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Redes Sociales
Liderazgo
Liderazgo

¿Así... o más claro?

La comprensión de la realidad social es más compleja de lo que imaginamos. Los patrones culturales cambian aceleradamente con relación a cualquier otro siglo; hoy coexisten en una misma era generaciones con visiones, dinámicas y expectativas de vida distintas, en ocasiones contrapuestas.

Los avances tecnológicos y los cambios en las plataformas y redes de información han estandarizado una buena parte de los patrones culturales locales. Muchas sociedades, sensiblemente crispadas y temerosas de diluirse en la difusa comunidad global, están reaccionando en contra de esa poderosa tendencia a través del rescate de valores atávicos, símbolos autóctonos y aquellas identidades que una vez les dieron razón propia.

En el plano político ese fenómeno se ha revelado con el auge, cada vez más creciente, de las ideas conservadoras, nacionalistas y fundamentalistas. El entendimiento de esa realidad se hace más desafiante en sociedades como las nuestras, condicionadas por dos factores críticos: en primer lugar, ser un colectivo social joven donde seis de cada diez están por debajo de treinta y cinco años; en segundo lugar, cargar con pasivos históricos en su balance institucional.

La sociedad dominicana pertenece predominantemente a las generaciones x y z, que se sitúan de forma conjunta entre los años límites de 1982 y 2010. El liderazgo social y político rebasa esas fronteras, marcadas no solo por la edad sino por las cosmovisiones en juego. El resultado es una ruptura muchas veces irredimible en el entendimiento generacional. Los que dirigen los procesos políticos ni siquiera intuyen cómo piensan, sienten y deciden los muchachos de hoy. De esta manera los gobernantes no conocen exactamente a los gobernados ni la mayoría de estos entienden a los que gobiernan. Fruto de ese des encuentro, estos últimos optan por la autoexclusión. Tal marginación asume dos actitudes existenciales: una resistida, de contestación; otra acomodada, de indiferencia. El predominio de una u otra se encuentra atado en gran medida a las condiciones del arraigo socioeconómico; así, en la clase media hay mayores focos de contestación o inadaptación al statu quo, mientras que en los estamentos extremos, es decir en los altos y bajos, predomina una conformidad paciente y neutral. Lo cierto es que la sociedad mayoritaria, que es la joven, no se siente interpretada ni representada por la generación que detenta la dirección política y la conducción social. Construir diálogos sociales es tender puentes generacionales, pero para eso es necesario manejar sus códigos de existencia y hacer conciliaciones equilibradas en la elaboración de las políticas públicas y de protección a los derechos. Penosamente, ese es un ejercicio astral en nuestras pobres construcciones sociales. Esa disonancia está latente en la mayoría de las sociedades del mundo, pero con una diferencia de fondo: en algunas de ellas las instituciones operan con autonomía y su futuro pende de una planificación troncal que trasciende a los gobiernos. En nuestro caso esas premisas están ausentes y contamos con gobernantes que tanto se ocupan de una ayuda para el pago de una receta médica a favor de un militante como de tomar grandes decisiones en política y seguridad exteriores.

A un importante segmento de la clase media no le bastan las propuestas simplonas de cambios sin razones, de críticas sin soluciones ni de promesas sin compromisos vinculantes. Tampoco le hacen gracia los liderazgos emotivos que se agotan en los insultos y las condenas. No le cosquillea el “yo resuelvo”. Esos patrones rupestres del debate político basados en ofertas abstractas, genéricas e imprecisas no caben dentro de la racionalidad política de hoy.

Las generaciones emergentes son demandantes: aspiran a un proyecto de realización dentro de un sistema abierto, plural y horizontal. Quieren saber concretamente cuáles son los planes y diseños para su futuro. Buscan otra inspiración, otros actores, otros relatos. En esa exploración a veces se impone el castigo a los liderazgos tradicionales —aunque suponga probar con ofertas atípicas— antes que seguir bajo la sombra de un sistema convencional aburrido, predecible y consumido. Las nuevas generaciones quieren estrenarse en atenciones que trasciendan los imperativos materiales. Les interesa conocer el pensamiento de los políticos sobre derechos y garantías sociales, soberanía, valores, transparencia, institucionalidad, seguridad y visiones más integrales del futuro y el desarrollo. Hoy, la posición de un candidato sobre los derechos de la persona y la familia interesa tanto como el costo de la canasta familiar. Tenemos sesenta años con el eco de los mismos tañidos. Desde Juan Bosch hasta Danilo Medina seguimos oyendo de apagones, plátano, pollos, gasolina, inflación y estabilidad.

Muchos líderes caducaron; su tiempo pasó y ellos no se dan por enterados, animados por el autoengaño o por la falsa creencia de que pueden sacarles partido a las contingencias políticas como si fueran eventos rutinarios. Han perdido conexión y empatía sin posibilidad de reinventarse; ya no caben en el relato, ni siquiera en la historia; seguirán dando tumbos en los circos electorales como viejos payasos. No saben retirarse, mucho menos ceder el relevo.

Pero también arrastramos viejos adeudos institucionales. La sociedad dominicana vive de forma asincrónica. Las instituciones responden a concepciones trasnochadas que pretenden ser “actualizadas” con normas modernas trasplantadas de otros sistemas sin un proceso de maduración ni asimilación racional, por eso tenemos tantas leyes virtualmente derogadas e instituciones que solo existen en el papel. Es tiempo de dar paso a nuevas visiones. Nos amaneció durmiendo. La modernidad debe penetrar la piel de las apariencias y tocar el corazón de la nación. Más que progreso, precisamos desarrollo. Tenemos que sacar el pasado de nuestro presente y abrir las fuerzas del futuro de la mano de las nuevas generaciones. Es tiempo de iniciar la caza de dinosaurios.

joseluistaveras2003@yahoo.com

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