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Competitividad

El informe de competitividad global deja al país muy cuestionado en la calidad de su crecimiento y en las perspectivas futuras.

La noticia cayó como un mazazo. Contundente, desesperanzadora: la República Dominicana descendió 12 puestos en el Índice de Competitividad Global 2017-18, elaborado por el Foro Económico Mundial, al pasar del lugar 92 al 104, dentro de un total de 137 economías.

Entre las economías latinoamericanas y de la región, Chile se situó en el primer lugar en el puesto 33 de la clasificación mundial, seguido de Costa Rica (47) y Panamá (50).

Los peores resultados corresponden a Haití (128), Venezuela (127), Paraguay (112) y El Salvador (109), únicas naciones con peor clasificación que la dominicana.

Como se sabe, Haití es una de las más pobres del mundo; Venezuela está sometida a un desgarradora división interna; Paraguay muestra atraso secular, y El Salvador salió no hace demasiado tiempo de una cruenta guerra civil.

De 12 pilares considerados por el Foro, en 11 de ellos la República Dominicana quedó por debajo de la puntuación obtenida por la mitad o más de la mitad de los países evaluados.

Fuimos duramente reprobados (mientras más alta la puntuación, peor el resultado) en los pilares institucional (129), innovación (120), eficiencia del mercado laboral (117), eficiencia del mercado de bienes (115), salud y educación primaria (105), infraestructura (101), desarrollo del mercado financiero (99), educación y formación superior (93), preparación tecnológica (87), sofisticación de negocios (85), y en tamaño del mercado (68).

Obtuvimos aprobación en el pilar ambiente macroeconómico (49). Y eso que en ese aspecto no se entra en ciertos detalles, que podrían afectar la clasificación.

En el pilar instituciones recibimos un varapalo. El 94% de los países quedó por encima de nosotros. Y no es de extrañar. Hay consenso en que esa es la principal debilidad que afecta a la nación. Los aspectos que más inciden son la corrupción, favoritismo en las decisiones y falta de independencia judicial, entre otros elementos que se consideran.

Es conocido que las instituciones dominicanas apenas existen, como tales. No cumplen apropiadamente con sus funciones. No es solo la justicia, sino el propio Congreso Nacional que tampoco ejerce sus funciones de contrapeso en la medida de lo necesario, indispensables para que una democracia pueda conceptualizarse como tal. Y para colmo, los medios de comunicación, supuesto cuarto poder del Estado, han perdido sentido crítico, con meritorias excepciones.

El segundo pilar en que el país queda peor parado es el de innovación, lo cual es entendible pues donde lo básico está renqueante (educación y salud), no puede esperarse que lo más sofisticado funcione bien.

El tercer pilar es el del mercado laboral. Ahí hay mucha tela por donde cortar. Está afectado por la informalidad y la falta o insuficiencia de protección social. Intervenido por la presencia de mano de obra haitiana irregular, que desplaza dominicanos y presiona los salarios a la baja, sin que nadie reaccione. Y distorsionado por la rigidez de normas laborales que estaban vigentes antes de que se produjera la reforma a la seguridad social, y mantienen en quiebra técnica a cientos de empresas, algunas sin que ni siquiera lo sepan.

Otros pilares con mala puntuación son eficiencia del mercado de bienes (dominio de mercado, tiempo para iniciar negocios), salud y educación primaria, que no requieren de explicación.

En el pilar infraestructura también recibimos una mala puntuación. El problema principal es la insistencia de la administración pública en gestionar y administrar por si misma la generación y distribución de energía eléctrica, en vez de asumir el rol de reguladores y supervisores eficientes, cuyas reglas y disposiciones infundan seguridad, atraigan inversiones y garanticen una oferta y distribución de energía suficiente y a precios competitivos.

Es de lamentar que la inversión pública siga siendo la cenicienta del presupuesto nacional en cuanto a monto se refiere con respecto al PIB, lo que no es coherente con la necesidad de desarrollar una infraestructura amplia, diversa y de calidad, teniendo en cuenta que el mayor potencial de crecimiento se radica en el turismo, sector cuyo desarrollo demanda de inversiones crecientes en esa materia.

Y ni una cosa (monto), ni la otra (calidad), como se observa cada vez que ocurre una perturbación atmosférica, en que las obras de infraestructura levantadas se derriten al paso de las aguas, trátese de puentes, carreteras, escuelas.

El informe de competitividad global deja al país muy cuestionado en la calidad de su crecimiento y en las perspectivas futuras. Es un serio aviso que debería obligar a reaccionar con prontitud y determinación. El riesgo mayor es que en el ínterin se presente un cambio de coyuntura y sorprenda al país sin introducir los correctivos necesarios.

En ese sentido, tiene que verse como una oportunidad para reorientar el rumbo y poner las bases para una economía más sólida y competitiva. La incógnita es si en las circunstancias prevalecientes será posible actuar con la mente puesta en el desarrollo del país, en vez de en intereses particulares, políticos y económicos.

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