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Ruido
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¡Cállense!

Aprovechemos el “asueto de paz” para empujar los atrasos de la agenda nacional; precisamos conciliar y dialogar sin griteríos ni histerismos. Hablemos sobre aquellos temas que, aunque aburridos, nos convocan inevitablemente: la reforma política, institucional, fiscal y eléctrica.

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¡Cállense!

No hay que ser un explorador sagaz para saber dónde se alojan nuestras carencias: están a la vista, indecorosamente descubiertas. Son tantas que intimidan. Sin embargo, entre ellas se cierne una que pasa inadvertida: ¡el silencio!

Somos una sociedad ruidosa, cargante e impetuosa. Nos cuesta callar para pensar, armar, construir y decidir. El ruido es una marca emotiva de nuestra identidad. Tenemos que hacer bulla de todo: de lo que planeamos, sentimos, hacemos, tenemos y logramos. Celebramos con petardos hasta los bostezos de la rutina. Hacemos festín de cualquier excusa y encontramos entretención en cualquier evento. Nos seduce masticar el morbo hasta el hartazgo para luego rumiar sus bagazos. Y es que somos alérgicos al silencio; bajo su sombra nos sentimos indefensos, vacíos y acosados.

Cada semana deben correr uno o dos temas de diversión pública para matar el tedio de los mismos apuros o comprobar que al menos vivimos. No bien salen a flote, los devoramos como hienas a la carroña.

El poder crea crisis y situaciones artificiosas para arrimar la atención a los grandes temas y dejar que el morbo haga su trabajo con los pequeños.

La semana pasada le tocó a Duarte, su “cobardía y homosexualidad”; a la anterior, la reunión del Comité Político de un partido; y a la más anterior, la imprudencia de Chiqui, el muchacho que quiso probar la audacia de su jeep en las inundaciones dejadas por María.

Un tema tumba al otro en una sucesión inacabada de actos pantomímicos. Mientras tanto, los problemas de base se amontonan y agravan; estamos maquillando una piel cancerosa. Así marcha nuestra rutina, sin más horizonte que el hoy, repitiendo las pisadas sobre las mismas andanzas; aspirando el rancio hedor de la intrascendencia. Detrás de cada ruido se mueve en la noche alguna trama. Después del circo acecha el golpe.

El vocerío de los medios de masa es tóxico: corroe, tensa, enferma. Escuchar radio es penitente; ver televisión, suicida. ¡Cuán elocuente es la ignorancia! Gente sin formación, informando; reciclando la ignorancia de la barbarie (o al revés). Voces ásperas, insultantes y prosaicas ensucian como oficio el ambiente emocional.

De los medios electrónicos se suelta cada mañana un alud de pedos que sofoca cualquier esfuerzo aséptico del buen juicio, y ni hablar del comercio de la opinión: una retorcida manera para, en nombre de la caverna, mancillar, condenar, manipular, extorsionar y doblar sin reparos. Nadie sospecha el impacto de esa comunicación agresiva en la violencia que nos abate: aviva ociosamente la combustión social, solo detrás del eco que miden los rating o de los cheques que salen del Palacio.

Mi aspiración es una sociedad callada; no por sumisión, miedo o deserción, sino por decisión. Y no hablo de amorrar la denuncia, detener las marchas o amordazar la protesta; aludo a un silencio reflexivo que nos ayude a pensar inteligente y constructivamente. Dejar el activismo emotivo para volver a las mesas de las neuronas. Lo necesitan los partidos, las organizaciones ciudadanas, las asociaciones de intereses, las iglesias, las academias... la gente. No podemos seguir respirando tantas liviandades venenosas; se impone disipar las distracciones baratas de nuestra farándula y el sentido de espectáculo de la vida pública. Urgimos del silencio racional para incubar ideas, diseñar planes, atar presupuestos y definir rumbos.

Aprovechemos el “asueto de paz” para empujar los atrasos de la agenda nacional; precisamos conciliar y dialogar sin griteríos ni histerismos. Hablemos sobre aquellos temas que, aunque aburridos, nos convocan inevitablemente: la reforma política, institucional, fiscal y eléctrica.

Las emociones no piensan ni los problemas se solucionan con la queja. Buscar culpables no es suficiente ni nos redime; nos consume, más en un clima sordo de impunidad.

Este el momento de bajar tonos, desarmar arrogancias, tumbar hombros, deponer armaduras y pensar en el país que todavía no tenemos; justo ahora que la deuda nos pesa, que los ingresos no nos alcanzan, que las desigualdades nos alejan, que la justicia se quiebra, que los corruptos festejan y que el poder se deprava.

Evitemos llegar así como estamos al carnaval electoral, antes de que su rumba nos arrastre con sus borracheras, sucio ambiental, comparsas, altisonancias, chapas vibrantes, bachatas de calle, romo, rumores, tramas, mercado de conciencia y ruido tribal.

Pretender que el perro no husmee su orina es quimérico, pero al menos merecemos un gran minuto de silencio ciudadano para pensar, compartir ideas y visiones trascendentes.

A veces es conveniente guardar silencio para ser escuchados; es que, como dijo Benedetti, hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio. Dejemos hablar a las ideas. ¡Sssshhhh!

taveras@fermintaveras.com

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