producen pepinos para exportación con economía en el uso del agua, ya que utilizan el riego por goteo.
Y continuamos.
El camino empezaba a estrecharse y a subir hacia las alturas. En la medida en que lo hacíamos comenzamos a ver que el bosque que cubría aquellas elevaciones había sido arrasado, talado. Pendientes casi verticales acababan de ser aradas.
El panorama se tornó desolador en la medida en que nos acercábamos a Cruz de Cuaba, ya en la alta montaña, y al Paguara, según un letrero que vimos. ¿Será Paraguas?
Ya ahí, en esos lugares situados entre 1,500 metros y tal vez 2,000 metros de altitud, el panorama se tornó en desolador. Todo el bosque había sido eliminado. Sólo se contemplaba la montaña herida de muerte, atravesada por el arado, cruzada por kilómetros de tubos plásticos para transportar agua para el riego. Y lo más intrigante era que veíamos los arroyos prácticamente secos, los lechos anchos llenos de plásticos y carentes de agua.
En un punto, en dirección ya a La Ciénaga de los Bermúdez en La Culata, paramos y nos percatamos de que nacimientos de arroyos habían sido talados, dejados completamente pelados, y colocadas allí bombas de succión provistas de poderosos motores en el mismo nacimiento de las aguas.
En eso llegamos a un lugar bien delimitado, con una hermosa cerca viva. Había una plantación de papas a 1,560 metros de altitud, en pendiente ascendente. Hicimos un alto y comentamos con un conocedor de la zona que aquella parecía ser una agricultura próspera, bien organizada.
La respuesta fue que no; que incluso ese potentado agricultor estaba quebrado.
La sorpresa resultó mayúscula. Nos asaltó una gran duda. Y surgió la pregunta de que si ni siquiera ese gran empresario se beneficiaba de aquel daño tan monumental al medio ambiente, y si la mano de obra que allí se empleaba tampoco era dominicana, ¿qué sentido tenía permitir aquella tremenda devastación?
Pero, sobre todo, ¿cómo las autoridades han tolerado este espantoso daño ecológico, sin que nadie se inmutara?
En esa zona el grueso de las fuentes de agua se ha secado; y ya no será posible sacar más beneficio económico al monte, salvo explotando los escasos hilos hídricos del subsuelo que aún perduran.
Si los montes se quedan sin agua, como se están quedando, a la ciudad tampoco llegará el líquido vital. ¿Habremos de esperar a que las urbes se levanten airadas para remediar el daño, o lo haremos ya para contenerlo?
Abajo, en el otro extremo del valle de Tireo, se encuentra la presa de Pinalito. 1,172 metros es su cota actual, 10 metros por debajo de su punto de desagüe. Apenas contiene el agua escasa que le provee el arroyo Madre Vieja, pues del Río Tireo no ingresa nada. Más de US$400 millones gastados y endeudada la nación. Algún día Pinalito será un monumento de lo que ocurre cuando los proyectos se construyen con objetivos políticos y mercuriales, sin que existan condiciones objetivas que los justifiquen.
Ambos extremos son alas de un mismo pájaro.
Eduardo García Michel
Eduardo García Michel