Carmen Quidiello de Bosch in memoriam
Doña Carmen Quidiello nunca se imaginó, aquel 25 de septiembre de 1941, que en el autobús en que viajaba camino a La Habana se iba a encontrar con un exilado dominicano sin mayor referencia que la que daba la prensa cubana de entonces. Era imposible que imaginara que toda su vida adulta estaría dominada por esa jugada del azar.
El azar ordena, como sabemos, muy bien la vida. Al menos eso cuenta Juan Bosch cuando se refiere a la manera como la conoció: “Yo estaba esperando el ómnibus Cárdenas-La Habana”, cuenta Bosch en el documental Juan Bosch, el camino de la historia, “cuando se apareció un muchacho vendiendo el periódico Avance. Compré un ejemplar y, al hojearlo, encontré un artículo sobre mí. Comencé a leerlo. Llegó el autobús. Hizo una corta parada y siguió su ruta a La Habana y lo perdí. Esperé el siguiente y el único asiento vacío era el segundo a la izquierda. En ese asiento estaba un médico de Unión de Reyes que yo conocía. Me senté detrás del médico y comenzamos a conversar, a su lado estaba Carmen. Así fue como la vida me deparó esa mujer encantadora que ha sido la luz de mis años de madurez.”
Luego de esa jugada del azar vinieron años de incertidumbres, de lucha política, de viajes, de separaciones forzadas, de sacrificios y, sobre todo, de compresión y excusas al hombre con quien decidió casarse el 30 de junio de 1943. Me refiero a que se había casado con un hombre que desde niño se había hecho el proyecto de servirle a su país. Primero a través de su literatura, exponiéndole al mundo el drama del campesino dominicano y, luego, sin abandonar las letras, abrazando una causa que nunca más le abandonó y que dio al traste con una carrera literaria que se anunciaba más que brillante.
Transcurrieron 60 años para que doña Carmen, con la muerte de Bosch en noviembre 2001, se separara del ilustre dominicano que el azar interpuso en su vida.
Hoy, 19 de diciembre de 2020 pienso en doña Carmen. Trato de verla cuando esperaba el nacimiento de Patricio, su primer hijo, con un marido involucrado en una expedición contra la tiranía de Trujillo. Una tarea que sólo ella podía sopesar el riesgo al que se exponía Juan Bosch. Supongo los momentos de angustia de esos primeros años con ese importante exilado dominicano. Momentos de intranquilidad que no le abandonaron nunca, así como los de satisfacción personal. Sé que cuando hace el balance de los años con Bosch no lamenta haber compartido casi 60 años con uno de los principales protagonistas del desarrollo intelectual, cultural y político de la República Dominicana del siglo XX.
Doña Carmen, sólo hay que leer sus piezas de teatro, El peregrino o La eterna Eva y el insoportable Adán, para entender que no se trata únicamente de una obra inocente, sin relación con su vida personal, ni tampoco de una picada de ojo. Esa fue su vida junto a un hombre que, supongo, ha puesto muchas veces su amor por la República Dominicana por encima de todo. Me imagino también su esfuerzo y amor para sobrellevar durante tantos años una vida familiar sin privacidad.
Es difícil imaginarse la vida privada de los dirigentes políticos. Es difícil imaginar que ellos, como todo el mundo, tienen esposa e hijos. Los políticos, los de verdad, siempre piensan en los demás; los demás nunca piensan en ellos. Muchos de los que durante tantos años visitaban su casa no se detuvieron a pensar ni un instante en la familia de Juan Bosch. Él era consciente de que contaba con una esposa que, como él, había decidido sacrificar su vida privada.
Me imagino también su desasosiego aquella madrugada del 25 de septiembre de 1963 cuando el gobierno que presidía Juan Bosch fue derrocado por un irresponsable golpe de fuerza. Pienso en su solidaridad para con su marido. En esos momentos en que, ha de suponerse, la moral necesita de una esposa y compañera para emprender un nuevo camino. No creo que la obra, política e intelectual, de Bosch hubiera sido la misma sin su presencia. La prueba: 58 años de vida conyugal.
Recuerdo escuchar a doña Carmen decir, refiriéndose a las citas que tenía su marido a diario con personas que sólo querían conocerlo personalmente: “¡Me he casado con un monumento nacional!”.
El Juan Bosch de 1941 no lo era entonces. El que regresó a República Dominicana en octubre de 1961, 19 años después del encuentro fortuito en el autobús Cárdenas-La Habana, había emprendido la ruta para convertirse en ese monumento nacional como lo definiera tan acertadamente doña Carmen unos 50 años después de aquella jugada del azar.
Doña Carmen Quidiello inició con Juan Bosch un largo viaje que, como todo viaje, tiene sus momentos difíciles. El término del autobús Cárdenas-LaHabana no fue la capital de Cuba sino el sacrificio de una esposa abnegada para que Bosch llegara a ser para muchos dominicanos un “monumento nacional” y que su nombre figure entre los más importantes escritores e intelectuales de América Latina.