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Comparaciones ventajosas

“Las instituciones económicas, que juegan un importante rol en el desarrollo comparado, son definidas por el premio Nobel Douglass North como «las reglas del juego» de la vida económica. Como tal, las instituciones proveen el apuntalamiento de una economía de mercado al establecer las reglas de los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos; mejorando la coordinación; restringiendo el comportamiento fraudulento y anticompetitivo; proveyendo acceso a las oportunidades para una amplia población; limitando el poder de las elites; y gestionando los conflictos de forma más general.” Todaro y Smith, Economic Development, 2015.

En los siguientes 56 años, luego de la muerte de Trujillo, la República Dominicana ha experimentado cambios notorios en su estructura en su estructura económica, en su perfil urbano, en los aspectos demográficos, en su composición social, en las luchas políticas y, en fin, en prácticamente todas las facetas de la vida nacional. Son muchos los cambios que pueden ocurrir en 56 años. Dependiendo del punto de referencia utilizado se pudiera argumentar que hemos avanzado mucho -si el punto de referencia somos nosotros mismos-, o que sencillamente los avances han sido muy modestos -si nos comparamos con algunas experiencias de éxitos alrededor del mundo.

Guzmán (2017) plantea que los resultados son definitivamente positivos, tomando como base la realidad post Trujillo y los avances que se han hecho en el curso de las siguientes cinco décadas. Al respecto, enfatiza que “La esperanza de vida al nacer aumentó de 48.8 a 71.9 años, la tasa de mortalidad infantil se redujo de 123.9 a 29.6 por cada mil niños nacidos vivos, la tasa de analfabetismo en la población adulta varió de 34.9% a 12.8% y la tasa de participación laboral prácticamente se duplicó.” A la vez reconoce que estos avances se han dado en un contexto de brechas notorias con otros indicadores sociales, problemas de competitividad y debilidades institucionales que aún persisten. En general, pudiéramos decir que la fotografía del país en los inicios de los 60 es muy distinta a la fotografía que pudiéramos tomar en el día de hoy. El avance material acumulado hasta la fecha es significativo. Si nos comparamos con nosotros mismos, ha sido un éxito.

Las dificultades se hacen mayores cuando se cambia de referente y nos comparamos con otros países de la región, y más allá. Si bien el país registra una de las tasas de crecimiento más alta de la región, tiene, a su vez, la movilidad social más baja de la región, con el 33% de los dominicanos viviendo debajo de la línea de la pobreza, de acuerdo con el Banco Mundial. Asimismo, el país ha logrado alcanzar el producto per capita -medida en términos de la paridad del poder compra, según Penn World Table- más alto de Centroamérica, pero a la vez hemos reducido nuestra capacidad exportadora. Para 1960, la proporción de las exportaciones de bienes representaba un 44% del producto interno bruto, superando a la mayoría de nuestros competidores de la región; en cambio, para 2014, eran nuestros competidores de la región los que nos superaban, pues nuestra capacidad exportadora de bienes se había reducido a un 10% en el curso de poco más de cincuenta años.

Esa realidad ha estado asociada con el hecho de que en 1960 el peso de las exportaciones tradicionales -básicamente, azúcar, café y cacao- de bienes, en una economía de bajos niveles de producción, era muy alto; pero, además, tiene que ver con el modelo de sustitución de importaciones -modelo fallido que tan vehemente patrocinó la CEPAL- que se adoptó a finales de los años 60 y que generó un sesgo anti exportador en la asignación de los recursos económicos locales.

La comparación con América Latina -una de las regiones más desiguales del mundo- pudiera dejarnos, en cierta medida, con una leve sensación de éxito, pues son muchos los fracasos que dicha región ha acumulado en las últimas décadas. En realidad, debiéramos compararnos con historias de éxitos como las logradas por países que en 1960 estaban a la par o peor que nosotros y que en el curso de las siguientes décadas pasaron de países subdesarrollados a naciones industrializadas y desarrolladas, como los casos de Taiwán, Corea del Sur y Singapur.

En este sentido, para 1960, la República Dominicana tenía un producto per capita de USD 3,050 -calculado a la paridad del poder de compra, a precios de 2011, según Penn World Table. Para esa misma fecha, el producto per capita de Singapur era de USD 2, 648; el de Taiwán era de USD 2,397, y el de Corea del Sur apenas alcanzaba los USD 1,176. Para el 2010 -según la misma fuente- la República Dominicana había multiplicado por 3.7 su producto per capita, mientras que Taiwán lo había multiplicado por 15.5, Singapur por 22, y Corea del Sur por 27. En ninguno de estos países las exportaciones de bienes alcanzaban el 8% de su producto doméstico en 1960; en cambio, en 2010 dichas exportaciones superaban el 49%, versus el 10% de nuestro país.

Los casos de Singapur, Taiwán y Corea del Sur son paradigmáticos y han generado una extensa literatura económica tratando de descifrar las claves que hicieron posible que países pobres lograran pasar, en un tiempo relativamente breve, al conjunto de naciones desarrolladas. Aun reconociendo que los contextos históricos son únicos, un elemento común, sin embargo, es la implementación de una estrategia exportadora exitosa, al recoger las exportaciones a prácticamente todos los factores que hacen eficiente -y, por tanto, competitiva- a una economía; lo cual, no puede ocurrir sin un marco institucional que se respete y se haga respetar. Todo lo demás es andarse por las ramas.

@pedrosilver31

Pedrosilver31@gmail.com

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