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Competitividad
Competitividad

Competitividad: mensajes divergentes

En estos últimos días los medios de comunicación han recogido mensajes divergentes sobre el tema de la competitividad. Unos afirman que se ha producido una mejoría dramática, milagrosa; otros puntualizan que nada de eso ha ocurrido. Y es lo uno o lo otro; nunca ambos a la vez. El asunto viene a cuenta por la reciente publicación de los resultados del informe sobre competitividad global, del Foro Económico Mundial. Representantes oficiales lanzaron las campanas al vuelo para repicar la noticia: de la noche a la mañana la República Dominicana había mejorado un bojote de posiciones en la escala de compe- titividad global.

Noticia lanzada en falso, puesto que tal aserto, de haberlo sido, debió haber ido acompañado de cifras muy robustas, una dinámica notable de crecimiento de las exportaciones, mejoría del saldo comercial, inversiones y empleo en el sector, ninguno de los cuales ha tenido lugar. De inmediato, desde la oposición se puso en perspectiva la mejoría de posiciones y se señaló que lo ocurrido obedece a un simple cambio metodológico, no a una modificación real en el marco de políticas ni en el entramado que mueve el intercambio con el exterior.

Siendo así, no parece haber sido buena decisión crear expectativas tan etéreas. Haciéndolo como se ha hecho, se gana una victoria pírrica, de propaganda, pero se pierde la batalla por conseguir credibilidad, con lo difícil que es alcanzarla y mantenerla. Lo peor que pudiera hacer el país es dejarse envolver por cantos de sirena que lo lleven a mecerse en una autocomplacencia dañina. Y la verdad sigue siendo una: no somos suficientemente competitivos. Estamos muy, pero que muy lejos de serlos. Los números no engañan. Somos deficitarios con el resto del mundo, salvo unas pocas excepciones, como es el caso de Haití. Y lo somos ya por muchos años consecutivos. Los negocios que prosperan son, por regla general, los ligados a las importaciones.

Aceptarlo, reconocerlo, es el único camino para iniciar el cambio, que pasa por corregir y eliminar las trabas de todas clases, pero sobre todo aquellas que tienen que ver con la orientación de la política económica y con la mentalidad burocrática que postula que hay que rendir tributo a los burócratas para que concedan sus servicios a los voraces emprendedores.

Estas serían acciones necesarias para poder convertirnos, algún día, en nación insertada con dinamismo y saldos robustos a favor en el concierto internacional.

En ese sentido, informar que se están dando pasos para eliminar trabas, es constructivo, positivo. Reconocer que falta una inmensidad por hacer, ayudaría mucho.

En cambio, pretender que el mundo cambia solo a golpe de reuniones en cónclaves cerrados y mensajes de intenciones mediáticos enviados desde el más alto nivel político, es engañarse a sí mismos y a todos, pues esas menudencias no trascienden la categoría de acciones de relaciones públicas. Aquí todo se politiza e instrumentaliza y, cuando se hace desde la esfera de poder, solo se logra generar desconfianza.

Antes de que surgiera el bombardeo mediático, se produjo una disertación interesante y constructiva del presidente de la Casa Brugal, con motivo de la entrega de los premios Brugal cree en su gente, que guarda relación con esta temática, no así con el debate. El señor Ramírez Bono dijo que, “en el país se habla mucho sobre las exportaciones, pero sin la profundidad ni el pensamiento de largo plazo requeridos...Hay que romper el círculo vicioso de la gradualidad y pensar en grande, con determinación y voluntad para alcanzar metas ambiciosas.” Y agregó que “deberíamos estar hablando de duplicar las exportaciones en los próximos 10 años (aunque yo diría que es una meta insuficiente) y de qué se requiere para ello. Ese es el tipo de conversaciones que puede transformar nuestro país y el bienestar de nuestra gente.”

Estamos tan rezagados que, en esta materia la gradualidad, o sea seguir haciendo las cosas lentamente como si no hubiera prisa de cortar el amplio rezago acumulado, alcanza la categoría de indecencia.

El presidente de Brugal puso el dedo en la llaga al afirmar que “no basta con generar empleos de calidad, si paralelamente no se está educando desde ya apropiadamente a las personas que los van a ocupar.” E hizo la reflexión de que “ en materia de generación de empleos formales, el futuro es retador si se parte de que el 70% de la fuerza laboral del país solo ha alcanzado, como máximo, el nivel secundario, mientras apenas un 25% de los empleados cuenta con títulos universitarios.” Y es que exportar requiere de experticio, conocimiento, visión, experiencia, en fin, de recursos humanos de alto nivel, que sencillamente no los tenemos en la magnitud requerida y, sin embargo, es ineludible formarlos ya.

Ramírez Bono plantea lo obvio, que lo es tanto que inexplicablemente no existe, y si existiera no se ha socializado lo necesario, ni mucho menos puesto en efecto para que dejara de ser otro fardo de papeles guardados en una gaveta cualquiera. En efecto, afirma que “solo una estrategia país de exportaciones, con metas concretas de largo plazo, que defina con claridad cuáles son los productos donde el país tiene una ventaja comparativa, cuáles son los mercados potenciales para estos productos y cuál es el plan para conquistarlos, nos permitiría dar un salto significativo y generar un gran impacto.” Y, coincidiendo con él, me pregunto yo, y cuáles son las políticas existentes para apoyar ese proceso. La respuesta es que no se perciben, y, por tanto, no existen. Peor aún, algunas están cargadas de un fuerte sesgo anti exportador que debería ser removido si es que de verdad queremos elevar la competitividad. En definitiva, no se trata de echar culpas a nadie, sino de aprovechar el momento para crear conciencia sobre la necesidad de apuntalar, con medidas reales y efectivas, la competitividad. No es cuestión solo de acortar plazos y quitar algunas trabas, aunque sea también importante, sino sobre todo de desarrollar una política de Estado de apoyo firme a las exportaciones. Y hasta ahora ni la política fiscal, ni crediticia, cambiaria, sectorial, de infraestructuras, transporte, educativa, territorial..., están orientadas a dar un salto vigoroso en el nivel de competitividad. Esa es la verdad. Lo siento, pero es así, y perdemos mucho con no reconocerlo y actuar en consecuencia.

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