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Algo más sobre el 30 de Mayo (1 de 2)

Ahora que se acaba de cumplir un nuevo aniversario del asesinato cometido en Hacienda María por Ramfis Trujillo y un grupo de secuaces, el 18 de noviembre de 1961, que convirtió en mártires a algunos de los integrantes de la gesta del 30 de Mayo, es oportuno recordar y analizar algunos aspectos relevantes de la conspiración que llevó al tiranicidio.

La historia ha sido injusta con el general José René Román Fernández (Pupo), torturado con crueldad, asesinado con sadismo y objeto de la acusación de traición, en mi criterio inmerecida y poco piadosa.

El general Román Fernández nunca recibió de parte de sus compañeros de complot el aviso de que Trujillo iba a ser o estaba siendo ajusticiado esa noche.

Nadie acudió temprano a su casa esa noche para asegurar su participación, como se había acordado con anterioridad en el grupo directivo. Fue más tarde de lo que el momento reclamaba que algunos de los participantes en la conjura salieron en procura del general y hasta su hermano Bibín Román Fernández se integró con ansiedad en su búsqueda.

El minutero marcó primero el reloj vital del general Arturo Espaillat y el azar lo condujo a la casa de Román Fernández antes de que los conjurados lo hicieran, para comunicarle que había sido testigo de que en la avenida había ocurrido un hecho extraordinario y que el vehículo del “jefe” había sido tiroteado y abandonado en el lugar.

La casualidad quiso que las cosas sucedieran de esa forma y no de otra.

Es cierto que cuando el general Román Fernández bajó a la avenida hoy 30 de Mayo, luego de haber recibido en su casa la visita del general Arturo Espaillat, pudo comprobar que sí, que algo había pasado con el “jefe”, pero no tenía evidencia alguna de que estuviera muerto, pues en ese momento y hasta el amanecer de esa noche el cadáver del tirano se encontraba en el baúl del carro, encerrado en el garaje de la casa del general Juan Tomás Díaz.

Errores de apreciación del general Román Fernández, ya en circunstancias extremas, contribuyeron al desenlace fatal y a la conformación del juicio que sobre su persona se ha ido tejiendo. Sin embargo, nada más humano que errar en la apreciación de las cosas, por cuya causa nadie puede ser señalado de culpable ni traidor.

Si ante la evidencia constatada visualmente en la avenida de que algo había sucedido con Trujillo, el general Román Fernández hubiera esperado en su casa la llegada de sus contactos de conspiración en vez de replegarse al campamento militar 27 de Febrero, tal vez las cosas hubieran sido diferentes. O si por lo menos hubiera dejado un enlace para que le avisaran si alguien se presentaba a su casa a procurarlo. Pero sorprendido por la visita inesperada del general Arturo Espaillat, solo atinó a comprobar en la avenida lo que había ocurrido y luego dirigirse a su refugio militar.

De igual manera, las cosas puede que hubiesen sido distintas si los conjurados que tenían la misión de comunicarle el inicio del desenlace (no únicamente el final, o sea la ejecución del tiranicidio), hubieran llegado temprano a la residencia del general, secretario de estado de las Fuerzas Armadas, pero no lo hicieron por razones que se desconocen, quizás fundamentados en la utilización de su propio juicio, que dada la particularidad del momento discrepaba de lo que se había acordado en el grupo directivo.

Y en esto tampoco puede señalarse fallo alguno de parte de los conjurados, sino la utilización del propio criterio en circunstancias de extrema tensión.

La ausencia del llamado grupo de Moca en esos instantes decisivos, explicada por el hecho de que el tiranicidio se efectuó un día diferente al señalado, fue tal vez determinante para que las cosas ocurrieran como sucedieron en vez de como estaba planificado, ya que de ellos partió la idea de que se estuviera temprano en la casa de Román Fernández.

A pesar de las difíciles e inquietantes condiciones en que se encontraba Román Fernández esa noche, aislado, colocado en su inmensa y aterradora soledad, convocó de inmediato al presidente Balaguer, a Negro Trujillo y otras personalidades del régimen, a una reunión a ser celebrada en el campamento militar 27 de Febrero, su lugar de operaciones, con el propósito eventual de apresarlos, pues ese era el guión previsto en el complot.

Y lo hizo quizás con la esperanza de ganar tiempo y de que, mientras se producía esa reunión, pudiera hacer contacto con los miembros de la conspiración. Sin embargo, para lograrlo hubiera sido necesario que miembros de la gesta ingresaran al campamento 27 de febrero en circunstancias de máxima alerta de las fuerzas de seguridad, opción que se consideró demasiado arriesgada.

Y ocurrió lo peor: la convocatoria fue rechazada por sospechosa (debió de haber sido convocada en el Palacio Nacional), lo que activó la suspicacia de los familiares de Trujillo acerca de la eventual implicación de Román Fernández en la trama.

Tal vez desesperado, y con objeto de borrar cualquier huella, el general dio la orden fatal a las fuerzas armadas de que los participantes en la conspiración fueran capturados, vivos o muertos.

Por eso, algunos lo consideran un traidor, sin tener en cuenta que nunca pudo contar con información alguna directa de lo sucedido y que estaba tratando de proteger su propia vida y la de sus familiares.

En otro orden, si bien la segunda fase de la gesta no pudo ejecutarse debido a que el eslabón que unía a Román Fernández con la trama no pudo ser activado, el 30 de Mayo cumplió con creces su objetivo primario, descabezar la tiranía y dar paso al disfrute de las libertades públicas. En eso fue único. Ninguna otra conspiración alcanzó su resultado.

Es curioso que la traviesa casualidad hiciera que 4 años después se llevara a cabo parcialmente el plan político trazado, pues en 1965 la revolución de abril estalló por medio de una proclama lanzada a través de la radio, que produjo el efecto de adhesión de parte de la clase militar y de la población; se creó un gobierno provisional; y se convocó a elecciones para elegir un gobierno democrático; todo lo cual formaba parte, como si de un calco se tratara, del plan político del 30 de Mayo.

Hubo otra parte que nunca se llevó a cabo: el fusilamiento, previo juicio en corte habilitada por ley especial, de aquellos esbirros que cometieron crímenes e impusieron el terror, ni la condena y prisión de todos los que atesoraron fortunas mal habidas o cometieron crímenes y torturas.

Aun así, fueron confiscados algunos bienes mal habidos y sometidos a juicio, condenados y apresados algunos de los esbirros que atormentaron a la ciudadanía, como fue el caso de los que asesinaron a las hermanas Mirabal. Luego, con el estallido de la revolución de abril, fueron puestos en libertad o huyeron de las cárceles donde se encontraban.

Y de ahí en adelante no fueron reclamados por la justicia o se escudaron en la protección indebida que le ofrecieron aquellos cuerpos armados que nunca fueron depurados para descontaminarlos de su complicidad en los crímenes y latrocinios cometidos.

Eso dio paso a que la impunidad se erigiese como norma de vida en la interminable transición a nuestros días que vino después.

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