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Arena y cal

Santo Domingo y Santiago han sobrepasado su capacidad de albergar a la población sin crearle sensación de estrés, ruido, contaminación, inseguridad. Demasiada acumulación de cemento, varillas y asfalto.

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Arena y cal

Unas son de cal, otras de arena. El mundo es diverso. El ser humano errático, a veces certero. La reciente apertura del corredor Núñez de Cáceres en el Distrito Nacional, ha sido recibida por la comunidad con expectativas favorables. Es una muestra de lo que debería hacerse en escala más amplia y pronto. Estos corredores se vislumbran como parte de la solución de los problemas de tránsito en los centros urbanos de alta población.

Según las informaciones publicadas, fueron retirados 84 carros de concho (número modesto con respecto al total) y sustituidos por modernas unidades de autobuses que harán el trayecto con intervalos de llegada de 4 minutos a cada parada. Los choferes de esos carros, presumiblemente adiestrados y formados, han sido convertidos en conductores de los autobuses y en socios de la empresa creada para operar la ruta. Habrá que dar tiempo para evaluar la sostenibilidad de este arreglo público-privado.

Alentador es también el anuncio de la continuación de las obras del metro hasta Los Alcarrizos y Caucedo. La población gasta casi un 20% de sus ingresos en transporte público. Estas soluciones traerán alivio al abaratar el costo, agilizar la circulación y acortar el tiempo de desplazamiento.

En cambio, hay que lamentar la permisividad de que disfrutan los vehículos pesados que circulan por las carreteras a velocidad endiablada, sin guardar el lado derecho, poniéndose con frecuencia en paralelo a otras unidades, en pugna por ver cuál va más rápido, que es la causa de innumerables accidentes. Es urgente poner el orden y aplicar las multas que correspondan.

Las autoridades deberían restringir la circulación de los vehículos pesados a horarios nocturnos o limitados. Así descongestionarían las vías.

Y prohibir que vehículos de doble cama circulen por carreteras estrechas, sobre todo de montaña, por el peligro que significan para los demás conductores. La seguridad de la población no puede subordinarse al interés de los negociantes de hacer economías para ampliar ganancias. También deberían las autoridades organizar una campaña de educación vial intensiva para enseñar a los conductores aspectos elementales, tales como circular siempre a su derecha salvo cuando vayan a rebasar. Las licencias de conducir se otorgan al tin marin de dos pingüe, sin que los solicitantes tengan idea de las reglas de circulación.

En cuanto al Ayuntamiento del Distrito Nacional es justo que se le reconozca la pertinencia de algunos de los planes que ha puesto en marcha. En particular, el cambio de dirección introducido en algunas vías con el propósito de agilizar el tránsito, la puesta en vigencia de ciclovías y de espacios abiertos para el esparcimiento y realización de ejercicio físico (ojalá amplíen el horario), así como el esfuerzo continuado por mantener limpia la urbe.

Si algo hubiere que lamentar es que las medidas de cambio de dirección tarden tanto tiempo en ponerse en ejecución después de haber sido anunciadas, ya que van asemejándose a un suero de miel de abeja que trata de penetrar en el torrente circulatorio, lo cual tiende a desinflar las expectativas positivas creadas y a introducir dudas sobre su eficacia.

Es también preocupante que las autoridades edilicias del D.N. hayan manifestado la intención de introducir cambios en las normas que rigen para las edificaciones del polígono central, encaminadas a elevar la densidad (habitantes por edificación) y la altura.

El objetivo debería ser que la ciudad funcione con armonía e inspire a los ciudadanos a vivirla y amarla. No hay necesidad alguna de elevar la densidad y mucho menos la altura, sobretodo si las calles siguen siendo igual de estrechas. ¿Para qué? Se requieren más espacios verdes y menos polución. Hay que poner a la gente en el centro del interés del cabildo, en vez de acomodar a su costa a los negocios inmobiliarios.

Santo Domingo y Santiago han sobrepasado su capacidad de albergar a la población sin crearle sensación de estrés, ruido, contaminación, inseguridad. Demasiada acumulación de cemento, varillas y asfalto. Insuficiencia de espacios verdes y áreas de esparcimiento. Lo peor es que en caso de emergencia como incendio o terremoto, no existen recursos confiables para auxiliar a quienes habitan edificios muy altos.

En el mundo post pandémico y de trabajo cada vez menos presencial los ciudadanos preferirán vivir en lugares abiertos, despejados, en contacto más estrecho con la naturaleza. Intensificar la densidad en los polígonos urbanos incrementa el riesgo de que se conviertan en cementerios de mamut prehistóricos. Es sencillo, o la urbe se transforma para hacerse amigable a sus habitantes, o terminará convertida en ruina inservible.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.