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Catorce días de felicidad

¿Cómo es posible que una controversia comercial entre dos colosos, se intente resolver a base de mensajes de texto y de garrotazos arancelarios, en vez de acogerse a las reglas de la organización del comercio o a la búsqueda de soluciones multilaterales?

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Catorce días de felicidad

Hace poco, Felipe González, quien desde el gobierno ayudó a transformar a España, expuso algunas reflexiones y captó mi atención con dos temas relevantes.

El primero, el entramado de la organización internacional.

De acuerdo con su visión, “las relaciones internacionales están viviendo una completa anomia, una falta de reglas. Las pocas que se construyeron después de la II Guerra Mundial están destruyéndose. Y las nuevas reglas, construidas más recientemente, no se están respetando.”

Parte del desconcierto que afecta a la economía mundial se debe al irrespeto de esas reglas. O a su falta de sustitución por otras consensuadas.

Se ha entrado en una guerra comercial en vez de estimular el intercambio sobre bases justas para todos. Se está incumpliendo el acuerdo sobre el clima y países con elevada responsabilidad en la contaminación planetaria, como los Estados Unidos, se niegan a suscribirlo o ratificarlo. Igual ocurre con el desarme nuclear.

El multilateralismo ha ido perdiendo terreno acosado por el nacionalismo y se impone la consigna de “cualquier grande, primero,” cuyo corolario es que se hundan los chiquitos, condenados a ser discriminados y perjudicados por siempre.

El segundo tema tiene que ver con el cuestionamiento al papel del liderazgo político. Felipe González se pregunta cómo no ser profundamente pesimista en las circunstancias actuales.

En referencia a un pensamiento de Gramsci, que afirmaba tener el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, Felipe explica que “Yo tengo la reflexión contraria. Desde el punto de vista de la inteligencia, soy optimista. Desde el punto de vista de la voluntad política, soy pesimista. Creo que lo que falla es la voluntad y, por tanto, el liderazgo.”

¿Cómo es posible que una controversia comercial entre dos colosos, se intente resolver a base de mensajes de texto y de garrotazos arancelarios, en vez de acogerse a las reglas de la organización del comercio o a la búsqueda de soluciones multilaterales?

Es inexplicable que el concierto internacional haya permitido que las reglas de Breton Woods, que llevaron a la estabilidad económica y a un largo período de paz, consistentes en obligar al equilibrio externo de las balanzas de pagos con desmonte arancelario, a la par que al equilibrio de las cuentas internas, se hayan desvanecido.

De ahí el predominio de la incertidumbre, sustentada en sistemas flexibles. Y el crecimiento de la inequidad global.

Algunas naciones acumulan superávits externos (China) y casi todas las demás se acogen a déficit. Unas logran empleos de calidad y las otras, si acaso, empleos precarios. Los activos financieros se elevan como globos con nitrógeno, mientras los reales languidecen. La riqueza mundial se acumula en las manos de 100 grandes ricos, mientras más de la mitad de la población mundial vive en pobreza.

Los grandes bancos centrales emiten sus monedas sin cesar, inundando los mercados sin consecuencias sobre el valor de su paridad porque se neutralizan mutuamente, dando lugar a una inflación de activos financieros cuyo valor está desconectado de la economía real.

Esos males a escala mundial encuentran su propia expresión en nuestro país.

Aquí, en este terruño, es evidente la falta de voluntad y liderazgo para resolver problemas ya antiguos (electricidad, transporte, educación, empleo digno, salud, pensiones, marginalidad, infraestructuras). Y es notorio el resquebrajamiento de las reglas de convivencia, cual si poseer poder y fardos de riqueza justificara el acoso y derribo de la institucionalidad.

En esas condiciones la democracia luce ser una caricatura de lamentable espectro.

De ahí que a la clase política le convendría hacer caso a la reflexión que sigue, tomada del libro Locos Egregios, del Dr. Vallejo-Nájera.

Dice así: “Abderrahman III, califa de Córdova, España, dictó el balance de su vida: He reinado más de 50 años en victoria o paz (murió en el año 961). Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para llegar de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado. Suman catorce. Hombre no cifres tus anhelos en el mundo terreno.”

Cáptenlo bien. Abderrahman III sólo pudo disfrutar de 14 días de felicidad en 50 años de poder.

Y ustedes, políticos fugaces por más que quisieran prolongarse, cuántos días de felicidad les estará permitido. Su cosecha ínfima no justifica tantos desvaríos, ni su azarosa levedad sustenta el terrible peso de sus ambiciones.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.